Al acecho (Cacerías poéticas)

Extrañeza y sensación de ahogo, por una parte, y un código de escritura y de lectura que se va abriendo paso hasta alterar el orden natural de las cosas y transformar, así, el mundo. De esa manera es el libro de poemas “Una cierva colgando de la trampa”, de Lourdes Peruchena, que fue presentado el 6 de diciembre de 2022 en el Espacio Verde de Cofac por Leonardo Lesci, editor, y la poeta Claudia Magliano, con la lectura de algunos poemas por parte de la autora.

Lourdes Peruchena es historiadora y docente de la Udelar y en el Consejo de Formación en Educación (CFE) y tiene un ensayo histórico: “Buena Madre, Virtuosa Ciudadana. Maternidad y política en las mujeres de las élites (Uruguay, 1875-1905), en 2010, Montevideo, que obtuvo el Premio Anual de Literatura del MEC. Tiene libros colectivos en Uruguay y Argentina: Polifonía (1988, Montevideo), Sexto Encuentro Literario Internacional (2005, Córdoba, Argentina), Poéminas (2016, Montevideo) y Antología entre o  samba e o tango (2017, Brasil). Además de algunas poemas y cuentos publicados en revistas uruguayas y argentinas.

Su primer libro de poesía publicado fue en el año 2017 (“La magnolia es infinitamente más que una flor”, en Civiles Iletrados editores). Participó de talleres literarios con Silvia Lago y Jorge Arbeleche, y el que coordinó la poeta María Gravina, a fines de los años 90.

Este libro, que publicó Hurí, arte y edición con un diseño ágil, límpido y moderno, y una tapa de excelencia gráfica, obtuvo el segundo premio del Concurso de Poesía “Saúl Ibargoyen” de la Casa de los Escritores del Uruguay en 2019.

El poemario comienza con un prólogo de Claudia Magliano, donde afirma que aquí se podrá conocer el esplendor de la belleza, “aun en lo que duele”, y luego tiene dos partes, donde la última es un único poema donde se arriba a Comala pero no a buscar a su padre, sino a ser lo que está llamada a ser, a ser mitad humana y mitad animal. O lo que de animal tenemos los humanos. La transformación.

La primera extrañeza proviene de su forma, por la que la poesía se convierte en prosa poética pero que, en su caso, nos obliga a hacer la pausa allí donde debiera estar. La segunda extrañeza recae sobre lo dicho: hay cazadores, hay víctimas, hay trampas para las futuras víctimas, pero no sabemos bien quién es quién. De pronto el cazador parece ser acosado y la víctima victimario, pero pronto entendemos que aquí se trata de la poesía del acoso y, por elevación, del acoso hacia lo femenino y/o lo débil.

Hay un deseo de muerte, de todas las posibles, hay un deseo de “muérame despacio sin capacidad alternativa” que por extensión se lleva todas las muertes hasta quedar  “como una muñeca en desuso”, sin alma.

El acecho parece ser al revés, la gacela o el venado acecha al cazador, puesto que debe estar listo para escapar, y si algo asegura el poema (y la poeta) es que no le será posible evadirse, que el tiro siempre le alcanzará. Ya hay una bala pronta para tu libertad, pareciera decirnos, por lo que más vale disfrutar ahora antes que sea tarde pero siempre precaviéndose. Como si se estuviera a la defensiva.

La cierva, como animal pacífico que es y cuya representación, desde los dibujos paleolíticos, la muestra siendo cazada por el hombre, representa entonces a todos los seres desvalidos del universo. Y las mujeres, en esa lógica de la caza, son las víctimas de un mundo desigual y ferozmente patriarcal. La cierva aquí es casi una “sierva”, que debe servir (para el hombre, el hombre genérico y particular).

“Apoyé la piel amarillenta en la piel del enemigo me alimenté del sexo suyo/ hasta que desembarcó el amigo el salvador los puros llegaron en sus máquinas/ de crimen y castigo/ me dieron caza/ con su tijera de escarmiento raparon mis cabellos y mis días…”, dice, como si no pudiera ser libre, o como si se hubiera extinguido el periodo de libertad y entonces haya necesidad de escarmentar. El castigo, a veces, “es invisible a los ojos” pero igualmente de efectivo.

Los poemas no tienen título, y de pronto no sabemos bien ni quién está hablando ni sobre quién se habla. Dice, por ejemplo: “los camastros del hotel huelen muy rancio/ ¿cuántos han aborrecido su existencia en ese lecho? ¿cuántos se han orinado/ en su maldito lecho?/ el olor a boda cuesta una vida quitárselo de encima:/ podría derrotarlo una muerte de sexo perfumada”.

Además, “debes quedarte en el frente en la batalla fragorosa hasta que te dé la muerte/ sepultura o hasta que la sepultura te albergue por los días de los días”. Y aquí veo una suerte de deriva bíblica, de enfrentar los mandatos decimonónicos y de enfrentarse a la muerte sin descanso. Y esa suerte, que ya está echada, será para siempre, por lo menos de ahora en más.

“Un único disparo quebró el cielo”

El destino está prefijado desde el momento que dice que la bala “ya duerme en tu nuca”, por tanto todo lo que haga tendrá el mismo fin, y “huir se huye/ o no”. Porque algún día te habrá de alcanzar esa bala que está destinada a poner fin al sufrimiento. Y de allí concluiremos que la vida es sufrimiento constante.

“Estoy en esa cacería/ huelo el rastro de quien huele mi rastro/ los tobillos quebrados impiden la huida/ la brisa trae y lleva los terrores/aromas/ esa cacería/ termina con la muerte/ y el trofeo cuelga/ de una pared/ desconocida”. Es que, en definitiva, habrás de dilucidar “si prefieres ser la cuerda/ o te basta con ser verdugo”.

Ese sufrimiento tiene algo de redención. Es que si la redención sirviera para despojar al mundo de su crueldad, entonces el sacrificio sería necesario:

 “yo estaba allí
colgando del gancho
como la oveja descarriada
de la que hablaba el profeta
la piel perdida y mi carnehuesa
lista para cortar y clasificar:
carne de cordera
que quitas el pecado del mundo
danos la paz
cordera de dios
que quitas las penas del mundo
dame tu paz”

En puridad la poeta se muestra en cuerpo y alma, se desnuda entera, desnuda sus sentimientos y no oculta la imposibilidad de una vida tranquila. Ve el mundo desde los ojos de alguien que va a morir, como todos, pero no como los ojos de los que van a matar. Dice: “una carnicería es un acto simple:/ cortar, masticar, tragar/ en cuerpo y alma un cuerpo y un alma”.

Y este cuerpo y esta alma es el de la humanidad, arrojada fuera del Paraíso y convertida en una presa codiciada por los lobos hambrientos que una vez fueron humanos.

(Una cierva colgado de la trampa, Lourdes Peruchena, Hurí arte y edición, 2022, Uruguay, 66 páginas)

Por Sergio Schvarz
Escritor Periodista

 

 

  

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