CINE: “El triángulo de la tristeza” | Las vulnerabilidades de la burguesía parásita

Las groseras diferencias de clase social, el desprecio y el menosprecio hacia el diferente, los ritualismos típicos de la burguesía más parásita, la rampante frivolidad del universo de la moda y la vulnerabilidad y los miedos del ser humano cuando debe enfrentarse a contingencias adversas absolutamente inesperadas, son los seis ejes temáticos sobre los cuales discurre “El triángulo de la tristeza”, la disfrutable, desfachatada, crítica y reflexiva comedia satírica de fuerte acento ideológico y hasta sardónico, del galardonado realizador sueco Ruben Östlund, que indaga en la siempre contradictoria etología de la condición humana.

En esta película sin dudas singular, el premiado cineasta, que cosechó en dos oportunidades la Palma de Oro del Festival de Cannes, se adentra en un mundillo contaminado por la frivolidad y las mezquindades de los estratos sociales más adinerados.

No en vano, la escenografía donde se desarrolla el relato es nada menos que un crucero de lujo, al cual pueden acceder únicamente los que pueden pagarlo.

En ese contexto tan particular se dirimen las flagrantes asimetrías sociales, que son características de las miserias del modelo de acumulación capitalista hegemónico en todo el planeta.

Empero, contrariamente a lo que podría pensarse, los protagonistas no son propiamente los oligarcas que habitan en una burbuja casi siempre escindida de resto de la sociedad, sino una pareja de modelos integrada por Yaya (Charlbi Dean) y Carl (Harris Dickinson).

Como otros colegas, estos dos jóvenes se aman a sí mismos, más por sus exuberantes físicos que por sus cualidades intelectuales, en una suerte de narcisismo enfermizo. En ese contexto, transforman a sus cuerpos en objeto de culto, lo cual los convierte en una suerte de apócrifos héroes para una pléyade de frívolos e idiotas seguidores, que los endiosan desde las redes sociales.

A raíz de esta situación, son invitados precisamente a un crucero dirigido únicamente a las elites, cuyos pasajeros son extravagantes multimillonarios que han hecho de su poder económico una suerte de religión.

Como si se tratara de una breve miniserie, la narración está dividida en tres capítulos, que pautan los diversos  acontecimientos e inflexiones emocionales de los personajes.

Mientras el primer segmento presenta a la pareja de atolondrados protagonistas, el segundo apunta a desarrollar los aspectos vinculares y el tercero al sorpresivo naufragio, que modifica radicalmente el destino de todos y corrobora, que en situaciones adversas, las diferencias de clase pueden difuminarse.

La intrínseca riqueza del film reside en la fauna que viaja a bordo del lujoso buque, que está absolutamente ajena y despreocupada con lo que sucede en el resto del planeta, porque, como todos los multimillonarios, poseen un planeta artificial propio.

En ese contexto, destacan particularmente el oligarca y empresario ruso Dimitry ( Zlatko Buric), quien se transformó en millonario cuando cayó el Muro de Berlín, vendiendo fertilizantes fabricados con estiércol, su esposa, una mujer “trofeo” mucho más joven que él, llamada Ludmilla (Carolina Gynning), un matrimonio de ancianos ingleses que fabrican granadas y minas terrestres, integrado por Winston (Oliver Ford Davies) y Clementine (Amanda Walker), una magnate alemana que padeció un derrame cerebral y perdió el habla, interpretada Therese (Iris Berben), un millonario reciente del rubro tecnológico que vendió su empresa, encarnado por Jarmo (Henrik Dorsin), y una anciana ricachona e insufrible llamada Vera (Sunnyi Melles), que acosa a una camarera a la cual trata como una esclava, llamada Alicia, personaje que está a cargo de Alicia Eriksson. En este caso, la absurda consigna es que toda la tripulación se arroje al agua desde un tobogán, pese a que esa práctica está absolutamente prohibida para los empleados por las reglas de la empresa.

Uno de los personajes sin dudas más extravagantes es el capitán Thomas- un alcohólico empedernido- encarnado magistralmente por Woody Harrelson, quien se encierra en su camarote y se desentiende del desarrollo del periplo. Lo realmente insólito es que este hombre, que tiene a su cargo la conducción de un barco colmado de ricos, es marxista. No en vano pasa todo el día escuchando la Internacional Comunista, lo cual supone una suerte de desafío para sus propios pasajeros, que naturalmente, por razones obvias, no adhieren a esa ideología.

Como se trata de un capitán “ausente”, la responsabilidad de que todo transcurra con normalidad recae sobre la rubia jefa de personal Paula (Vicki Berlin), quien exhibe un perfil particularmente prepotente y dominante, para mejorar su visiblemente devaluada autoestima y compensar naturalmente la insólita desaprensión de un personaje realmente patético.

Aunque los acaudalados clientes del crucero desprecian a la tripulación por su condición social, igualmente tienen la tentación de tener contacto con ella, para experimentar algo nuevo.

Sin embargo, este clima distendido y de jolgorio cambia radicalmente cuando la travesía se transforma en azarosa. En ese contexto, los agentes naturales conspiran contra esta gentuza que vive de renta y por cierto no está para nada acostumbrada a experimentar vicisitudes, porque tiene toda la vida programada acorde a su estatus social privilegiado.

En efecto, el destino de los pasajeros y tripulantes comienza a cambiar, cuando se inicia una furiosa tormenta en plena cena, lo cual naturalmente malogra la velada.

Al principio, ese fenómeno climático no parece turbar en modo alguno a los comensales. Sin embargo, con el tiempo, el panorama se va tornando cada vez más complejo.

En ese marco, en una de las secuencias sin dudas más disfrutables y hasta de humor ácidamente escatológico de la película, se produce un apagón, lo cual, naturalmente, deviene en un generalizado caos y confusión.

Queda claro que, en una coyuntura de esta naturaleza, los ricos son tan humanos y padecen las mismas consecuencias por el percance que cualquiera de nosotros. En efecto, en esas peculiares circunstancias, abundan los vómitos y las diarreas masivas entre los “malla oro” que viajan a bordo, lo cual supera la capacidad de los inodoros del barco. Por supuesto, el desmesurado consumo de alcohol y de comida contribuye a agravar la situación.

Con su capitán radicalmente borracho y discutiendo a través del intercomunicador con el millonario ruso –en un intercambio que confronta la visión capitalista con la socialista- el crucero se transforma en un escándalo y se termina la fiesta para todos, cuando la embarcación naufraga.

El tercer capítulo de esta comedia bien negra y con costados dramáticos, transcurre en una paradisíaca isla, donde recalan los sobrevivientes de la catástrofe, para vivir una experiencia absolutamente inédita y naturalmente no prevista cuando estos acaudalados parásitos contrataron el servicio.

En esas singulares circunstancias, aflora la extrema vulnerabilidad de los seres humanos, que en el caso de los ricos es más grave, porque están despojados del paraguas de privilegio que les otorga su condición social.

Por fortuna para los inútiles pasajeros, que en tierra viven usufructuando la fuerza de trabajo que le rapiñan a sus empleados, varios miembros de la tripulación están a la altura de las peculiares circunstancias.

Un ejemplo concreto de este nuevo cuadro- que oscila entre lo dramático y lo irónico- es la menospreciada empleada Abigail (Dolly De León), quien exhibe sorprendentes destrezas para pescar y encender un fuego que permita cocinar los únicos alimentos disponibles. Esta coyuntura modifica radicalmente el esquema de poder, porque, quien en el pasado fue una mera subordinada despreciada, se transforma en una suerte de líder y salvadora de los sobrevivientes.

La situación corrobora, una vez más, que las clases altas no puede valerse por sí mismas sin la clase trabajadora y, en una situación extrema, se requiere mucho coraje y entereza para enfrentar todas las vicisitudes.

En efecto, en esta desolada isla, pródiga en naturaleza, el patrimonio de los pasajeros deja de ser moneda de cambio por su inutilidad, lo cual derrumba estrepitosamente el poder económico de una oligarquía frívola y holgazana.

Aunque a priori todos los sobrevivientes parecen estar en las mismas condiciones, en realidad eso no es así. En efecto, los que afrontan mejor este percance son los que están acostumbrados a las dificultades, quienes tienen una clara ventaja sobre los multimillonarios, habituados a derrochar su dinero en cuestiones baladíes y a impartir órdenes que es imperativo acatar.

El realizador sueco Ruben Östlund juega hábilmente con las sensibilidades y las emociones humanas, en una suerte de irónica lucha de clases de tinte bien ácido y sarcástico, en la cual los proletarios toman el poder por imperio de las circunstancias y el capital se transforma en prisionero de su propia banalidad.

En ese contexto, la trama cinematográfica asume un formato cuasi teatral a cielo abierto, en el cual abundan los apuntes satíricos, que demuelen un statu quo hegemónico sólo sostenido en el poder del dinero y no en el de los talentos y las virtudes.

“El triángulo de la tristeza” es una comedia dramática bien desfachatada, osada y por cierto irreverente, que demuele la lógica de un modelo de convivencia –el sistema de acumulación capitalista que nos gobierna- erigido únicamente sobre las inequidades y las asimetrías sociales de origen, que dividen a la sociedad entre privilegiados, postergados y marginados.

Este largometraje que pese a estar nominada al Oscar a Mejor Película fue virtualmente ignorado por los jurados a cargo de la premiación, es una auténtica bofetada a la artificial fantasía de un neoliberalismo burdo y pacato.

La película denuncia –sin ambages- una suerte de vínculo simbiótico de impronta parasitaria entre el estamento oligárquico y la explotada clase trabajadora, que, en muchos casos, debe tolerar la subordinación a una sarta de inútiles que nacieron ricos desde la cuna o bien empresarios, muchos de ellos corruptos, que se apropian de la mayor porción de la renta producida por sus empleados y viven como reyes sin corona.

FICHA TÉCNICA

El triángulo de la tristeza (Triangle of Sadness). Suecia 2022. Dirección y guión: Ruben Östlund. Fotografía: Fredrik Wenzel. Edición: Mikel Cee Karlsson, Ruben Östlund. Reparto:Harris Dickinson, Charlbi Dean, Zlatko Buric, Dolly De Leon, Woody Harrelson, Vicki Berlin, Henrik Dorsin, Sunnyi Melles, Jean-Christophe Folly y Iris Berben.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

 

  

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