Con un oleaje permanente sobre sus costas, Haití parece encaminarse, nuevamente, a la anarquía, el desabastecimiento, las enfermedades letales y la muerte, como ha sido su historia desde “el primer caso en la Historia Universal en que la rebelión de una población sometida al sistema de esclavitud condujo a su emancipación, y la primera lucha victoriosa por la independencia de América Latina” (ver La ONDA digital Nº 929 – El largo siglo de las sombras, del mismo autor).
A las bandas armadas que controlan una parte del país y en particular Cité Soleil, a las afueras de Puerto Príncipe, y a los disturbios, saqueos y manifestaciones de una población castigada por la falta de alimentos, medicinas y viviendas, se le suma una epidemia de cólera y la dificultad en el abastecimiento de agua por lo que se ha hablado de realizar una nueva intervención militar “humanitaria”. El presidente en ejercicio, Ariel Henry, ha pedido ayuda a la comunidad internacional y sus fuerzas armadas para la lucha contra las pandillas armadas que, a su vez, impide intimidatoriamente toda manifestación contraria al régimen actual. Al fin de enero de 2023 se contabilizaban alrededor de 500 muertos por el cólera, desde octubre de 2022 en que se detectó el nuevo brote. Hay veinte mil hospitalizados, entre ellos niños de 1 a 9 años, donde el cólera más hace estragos.
El secretario general de la ONU, Antonio Guterres ha propuesto enviar una “fuerza de acción rápida” compuesta por militares, en la lucha contra las bandas armadas. Esta fuerza no se desplegaría bajo el paraguas de la ONU sino que estaría liderada por un estado miembro.
Casi inmediatamente Estados Unidos y Canadá han entregado vehículos tácticos y blindados y suministros de seguridad a la Policía Nacional de Haití por 18 millones de dólares, y además coordinan mutuamente para la capacitación de más oficiales de policía. Se alienta a las “naciones amigas” a contribuir al Fondo Canasta de la ONU para “restaurar la paz y la seguridad ciudadana de los haitianos”.
A eso hay que sumarle la adquisición de nuevos equipamientos para las fuerzas militares de República Dominicana y el cierre de la frontera para los haitianos dispuesto por su presidente Luis Abinader, que de “ninguna manera” aceptaría refugiados de esa nación. Para ello está construyendo una valla perimetral divisoria que tendría 54 km. en su primera etapa, con 19 torres de vigilancia y control, instalada con sensores de movimiento y térmicos, cámaras de seguridad y drones de alta capacidad militar. Una segunda etapa se completaría con la construcción de 173 km. más de vallas de hormigón armado y estructura metálica.
Eso incluye la “actualización y modernización (complementaria) de los equipos de radioayuda para la navegación aérea, nueva torre de control y sistema de luces” de la base aérea de San Isidro, pero fundamentalmente 6 helicópteros Huey II, 10 naves para la vigilancia de la frontera con Haití, 21 vehículos blindados de transporte de personal (de última generación, con capacidad para transportar 9 efectivos y dotados de armas automáticas), así como la creación de un Comando Sur de la Fuerza Aérea en Barahona. Por si hay protestas —de uno u otro lado de la frontera—se compraron, además, 4 camiones antimotines.
En complemento a ello se anunció el aumento de salarios para los soldados dominicanos apostados en la frontera y la construcción de 400 apartamentos en Dajabón y mejorar las condiciones de vida y de trabajo de los soldados de los batallones 10, 11, 14 y 16 de Infantería (con un incentivo extraordinario mensual de 3,500 pesos dominicanos). A eso hay que agregar la remodelación de la fortaleza Beller en Dajabón, sede del 10mo. Batallón de Infantería. Incluso los soldados que se realisten recibirán un incremento del 5% válido para fines de retiro.
Políticamente inestable, Haití tiene la presidencia del neurocirujano Ariel Henry (del partido Inite, considerado un partido socialdemócrata de centro) tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse, del que aún no se ha juzgado a los culpables y en el que el propio Henry podría estar implicado. Los otros sectores políticos afilan sus garras para acceder al poder, lo cual suma mayor inestabilidad a las duras condiciones de vida de las y los haitianos. En esas circunstancias la renuncia del ex diputado Steven Benoit, quien había sido electo primer ministro para un eventual gobierno de transición en Haití (Acuerdo Montana), posiblemente complicará aún más las cosas, ya que el gobierno de Henry no se ha adherido al acuerdo ni mucho menos parece querer renunciar al poder.
El partido de izquierda (Pitit Dessalines), cuya actuación pública es casi imposible por las mismas bandas armadas, al igual que otras organizaciones sociales (Plataforma Haitiana para el Desarrollo Alternativo, Fuerza de Resistencia, Confederación Nacional de Trabajadores Haitianos), se han visto impedidas, en los hechos, de poder manifestar una oposición seria y presentar otro modelo de desarrollo para un país que necesita de las condiciones mínimas indispensables para sobrevivir, como primer paso para pensar a más.
Tal vez este giro a la izquierda que se está registrando en América Latina, en especial Colombia y Brasil con respecto a Haití, pueda construir otro modo de acercamiento a la superación de los conflictos y a resolver, especialmente, la situación de hambre y miseria de buena parte de su población.
En 2010, la casi totalidad del país fue afectada por un terremoto que dejó 316 mil víctimas fatales, 350 mil heridos, un millón y medio de personas sin hogar y la destrucción casi completa de la infraestructura industrial, urbana y de transporte. En 2021 tuvo un nuevo terremoto con más de 2 mil muertos, 10 mil heridos y 30 mil familias sin hogar.
En 2016 el huracán Matthew dejó más de 500 muertos y 35 mil hogares destruidos, fuertes tormentas tropicales y nuevos huracanes asolan la isla de continuo.
Haití depende de la ayuda externa. Canadá ha anunciado, a petición expresa del gobierno haitiano, un apoyo financiero del FMI para responder a la emergencia alimentaria, con el programa Food Shock Windows, y acciones de protección social.
Refrescar la historia
Después de aquella histórica liberación de Francia en el siglo XVIII, se produjo en el siglo XX la invasión de los Estados Unidos (1915 a 1934), hecha para defender sus propios intereses, y en particular los intereses del banco de inversión estadounidense Kuhn, Loeb & Co. (el más importante de la época junto a JP Morgan). Si bien fue un período durante el cual los gobiernos haitianos lograron sanear las finanzas públicas, crear un ejército y construir escuelas y carreteras, el pueblo haitiano debió soportar el racismo de los marines y luego casi 30 años de la feroz dictadura de la familia Duvalier que contó con el sostén internacional —sobre todo de los Estados Unidos— a pesar de los Tonton Macoute, la policía secreta del gobierno que sometió al país a un régimen de terror hasta 1986.
Haití tiene una gran significación política e histórica. El Caribe es una de las zonas geopolíticamente más relevantes del planeta. Además de lindar con los dos procesos políticos más radicales de la región, Venezuela y Cuba, es un importante territorio de circulación de capitales y mercancías entre el Atlántico y el Pacífico, Oriente y Occidente. El Caribe ha sido históricamente una frontera en disputa entre diferentes imperios europeos, y hegemonizada desde principios del siglo XX por los Estados Unidos. En la actualidad, la expansión china concentra allí buena parte de sus iniciativas comerciales y financieras.
Pese a ser uno de los países más pobres y desiguales del continente americano, donde alrededor del 60% de la población (6 millones de personas) viven bajo la línea de pobreza, Haití cuenta con abundantes recursos minerales de oro, cobre y bauxita, por un valor estimado de 20 billones de dólares. Los bajos salarios de su fuerza laboral son explotados con grandes beneficios por las empresas multinacionales. Además, el capital financiero y las economías ilícitas sacan enormes utilidades de las remesas de la diáspora haitiana y de los dividendos del narcotráfico, que encuentra en el país una estratégica estación de paso. La tasa de mortalidad infantil llega a 74 por cada 1.000 nacidos vivos y la de mortalidad materna a 520 por cada 100.000 nacimientos (según Unicef en 2017).
Por otra parte, Haití no cuenta con nada parecido a una burguesía nacional que tenga en miras el desarrollo del país. Su clase dominante está compuesta por una oligarquía rentista y especuladora y por una burguesía comercial, improductiva y meramente importadora.
Parece un castigo de Dios.
Por Sergio Schvarz
Escritor, poeta, y ensayos breves.
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