CINE | “Los febelman”: La precoz pasión de un icónico creador

La infancia y adolescencia de uno de los realizadores cinematográficos más exitosos y taquilleros de la historia, es la materia temática de “Los febelman”, el film autobiográfico del icónico director Steven Spielberg, que explora su prematura pasión por el cine, en el contexto de una interna familiar particularmente compleja.

La película, que en lo sustantivo se ajusta a la realidad, más ella de eventuales injertos ficcionales, indaga en los entretelones de la vida de un judío talentoso que nació en una familia singular, pero también marcada por la desdicha y el desencuentro.

A diferencia de lo que podría pensarse, este largometraje no se centra precisamente en la extensa y no menos exitosa producción cinematográfica de Spielberg, sino en el origen mismo de su “adicción” por el centenario arte del celuloide.

No en vano, las protagonistas de esta historia real son el Spielberg niño y el Spielberg adolecente, que descubre su amor por ese arte mayor cuando era apenas un escolar.

En efecto, este romance, que ya trasciende sus más de siete décadas de vida y sus más de 50 años de carrera, comenzó a fraguarse cuando sus padres lo llevaron por primera vez a una sala de cine, donde se exhibía “El espectáculo más grande del mundo” (1952), del emblemático cineasta Cecil B. DeMille.

Este film, que en 1953 ganó el Oscar a la Mejor Película y está ambientado en un circo real, destaca por la grandeza y la estética de sus números artísticos pero también por sus efectos especiales -que son realmente sorprendentes para la época- e impactaron al futuro cineasta al igual que a mí, que aun no había nacido cuando se estrenó en el circuito exhibidor de Montevideo.


Lo realmente insólito es que el niño pudo no haber vivido esa experiencia realmente fascinante si su padre, que era ingeniero en computadoras, no lo persuadía de ingresar al recinto exhibidor. En efecto, el niño temía a la oscuridad de la sala y a las gigantescas dimensiones de las figuras que se proyectaban en la pantalla, hasta que su progenitor le explicó técnicamente el secreto de la magia del cine, lo cual aventó todos los temores.

En ese contexto, entraron a la sala y se acomodaron en sus mullidas butacas, Samuel “Sammy” Fabelman (Mateo Zoryan de niño, Gabriel LaBelle como adolescente), el alter ego de Spielberg, su padre e ingeniero eléctrico Burt Febelman (Paul Dano) y su madre Mitzi Febelman (Muchelle Williams), que era una panista retirada.

Esa función de cine fue la que conmovió al joven “Sammy”, que fue impactado por la escena en la cual dos delincuentes asaltan el tren del circo. En ese contexto, otro ferrocarril que transita por la misma vía embiste al auto a bordo del cual viajan los criminales e impacta contra el tren detenido, provocando una colisión en cadena. Esa secuencia lo sorprende y remueve por sus prodigiosos efectos especiales, concebidos insólitamente hace más de 70 años.

Si bien la película contiene otras escenas espectaculares de impronta circense, como acrobacias, ejercicios con trapecios, malabarismo y doma de animales, en la memoria del niño quedó tatuada esa colisión, que, por su intensidad dramática, devino emblemática.

Por supuesto, a la natural fascinación de una ávida e imaginativa mente infantil, se sumó la influencia de su padre, quien transformó la explicación sobre el episodio cinematográfico en una clase de física, lo cual incremento sustantivamente la curiosidad de su hijo.

En efecto, la proyección de fotogramas de manera rápida y sucesiva, a razón de 24 por segundo, que genera en el ojo humano la ilusión de imagen en movimiento, fue la que atrapó la atención del futuro cineasta.

No en vano, el niño, absolutamente anonadado por la magia del cine, le pide a su padre dormir junto a un osciloscopio, que es un instrumento de medición para la electrónica y representa una gráfica de amplitud en el eje vertical y tiempo en el eje horizontal. Es muy usado por estudiantes, diseñadores e ingenieros en el campo de la electrónica.

Esa mixtura de técnicas fue abrevada por el infante por la profesión de ingeniero de su padre y el talento de su madre, que si bien no era cineasta, era pianista y una artista consumada.

Esta simbiosis – por herencia genética- se aprecia por ejemplo en uno de los primeros largometrajes del cineasta: “Encuentros cercanos de tercer tipo” (1978), un filme de ciencia ficción en el cual los pacíficos alienígenas se comunican con los humanos mediante música computarizada. Aunque esta no fue la única producción de Spielberg protagonizada por seres de otros mundos, como “ET. El extraterrestre” (1982), este título marcó a fuego toda la filmografía del autor.

Naturalmente, la apuesta a la fantasía y la aventura de fácil digestión siempre estuvo presente en el célebre realizador, como es el caso de las míticas sagas de Indiana Jones y “Parque Jurásico”. Empero, este genial cineasta también sobresalió, con singular brillantez, en el drama, con una obra maestra de la talla de “La Lista de Schindler” (1993), y con las inolvidables “El color purpura” (1985), “El imperio del sol” (1987) y “Rescatando al soldado Ryan” (1998), entre otros trabajos artísticos.

Esa versatilidad, que le permitió concitar el interés y la adhesión de una auténtica multitud de cinéfilos que lo han transformado en un auténtico cineasta de culto, nació de la inteligencia y sagacidad de un niño que abrevó de la sabiduría y la sensibilidad de sus padres, pese a haberse criado en un contexto familiar complejo y en apariencia armónico, pero realmente disfuncional.

No en vano, el Spielberg adolescente debió afrontar la contingencia dramática de la separación de sus progenitores, cuando su madre se enamoró del mejor amigo de su padre. Esa indeseada circunstancia culminó con la disgregación de la familia, en cuyo contexto sólo el adolescente Sammy (Spielberg) permaneció al lado de su padre.

Empero, el corazón argumental de la película no descansa en modo alguno en los conflictos domésticos, sino en la desenfrenada afición del protagonista, quien, siendo apenas un adolescente, comenzó a filmar sus primeros cortos con su familia como protagonista y luego transformó a sus compañeros de estudio y a sus amigos en estrellas de sus primeras cintas cinematográficas.

No obstante, lo que inicialmente parece una amable comedia luego devenida desencanto por la ruptura de un núcleo familiar que parecía estar blindado, muta ulteriormente en drama, cuando el joven es crudamente segregado por su condición de judío.

Como en “La Lista Schindler”, que es sin dudas la película que mejor retrata la barbarie del nazismo y el odio antisemita, en este film aflora también la segregación en el ámbito de las aulas del colegio, donde el protagonista es recurrentemente agredido y humillado por algunos pichones de fascistas de los tantos que abundan en una sociedad que se ufana de democrática pero que realmente es, hasta hoy, una cloaca de intolerancia.

No falta en esta historia el despertar romántico y sexual del adolescente cineasta ni el desencanto, que no arredran al futuro creador ni lo desenfocan de su suprema aspiración de transformarse es una auténtico ícono del cine.

En ese marco, la referencia cinéfila de mayor impronta simbólica es el circunstancial encuentro del joven con el emblemático cineasta John Ford, encarnado en un breve cameo por el cineasta David Linch. Pese a lo efímero, esa experiencia de conocimiento personal cara a cara de un realizador sabio pero excesivamente valorado en sus cualidades artísticas, fue realmente excepcional y tal vez crucial en el desarrollo de su futura carrera.


Obviamente, hay referencias tangenciales aunque no explícitas a la monumental “Cinema Paradiso” (1988), de Giuseppe Tornatore, al igual que otros guiños cinéfilos a producciones del propio Steven Spielberg, que han contribuido a edificar –durante casi cinco décadas de trabajo- la grandeza y el prestigio del denominado “Rey Midas” de Hollywood.

“Los Febelman” es, ante todo, una historia de vida que corrobora que los grandes artistas no son realmente semidioses como cree buena parte de la audiencia, sino seres humanos de carne y hueso que gozan pero que también padece las mismas vicisitudes de cualquiera de nosotros.

Aunque está muy lejos de ser una de los mejores trabajos cinematográficos de Spielberg, esta película – de impronta bien realista- tiene el valor de lo auténtico y de la evocación y descripción de lo vivido, sin minimizar ni omitir los conos de sombra de la peripecia personal del emblemático realizador.

En ese contexto, el relato corrobora que la pasión por el cine fungió como bálsamo y hasta como vital oxígeno para afrontar las contingencias adversas que siempre depara el destino. En tal sentido, la estrategia para maquillar la desdicha por la ruptura familiar y la visceral segregación racial, fue mutar la realidad – con todos sus claroscuros- en una suerte de fantasía cinematográfica.

Steven Spielberg logra esa mágica alquimia, en este film personal y autorreferencial, que no soslaya –aunque no lo explicite en toda su crudeza- los radicales antagonismos de una sociedad recurrentemente enferma de violencia, odio e intolerancia, pero también seducida por los subyugantes cantos de sirena del éxito, la fama, el dinero y el culto a la personalidad.

En un reparto actoral de solvente desempeño interpretativo, sobresalen nítidamente la talentosísima Muchelle Williams, que encarna a la madre del protagonista, y del joven Gabriel LaBelle, quien interpreta al Spielberg adolescente.

FICHA TÉCNICA

Los febelman. (The Fabelmans). Estados Unidos 2022. Dirección: Steven Spielberg. Guión: Steven Spielberg, Tony Kushner. Edición: Sarah Broshar y Michael Kahan. Música: John Williams. Fotografía: Janusz Kaminski. Reparto: Michelle Williams, Paul Dano, Seth Rogen, Gabriel LaBelle, Keeley Karsten, Judd Hirsch, Julia Butters y David Lynch.

 

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