“El bolsonarismo construyó una corriente neofascista de masas, lo cual es una novedad en Brasil. La derecha jamás había logrado disputar las calles con la izquierda, salvo quizás en los años treinta con el integralismo. La derecha brasileña siempre fue institucional, en el sentido de que intervino a través de instituciones como las Fuerzas Armadas. Ahora lo que tenemos es un movimiento popular de extrema derecha. Yo no creo que sea provisorio.” Los conceptos se publicaron hace cinco meses, pero están vigentes, lo cual es un particular mérito en el periodismo, y un aval a la capacidad de quien lo hace. Son de Breno Altman, periodista y cuadro histórico del PT brasileño, y la entrevista fue realizada antes de la primera vuelta electoral, el 2 de octubre, por Marco Teruggi y Mario Santucho para la publicación argentina Crisis, https://revistacrisis.com.ar/
Sobre la base social del bolsonarismo y su organización, Breno Altman observa “cuatro tipos de estructura. Primero, el aparato armado del Estado, no tanto las Fuerzas Armadas pero sí las policías militares. Recordemos que en Brasil las policías militares son una creación de la dictadura que jamás ha sido revocada. Surgen como reemplazo de las antiguas guardias públicas de las provincias encargadas de la contención de los crímenes en la calle, para ejercer la represión supeditadas a las Fuerzas Armadas y ya no a los gobernadores, con un tipo de jerarquía militar: coroneles, mayores, tenientes, capitanes. Cuando termina la dictadura esas policías vuelven a estar supeditadas a los gobiernos estaduales, pero eso es algo formal porque siguen estando articuladas a los comandos militares de la región. Es una estructura importante, unos 500 mil agentes. Bolsonaro hizo toda su carrera política defendiendo sus intereses económicos y durante su gobierno las financió y empoderó de manera notable. El segundo sector que alimenta este movimiento popular de masas son los más importantes grupos evangélicos del país, un verdadero partido profético. La tercera estructura son las milicias, grupos paramilitares de ultraderecha que aparecieron en los años noventa, especialmente en Rio de Janeiro. Casi todos sus integrantes provienen de la Policía Militar y se organizan para combatir clandestinamente el tráfico de drogas, es decir por fuera del sistema de exigencias legales. Pero en el camino se dan cuenta de que podrían hacer otra cosa más provechosa, que es controlar los territorios y gerenciar las actividades económicas que allí se realizan. Vender protección, pero también controlar las conexiones a servicios como el cable, gas, electricidad. Y finalmente también se involucran en el tráfico de drogas. Hay una cuarta fuerza más reciente, que emerge en 2016 y tiene que ver con los dispositivos que han logrado una actividad muy intensa e influyente en las redes sociales. Y creo que hay una quinta forma de organización surgida ahora que son los clubes de tiro; acá en Brasil se llaman CAC (Colecionador, Atirador e Caçador), y se han multiplicado. Siguen teniendo el apoyo de un sector de la burguesía, cuentan con una presencia importante en los sectores medios, van a mantener una fuerte presencia parlamentaria y van a elegir algunos gobernadores. Para nada veo al bolsonarismo como un fenómeno pasajero.
En la pregunta de cómo se llegó a esta situación, aparece la posibilidad de que Bolsonaro haya sido instrumental al establishment, y luego se salió de control. Para Altman, es un fenómeno multicausal y encara lo que entiende sus orígenes fundamentales. “Brasil vive desde los años noventa, como toda Latinoamérica, una crisis estructural de sus economías porque el neoliberalismo provocó una reorganización económica que nos quitó el vector central del desarrollo que era la industria. Nos convirtió otra vez en productores de materia prima y productos agrícolas. Eso implica, particularmente en los países que habían alcanzado un grado más elevado de industrialización, como Brasil y Argentina, un deterioro de las condiciones sociales. Y fue generando progresivamente un malestar social. La izquierda pudo capitalizar ese malestar durante los primeros diez años del siglo veintiuno. Trabajaba siempre con esa fórmula: la descomposición social del neoliberalismo fortalece a la izquierda. Ahí está nuestro primer error, porque la descomposición social puede llevar a otra cosa también. Por otro lado, esa izquierda ya no era rupturista, no era revolucionaria, ya no quería destruir al sistema y poner otro a funcionar. Se trataba ahora de llegar al gobierno por la vía institucional y cambiar desde adentro con una estrategia muy gradualista. Esos gobiernos lograron en algún momento mejorar la situación del pueblo, sin introducir cambios estructurales. Simplemente se amplió la demanda mejorando el poder adquisitivo de las mayorías, se invirtió mucho en obra pública y eso funcionó bien durante un tiempo. Pero eso tiene un límite, porque solamente funciona cuando el mercado está en su fase de expansión a nivel global. Cuando se modifica esa situación, como sucedió a partir del 2008, ocurre que esos factores, utilizados como resortes por los gobiernos progresistas, pasan a ser gastos para la burguesía que aumentan sus costos de producción y reducen su tasa de ganancia. Entonces comenzaron a presionar por una agenda ultra liberal para reducir los sueldos, rebajar derechos y de ahí para adelante. Esa es la base material que acá en Brasil lleva a la burguesía a dar un giro en dirección al golpe en 2016.”
No siendo Bolsonaro la opción preferida por los poderes, la cuestión es cómo llega a posicionarse para serlo. “Los viejos partidos de la burguesía no tenían condiciones para derrotar al PT por su rol en la sociedad brasileña. Ellos no podían conectar con un elemento central en el golpe de 2016, que fue la movilización social de las capas medias. Eran puros partidos electorales. Entonces emerge el neofascismo, que había tenido su ensayo general durante las movilizaciones de junio de 2013. Ese movimiento comenzó siendo empujado por la izquierda, pero la derecha disputó el comando de las manifestaciones. Allí tienen un papel importante ciertos grupos de extrema derecha extraparlamentarios, que operan en las redes sociales y logran organizar el odio social de las capas medias para volcarlo contra el gobierno de Dilma (Rousseff). El PT hizo una cosa muy rara: una alianza entre los más pobres y los súper ricos. Los millonarios ganaron plata como jamás habían ganado antes, porque no se alteró su stock de riquezas ni su renta. Y los más pobres crecieron mucho gracias a la transferencia de ingresos que tenía como fuente a los impuestos que salían de las capas medias. Eso hizo que los sectores medios se sintieran doblemente presionados, por arriba y por abajo. Y empezaron a ser atraídos por un discurso de extrema derecha que puso en el centro la lucha anticorrupción. La ecuación es simple: la plata que pagas en impuestos se la roban los políticos. ¿Qué hacen los partidos burgueses en 2016 cuando se desatan las grandes manifestaciones contra Dilma? Contrataron, entre comillas, a esas jóvenes tropas de extrema derecha, que se mueven como pez en el agua en la movilización social y no están bajo el comando de los partidos. Cuando los partidos burgueses logran destituir a Dilma y asume (Michel) Temer, le piden a las tropas de ultraderecha que vuelvan a sus casas, porque ahora volvía la política de los adultos. Pero esos grupos les dicen que no: “ustedes son como ellos y también son nuestros enemigos”. Es ahí cuando Bolsonaro emerge como el representante de esos grupos. Y les ofrece una perspectiva de poder. Entonces hay sectores de la burguesía que apoyan también a Bolsonaro. Ellos razonan así: mira ese tipo loco, de escasa educación política, al que yo jamás invitaría a comer en mi casa, pero tiene capacidad de combate y es capaz de enfrentar al PT.”
Seguramente pensaron que lo podían disciplinar. “Exactamente. Hay que tener en cuenta también la operación Lava Jato, que incluye el apoyo de los grandes medios de comunicación y consolida el clima anticorrupción como un elemento de la lucha contra Lula. Son distintas tramas que se vinculan y encuentran en Bolsonaro al receptáculo político. Ahí comienzan las diferencias con el fascismo. Yo utilizo una expresión un poco en broma un poco en serio para describir a Bolsonaro: él es liberal-fascista. Sus ideas son ultraliberales en términos económicos, como (el diputado argentino Javier) Milei. Pero su lógica es fascista en términos de la organización del Estado. A él le encantaría cambiar el régimen político por alguna forma de estado policial, pero su modelo no son las viejas dictaduras. Su ideal es la Colombia de Uribe, o sea una pantalla institucional donde todo parece funcionar muy bien pero por abajo hay un estado policial que mata mucho más que la dictadura argentina.”
La burguesía finalmente rompe con él porque “Bolsonaro es disfuncional, genera demasiadas crisis. La burguesía brasileña, en el modo de inserción neocolonial que vivimos, necesita de buenas relaciones con el exterior y Bolsonaro ha generado crisis con China, con países de Europa, con el cambio de gobierno en Estados Unidos, en el Mercosur. Todo eso es un lío para los negocios. También genera inestabilidad interna, porque Bolsonaro provoca y necesita el renacimiento del PT. Entonces, para la burguesía él es una buena solución para derrotar el PT, pero después hay que pasar a otra fase, y él no quiere. Y la burguesía brasileña no está dispuesta, en este momento histórico, a bancar una dictadura militar o un estado policial. En términos conceptuales, el bolsonarismo es una variable del viejo bonapartismo identificado por Marx en el 18 Brumario: es una fuerza externa al sistema burgués, que gana fuerza cuando el sistema está en colapso político y busca reorganizar al Estado desde afuera hacia adentro, inclusive enfrentando a los viejos partidos y a la burguesía. Este bonapartismo tiene un ala que podríamos llamar bonapartista institucional, que son las Fuerzas Armadas. Desde el principio apoyaron a Bolsonaro para volver a tener un rol protagónico en el Estado brasileño, no a través de una dictadura sino por vía institucional. Las Fuerzas Armadas ingresan a esta fase alrededor de 2012, cuando llegan a la conclusión de que el PT es su enemigo.”
Publicado Inicialmente en revista Crisis
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