Brasil vuelve a la escena mundial

 

El presidente Lula no sólo enfrenta el imperativo de la reconstrucción nacional, sino también el de retomar el papel internacional de Brasil. Lo encara en el marco de la creciente competencia chino-estadounidense.

Antes del viaje de seis días a China a partir del 25 de marzo, visitó EEUU por tres días a principios de febrero. Sus concordancias con el presidente Joe Biden fueron esencialmente políticas, en torno al tema democrático. Los episodios golpistas del 8 de enero en Brasilia y los paralelismos con el proceso que culminó con la invasión del Capitolio en Washington en 2021, revelaron la necesidad recíproca de aislar a la extrema derecha.

Lula, a pesar del gran apoyo con que cuenta en los círculos de poder internacionales, necesita fortalecer su legitimidad interna, dado que gran parte de la comunidad empresarial y las clases medias son fuertemente anti lulistas y tienen fuerza para destacarse ante la oposición bolsonarista en el Parlamento.

En la entrevista que le dio Lula a Christane Amanpour en CNN, el temario de Lula era más amplio. Los ataques a la democracia en Brasil, sin duda, pero también el papel de los militares en la política, los juicios contra el expresidente Jair Bolsonaro, la guerra en Ucrania, la polarización política y la fuerza de la extrema derecha, y los temas ambientales, sobre los que sigue esperando la definición de apoyo de EEUU a la Amazonía, tras la visita a Brasilia del enviado especial de EEUU para el clima, John Kerry.

 El visitante de primer nivel reiteró la intención de su gobierno de colaborar con medidas para proteger los bosques brasileños, pero no estaba seguro de los valores a aportar. El fondo Amazonía ya tiene aportes concretos de Noruega y Alemania.  Al hablar a la prensa frente a la Casa Blanca, Lula dejó claro, sin embargo, que no quiere “transformar la Amazonía en un santuario para la humanidad” ni renunciar a la soberanía brasileña sobre la región.

En la agenda democrática de EEUU hay empero notorias divergencias con Brasil. La Cumbre por la Democracia en diciembre 2021 fue convocada por el presidente Joe Biden con un discurso contra los países no alineados, en particular China, Rusia, Irán y Venezuela. Lula, por su parte, a pesar de su interés por el frente democrático contra el ascenso de la extrema derecha, sigue su pragmatismo y el principio de no intervención en los asuntos internos. No solo eso. Lula ha demostrado que no adhiere a la línea de intentar aislar a Venezuela y Cuba y sigue oponiéndose a las sanciones estadounidenses como forma de tratar con estos países.

Describiendo la situación de aislamiento internacional de la que procura sacar al país,

Lula dijo ante Biden que Brasil se ha marginado en los últimos cuatro años, ya que a Bolsonaro “no le gustaba mantener relaciones con ningún país” y “menospreciaba las relaciones internacionales”. Según Lula, Bolsonaro es una copia fiel (de Donald Trump). No le gustan los sindicatos, no le gustan los trabajadores, no le gustan las mujeres, no le gustan los negros, no le gusta hablar con los empresarios, no le gusta hablar con la prensa”. Al final del discurso de Lula, Biden sonrió y dijo que le resultaba muy familiar, en alusión a la forma de hacer política de su antecesor.

El pragmatismo y la experiencia de Lula no permitieron que Biden guiara la reunión. El actual presidente estadounidense presionó para que Brasil se pusiera del lado de Volodymyr Zelensky en la guerra de Ucrania. Sin embargo, el presidente Lula ya había negado su participación en el conflicto en la reunión con el presidente francés, Emmanuel Macron, y con el canciller alemán Olaf Scholtz una semana antes, durante la visita de éste a Brasilia.

Lula no solo rechazó su participación en ambos casos, sino también su intento de crear un grupo de países para buscar la paz. Su viaje a China reafirma esta tesitura de independencia de criterio. El presidente brasileño dejó en claro, en rueda de prensa, que no se sumará a una nueva Guerra Fría. Lula también se reunió con las diputadas demócratas Pramila Jayapal (Washington), Alexandria Ocasio-Cortez (Nueva York) y Sheila Jackson Lee (Nueva York) en Blair House, así como con el senador Sanders, del Partido Demócrata. Sanders y Lula destacaron el imperativo de fortalecer los cimientos de la democracia, con énfasis en los riesgos de la desinformación. Tanto Trump como Bolsonaro basaron su accionar político en la difusión de noticias falsas y el debilitamiento de las instituciones estatales.

Lo que se observa claramente es que EEUU ahora está disputando la posición internacional de Brasil con el nuevo gobierno de Lula. Se sabe que la influencia brasileña es significativa en toda la región sudamericana y que la actual diplomacia brasileña debe converger con movimientos internacionales que busquen fortalecer el orden multipolar. Para Lula, no se trataba de obtener grandes conquistas de los EEUU, que estos últimos parecen incapaces de ofrecer, como se evidenció.El objetivo es establecer un buen canal de diálogo y evitar que EE.UU. se convierta en un obstáculo para el movimiento global de la diplomacia brasileña.

Estados Unidos fue, durante el siglo XX, el principal socio comercial de Brasil. Esa posición fue suplantada por China en 2009, y desde entonces su participación en el comercio exterior ha cambiado significativamente. En 2022, Washington representó alrededor del 14% del comercio exterior brasileño, mientras que Beijing estuvo cerca del 27%, es decir, prácticamente el doble de la participación de EEUU. Obviamente, este redireccionamiento del flujo comercial, pero también de inversiones y acuerdos de cooperación, refleja profundos cambios sistémicos e influye en la inserción internacional de Brasil.

En 2022, el comercio bilateral entre Brasil y EE. UU. alcanzó los 88.700 millones de dólares. Este año, Brasil importó 51,300 millones de dólares y exportó 37,400 millones de dólares a EEUU, con un déficit de 13.900 millones de dólares. A pesar del déficit comercial, la canasta exportadora tiene un mayor valor agregado en comparación con las exportaciones a China.

A diferencia de EEUU, China tiene con Brasil una balanza de comercio exterior sistemáticamente favorable a Brasil. Solo en los últimos seis años, el mercado chino ha generado alrededor de 180.000 millones de dólares en superávit comercial. De hecho, desde 2002, antes de que Lula asumiera, el flujo comercial pasó de 4.4000 millones de dólares a casi 68.000 millones para cuando la presidenta Dilma Rousseff fue destituida, en 2016. Y a pesar de la errática diplomacia de Bolsonaro, en 2022 el comercio totalizó 150.000 millones de dólares, lo que representa un superávit de 28.900 millones de dólares.

En Brasil, la conexión histórica con los EE.UU. y sus aliados produjo una socialización y mentalidades ligadas a las ideologías y estilos de vida norteamericanos. Las fuerzas políticas y sociales pro-EEUU en Brasil están compuestas principalmente por partidos de derecha, empresarios, los principales medios de comunicación y sectores de las clases sociales media y alta, especialmente los segmentos más cosmopolitas que comparten una mayor afinidad con este campo occidental. Recientemente, bajo el gobierno de Bolsonaro y el fortalecimiento de la extrema derecha, eso se acentuó.

Con la elección del gobierno de Lula, Brasil debe dar un giro en su política exterior, enfatizando una vez más la cooperación Sur-Sur y los Brics, la alianza de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Debido a que la de Brasilia es una coalición de gobierno muy heterogénea, hay grupos políticos y perspectivas muy diferentes. De hecho, Brasil vive hoy una contradicción latente. Por un lado, la socialización define inclinaciones culturales e ideológicas hacia los EEUU. Por otro lado, el mercado exterior y las ganancias económicas dependen cada vez más de China. En una palabra: la élite brasileña sueña con Miami pero tiene el bolsillo ligado a Shanghai. Quizás el sector más ilustrativo sea el propio agronegocio, cuya dependencia del mercado chino es enorme, pero con un alineamiento hasta hoy total con el expresidente Bolsonaro.

Ante este escenario, todo indica que Lula buscará extraer las mejores posibilidades frente a la transición sistémica y la creciente multipolarización. Una política exterior que negocie las mejores condiciones para la inserción internacional y sirva para apalancar el desarrollo nacional. En otras palabras, lo que sí sabemos es que Lula no realizará ningún tipo de alineamiento automático, en la línea de la propia tradición de Itamaraty, rota por Bolsonaro al alinearse con Trump.

Es que Lula sabe que Estados Unidos ya no es la potencia hegemónica que surgió de la posguerra en 1945. La reciente reunión Lula-Biden ni siquiera produjo una señal de grandes inversiones o importantes acuerdos de cooperación. La diplomacia brasileña debe dar prioridad a la cooperación Sur-Sur, en especial al proceso de integración sudamericano, que incluye retomar y potenciar Celac y Unasur.

China, como potencia emergente, es un campo que da más posibilidades y mayores oportunidades a Brasil, aunque las exportaciones brasileñas al país asiático se concentran en productos primarios, especialmente soja, petróleo y mineral de hierro. Esta es solo una dimensión de una problemática desindustrialización brasileña que data de la década de 1980. De hecho, entre 1995 y 2020, Brasil pasó del puesto 25 en el ranking de complejidad económica al 60, mientras que China pasó del 46 al 17. Es decir, no se depende de China, sino de las materias primas.

Desde el final del gobierno de Dilma, a partir de 2014, la situación económica en Brasil se ha deteriorado rápidamente. Según datos del segundo cálculo del centro de investigación de la Fundación Getúlio Vargas, Brasil cerró la década de 2011 a 2020 como la peor para la economía en 120 años, con un crecimiento medio del Producto Bruto Interno (PBI) de solo 0. 3%, incluidos tres años de disminución: 2020 -4.3%, 2016 -3.3% y 2015 -3.5%. En 2021 y 2022, en un contexto de pandemia, cuya gestión fue desastrosa en Brasil, la situación socioeconómica se tornó aún más problemática, tornando la inseguridad alimentaria a ser de extrema gravedad.

Finalmente, es un período histórico disruptivo de transición sistémica. China es un país clave para lograr un orden multipolar frente al neoliberal y unilateral promovido por Washington. China también puede convertirse en una variable clave para apalancar la industrialización de Brasil, siempre que las inversiones y los acuerdos de cooperación estén condicionados por transferencias de tecnología y empresas conjuntas. Corresponde entonces a Brasil realizar una lectura certera de las oportunidades y desafíos para impulsar el desarrollo nacional y ocupar un lugar en el sistema internacional compatible con su estatura.

Esta nota se basa en un trabajo de Diego Pautasso, doctor y magister en Ciencias Políticas de la Universidad de Río Grande Do Sul, publicado en Operamundi.uol, y tomado con su autorización.

 

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