El tiempo y el espacio como protagonistas de una peripecia insólita, que condensa las vivencias del pasado y el presente, los sueños, los deseos, las fugas hacia adelante para evadir situaciones peligrosas, el amor, la felicidad y el drama, son las materias temáticas de “Todo en todas partes al mismo tiempo”, el imaginativo y aclamado film de cienciaficción alegórica del dúo de realizadores Daniel Kwan y Daniel Scheinert, que aspira a once premios Oscar.
Pese a que es acotada, la producción de estos dos creativos cineastas, que comenzaron filmando cortos y han dirigido únicamente dos largometrajes, destaca particularmente por su originalidad y la estética rupturista de su formulación visual.
Este proyecto artístico –que aún está en estado embrionario- es una suerte de cine experimental, que apela recurrentemente a la fantasía, a la cienciaficción y al absurdo.
En esta aclamada película, que impacta por su lenguaje iconoclasta y la proliferación de imágenes de compleja percepción al ojo humano, los realizadores apelan al multiverso, un concepto que los científicos emplean para describir la idea que existen otros universos paralelos al nuestro que trascienden a los sentidos y describen eventuales regiones del espacio en planos diferentes a nuestro universo o universos burbuja que fluyen constantemente.
Aunque se trata de meras teorías sin evidencia científica, todas tienen en común que el tiempo que transcurre para nosotros y el espacio visible u observable no es la única realidad.
En el cine, este fenómeno tiene naturalmente su antecedente en la exitosa tetralogía de “Matrix”, una saga cinematográfica que cosechó multitudinarias adhesiones de cinéfilos imaginativos y amantes de las emociones fuertes. Aunque se trata de una producción comercial de industria y destaca particularmente por sus sorprendentes efectos especiales, tiene casi siempre un trasfondo alegórico.
Pese a que en este caso ambos cineastas no replican propiamente las técnicas ni los artilugios de esta célebre serie cinematográfica, las referencias a este precedente son insoslayables.
La radical diferencia de este film que tiene un título inusualmente extenso, es que los protagonistas de este relato que contiene a su vez otros relatos paralelos, no son científicos sino personas comunes, que viven una aventura fantástica en el decurso de las más de dos horas y media de metraje de una propuesta realmente inclasificable.
“Todo en todas partes al mismo tiempo”, que discurre a través de varios géneros, no es realmente un drama, aunque sí tiene algunos costados dramáticos, vinculados particularmente a las disfunciones familiares. Es sí, por momentos, una jocosa comedia, una sátira delirante y también cine de acción –con abundancia de artes marciales al mejor estilo de los subproductos de ese subgénero con el sello del Hong Kong que tanto éxito de taquilla concitó en las décadas de los setenta y los ochenta- de consumo naturalmente bien gastronómico.
Empero, este largometraje, que a priori puede ser observado y valorado como cine liviano y meramente pasatista, tiene también su ángulo reflexivo, que alude al amor, la culpa, el miedo, el coraje y los sueños. Empero, tampoco faltan el humor escatológico y la ironía.
Por ejemplo, ¿puede haber mayor utopía que estar en dos sitios y en dos tiempos a la vez o escapar de una situación peligrosa cuando todo parece perdido? Eso y mucho más sucede en esta película que entretiene desde el comienzo hasta el epílogo, por más que, cuando el espectador abandona la sala de exhibición, se retira cavilando y rumiando sobre la posibilidad que todo lo que observó en la pantalla puede ser posible.
En ese contexto, la protagonista de esta historia de ficción es la china migrante y residente en Estados Unidos Evelyn Wang (Michelle Yeoh), cuya vida es un auténtico caos. Mientras regentea una lavandería financiada con créditos y trabajada con gran esfuerzo, debe afrontar por lo menos cuatro grandes desafíos: dirimir sus conflictos con su errática y lesbiana hija, afrontar un eventual divorcio, reunirse con el padre de quien ha permanecido separada hace décadas e intentar evitar que le embarguen y le rematen su local comercial por tributos impagos.
A priori, su situación parece realmente compleja y una encrucijada que se avizora insalvable. Todos estos problemas –que se suscitan en este momento y en este lugar – parecen de imposible solución, por más que la protagonista es una mujer corajuda y acostumbrada a vencer dificultades.
El momento más complejo coincide con la obligada concurrencia a la oficina tributaria- una suerte de Dirección General Impositiva- donde deberá dirimir una lucha titánica con una severa, irascible y alienada recaudadora, encarnada magistralmente por la madura pero siempre talentosa Jamie Lee Curtis.
No obstante, lo más inverosímil es que en medio del complejo trámite burocrático, que tiene pocas posibilidades de prosperar, el marido de la protagonista le presenta sorpresivamente un documento en el cual solicita el divorcio. Si a esta coyuntura se suma la visita de su padre, un chino reaccionario y conservador a ultranza, y el conflicto de género que le plantea su hija con una novia occidental, la situación de la mujer se torna realmente desesperante.
En su fuero íntimo, se siente atrapada e incapaz de solucionar simultáneamente todos los inconvenientes que se le presentan. En esas peculiares circunstancias, la interrogante es: ¿qué hacer? La respuesta, aunque pueda parecer irracional, es escapar.
Empero, en este caso no se trata de huir fuera de la oficina, de la lavandería o de su cotidianidad. Hay, en este enrevesado juego de multiversos cuya existencia ignoraba, una posibilidad de salvación: mutar de humilde lavandera en legendaria heroína.
En esta película, esto es posible. En realidad, todo es posible, como que su pacífico marido se transforme en un consumado experto en artes marciales y derrote con sus destrezas a toda la guardia de seguridad de la oficina, hasta que la protagonista derribe de un puñetazo a la furiosa funcionaria tributaria.
Por supuesto, en medio de ese torbellino multidimensional, la pareja podrá aparecer y desaparecer a su antojo y hasta sobrevivir al ataque de los custodias mediante variadas estratagemas, que, cuando es menester, no excluyen la violencia.
En ese mundo paralelo, que no soslaya recuerdos a menudo dolorosos de su pasado en China, la protagonista se siente fuerte y capaz de vencer todos los obstáculos que en la vida real parecen insalvables. Ahora, es una suerte de heroína de leyenda, que asumirá –sin proponérselo- el liderazgo de los derrotados y los desesperanzados y enfrentará, sin claudicaciones ni actitudes dubitativas, todos los males de una realidad injusta, que castiga a quienes deben soportar sumisamente los excesos de los que detentan el poder, en una sociedad mundial tan inicua como perversa.
La proliferación de imaginativos efectos especiales transforma a esta peculiar historia- que incluye otras historias paralelas- en un auténtico caos visual, construido mediante efectos especiales propios de la era digital y un plausible trabajo de fotografía y montaje.
En este relato de lenguaje visual realmente impactante, hay permanentes apelaciones al absurdo, a lo surrealista y, naturalmente, a una iconografía de naturaleza onírica.
No en vano, el célebre médico psiquiatra austríaco Sigmund Freud, padre del psicoanálisis, identifica a los sueños como un producto residual del inconsciente, en cuyo marco el durmiente reconstruye y condensa, en ese universo paralelo, sus más entrañables deseos y aspiraciones, pero también se libera de las ataduras de la represión que lo limita en su vida cotidiana.
En ese marco, la concepción freudiana es sinónimo de libertad. En efecto, en el universo onírico casi siempre somos lo que queremos ser y hacemos lo que queremos hacer, mofándonos de las cortapisas, los prejuicios y las prohibiciones que nos impone el statu quo social hegemónico.
No en vano, la protagonista debe enfrentar nuevamente a un padre implacable, que en el pasado la expulsó literalmente de su hogar, lidiar con la crisis conyugal y aceptar el lesbianismo de su hija, que es una mujer emancipada y sólo aspira a ser feliz con su pareja.
En ese vertiginoso entrecruce entre realidad e irrealidad, la desdichada mujer devenida en heroína, se impone también sobre la pérfida recaudadora de impuestos, acostumbrada a capitalizar su pequeño espacio de poder para martirizar a los morosos, que fungen como meras víctimas propiciatorias y seguramente válvulas de escape de sus propias frustraciones.
En el planteo de esta película está en juego, más allá de ese abrumador festival de imágenes, formas y colores que impactan las retinas del eventual espectador como recursos formales que sostienen la trama cinematográfica, nada menos que el miedo paralizante y la baja autoestima, dos cuadros recurrentemente estudiados por la terapia cognitivo conductual.
En este caso, la clave es que las personas, como la humilde lavandera, descubran sus propias potencialidades. Esta mutación puede ser explicada con el socrático método de la mayéutica –partera en lengua original- que el célebre filósofo griego Sócrates empleaba con sus discípulos para que estos descubrieran las grandes verdades y las virtudes que subyacen en sus propios intelectos.
Más allá de eventuales disquisiciones metafísicas, “Todo en todas partes al mismo tiempo” es una película de ciencia ficción pero de impronta simbólica y si se quiere hasta alegórica, que corrobora hasta qué punto el ser humano es un desconocido para sí mismo, si no asume un profundo ejercicio introspectivo destinado a abortar sus infundados miedos, sus prejuicios y sus más arraigadas, irracionales y apócrifas creencias.
FICHA TÉCNICA
Todo en todas partes y al mismo tiempo (Everything Everywhere All at Once). Estados Unidos- China 2022. Dirección y guión: Dan Kwan y Daniel Scheinert. Fotografía: Larkin Seiple. Música: Son Lux. Montaje: Paul Rogers. Reparto: Michelle Yeoh, Stephanie Hsue, Ken Huy Quan, James Hong, Jamie Lee Curtis, Tallie Medel y Jenny Slate.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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