Se puede ser singular y original sin actuar impulsado por la competencia sino por otros valores más altos y trascendentes. Uno de ellos es la preservación del arraigo y pertenencia al origen. Desde la fidelidad a quienes nos dieron la vida y nos prepararon para realizarnos como personas incluyendo el sitio que nos cobijó colectivamente, sus educadores y tradiciones locales. Pero también contribuye ser leales a la Nación y sus creadores, a los hacedores de un mundo revividos en la memoria colectiva de señaladas fechas. Fijando con la conmemoración los hechos, sucesos y valores generados en las mismas. Cambiar cualquiera de esas fechas al ocio y el consumo es un hurto deliberado a los componentes de la Nación a cuyos integrantes, simultáneamente se les exige responsabilidad y patriotismo.
La sociedad global
El auge de las comunicaciones y el transporte globalizados, la deslocalización del estudio, el trabajo y consecuentemente la vivienda hemos pasado, virtual pero también físicamente, a ser ciudadanos del mundo. Y como tales deberíamos ejercer nuestros derechos no supeditados únicamente a la representación indirecta en los muchos organismos globales. Mientras los medios digitales nos acercan a esa participación, nuestros países de origen pueden ser una interface idónea. Por este motivo se justifica votar en cualquiera sea el lugar desde donde lo hagamos.
Iguales en la diversidad
La convivencia pacífica no pervive en un sistema-mundo dividido. Desde el común origen de la especie, las opciones vitales tienden a la diversidad de formas con manifestaciones físicas, filosóficas, artísticas y religiosas amparadas por universales derechos humanos. De manera que la tolerancia al distinto, más que una virtud, resulta ser una obligación. La misma de los demás para con nosotros. Asimismo, las fronteras perforadas por los capitales deben poder ser atravesadas por las multitudes que buscan pacíficamente una vida mejor. Administrar ese derecho es desafío y a la vez obligación de los gobiernos intra y supra fronteras nacionales.
Un ejemplo cotidiano: El valor del silencio.
Desde mi lugar y por este medio tratamos de llegar a lectores sin imponernos. De hecho, la lectura es voluntaria. Nadie puede ser obligado a leer…pero sí nos obligan a escuchar hasta la saturación, la disfrazada información intencionada, el discurso demagógico, las engañosas falacias y, en el paroxismo, ya fuera de la legalidad, la mentira. Resistamos el ruido de los medios hegemónicos, ejerciendo el derecho a vivir también con el silencio apelando, como legítimo recurso, a no verlos ni escucharlos.
Por Luis Fabre
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