“En un patio de París”: dramáticas grietas de la angustia

La soledad, la depresión y las obsesiones en un contexto de vacíos existenciales subyacentes -tanto implícitos como explícitos- son los tres removedores disparadores temáticos de “En un patio de París”, la nueva película del realizador francés Pierre Salvadori.

Este film, que es realmente un drama arropado por un formato de comedia, revela hasta qué punto las patologías sociales de origen multicausal pueden devenir en tragedia.

Por supuesto, estas problemáticas son comunes a todas las sociedades del planeta, más allá meras culturas, estilos de vida o estatus de desarrollo económico y humano.

PATIO DE PARISEs que la angustia –que es una de las disfuncionalidades emocionales más arraigadas de un presente complejo y signado por la incertidumbre- es un fenómeno no mensurable que ciertamente no tiene valor de mercado ni cotiza en la bolsa de valores.

En buena medida, el protagonista de esta historia de ficción es una suerte de víctima de un tiempo histórico caracterizado por el individualismo exacerbado y la indiferencia y con escaso margen para el desarrollo de la sensibilidad.

El personaje central de este relato es Antoine (Gustave Kervern), un fracasado músico cuarentón agobiado por una profunda depresión, quien recurre a la cocaína para poder sobrevivir.

Esa suerte de “paraíso” artificial al cual se eleva artificialmente cada vez que consume esa letal sustancia adictiva, lo escinde momentáneamente de un mundo del cual se siente radicalmente marginado.

Desempleado y desamparado, debe aceptar forzosamente un trabajo como conserje de un añoso edificio emplazado en los suburbios parisinos, actividad que nunca ha desempeñado pero que puede transformarse en una fuente de sustento.

A cambio de un modesto techo bajo el cual poder cobijarse y tal vez un mísero salario cuyo monto jamás se explicita, debe hacerse cargo de tareas de limpieza y mantenimiento.

PATIO DE PARIS (2)

Por supuesto, también debe acondicionar un gigantesco patio, que es bastante más que un mero espacio físico. Es, en realidad, un ámbito de socialización pero también de conflicto para los obsesivos vecinos.

La otra protagonista de este film es Matilde (Catherine Deneuve), una cuasi anciana jubilada tan depresiva como el conserje, quien, definitivamente emancipada de sus rutinas laborales,  no parece encontrar su lugar en el mundo.

Para ocupar su tiempo y contra la voluntad de su anodino esposo, se compromete permanentemente en loables causas sociales y en conflictos ajenos que asume como propios.

Empero, el verdadero detonante de su alienación es una grieta que encuentra en el edificio, que la induce a consultar a un arquitecto para descartar un eventual riesgo de derrumbe.

No obstante, esa persistente patología nacida por supuesto en el desencanto y la insatisfacción, amenaza con transformarse en una suerte de epidemia que contagiará a todos los habitantes del edificio e incluso del barrio.

Ese sentimiento compulsivo es precisamente el que une a la mujer con el conserje, lo cual genera una entrañable amistad que tiene mucho de experiencia de supervivencia compartida.

Con la temida grieta como una suerte de amenaza real o irreal, la vida cotidiana en el edificio se parece bastante a la rutina de un psiquiátrico sin médicos, enfermeros ni rejas.

En ese contexto, también los personajes secundarios –que por supuesto son los vecinos- tienen sus propias patologías y obsesiones: un hombre que ladra y emite aullidos por las noches como si se tratara de un cánido, un joven y solitario adicto que comparte la cocaína con el conserje, un fanático religioso que no tiene donde refugiarse y vive en forma clandestina y hasta la delirante propietaria de una librería.

Todos son parte de una fauna que comparte los desencantos de un barrio situado en la periferia de una sociedad desarrollada y que se ufana de su estilo de vida, aunque expulse a quienes ya no le resultan funcionales o productivos.

Ese es precisamente el caso de los dos protagonistas, quienes devienen perdedores en una enconada batalla cotidiana contra sus propias grietas existenciales.

Aunque este film depara momentos jocosos y hasta irónicos y un fino humor acorde con las pautas de una comedia inteligente, la historia realmente destila amargura y un profundo sentimiento de desencanto.

Las excelentes actuaciones protagónicas de Gustave Kervern y de la eterna e inconmensurable Catherine Deneuve transforman a “En un patio de París” es una historia realmente conmovedora, que convoca a una profunda reflexión sobre el amor, la vejez, la soledad, la depresión, la angustia y algunas de las obsesiones más arraigadas del presente.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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