Lima la horrible

Las movilizaciones y protestas parecían haber menguado en Perú. La presidenta Dina Boularte pidió disculpas, dijo “ni un muerto más”, dictó el estado de emergencia y dispuso que los militares salieran a la calle. Eso provocó protestas callejeras el 4 de enero allá, en el sur del sur: primero en el departamento de Ayacucho y luego en Puno. Se las reprimió; mataron a 18 manifestantes y 66 fueron heridos.

La protesta cobró vigor ante la violencia renovada. El 6 de enero los manifestantes obligaron a suspender las operaciones en el aeropuerto de Juliaca y las protestas se fueron extendiendo hasta interrumpir el trásnsito en el 70% del territorio, con 127 accesos bloqueados. Fue así que el gobierno hizo que las protestas llegaran a Lima. En una esquina de la plaza en la fecha en que inicialmente se convocó a la protesta (postergada dos días por la extensión de la protesta), solos y al parecer desorientados, hay un joven junto a una señora de luto. La señora no habla español porque todos los de Ayacucho son aymara. Pero aprendió una frase en español y viajó 560 kilómetros para decirla: “Mataron a mi hijo”. En Ayacucho, el índice de pobreza es del 67%, así que el viaje no les fue fácil. Pero dijo lo que quería decir. Eso lo cuenta una crónica del semanario Hildebrandt en sus trece, que edita el muy notorio periodista César Hildebrandt.

En 1964, Sebastián Salazar Bondy editó su ensayo Lima la horrible, hoy un clásico de esos horrores. Allí dice: “A Lima le han sido prodigadas toda clase de elogios. Insoportables adjetivos de encomio han autorizado aun sus defectos, inventándole así un abolengo que obceca la indiferencia con que tantas veces rehuyó la cita con el dramático país que fue incapaz de presidir con justicia”. Más de medio siglo después, sigue siendo Lima contra el país.

Es más. Cuando los pobres entran a la ciudad en busca de trabajo, se los excluye de la ciudad que los que hoy reprimen o avalan que lo hagan consideran propia y excluyente. “En 1980 se empezó a erigir un muro que inicialmente tuvo cuatro kilómetros pero ahora es de diez. Era el año en que la dictadura de Francisco Morales Bermúdez daba paso al gobierno electo de Fernando Belaúnde. No hacía falta dictadura para preservar el tan exclusivo barrio privado de Las Casuarinas, con sus casas de lujo con piscina, pistas deportivas y demás por las que se pagan millones de dólares. Eso es en el distrito de Surco, adonde llegaron más ricos a bajar sus pancitas ociosas en campos de deporte privados, y entonces hubo necesidad de extender el muro.

La pared es de concreto con rollos de alambre de púa encima para evitar incursiones indeseadas. Del otro lado es San Juan de Miraflores, y junto al muro se llama Pamplona Alta. Las calles son de tierra, no hay agua corriente ni alcantarillas, así que se cavan pozos para defecar. El muro es cosa buena, en tanto ahorra una pared si se quiere armar un techo. Hoy hay allí 138 asentamientos con unos 40.000 habitantes.

No es el único muro. En 2011, entre los gobiernos de Alan García y Ollanta Humala se hizo un nuevo muro para separarar a la gente bien –bien adinerada– de La Molina, de Villa María del Triunfo. Es de piedras y alambres de púa, y tiene 4,5 kilómetros. El muro es un poco más bajo que el anterior, y hay un lugar de paso, puesto de control custodiado por la guardia municipal de La Molina; seguramente para tránsito de la servidumbre de las casas ricas.

La desigualdad que las imparables protestas hacen tan visible, se sustenta en el racismo imperante. El arqueólogo y antropólogo Luis Guillermo Lumbreras (Ayacucho, 1936) historiaba el tema en julio del año pasado en una entrevista periodística. “Quienes inventaron el racismo no fueron los españoles que llegaron acá. Ellos por supuesto que se veían claramente diferenciados; españoles e indios, una separación que consideraban natural. Culturalmente, era muy fuerte la diferencia de lengua, costumbres, religión, y más. Pero cuando llega la independencia, esa división se fue convirtiendo en clasista desde el momento en que “nosotros” (los criollos, los hijos de españoles nacidos en esta tierra) comenzamos a expulsar a los “otros”, a los indígenas, de la condición nacional. Desde 1823, con la primera Constitución, los criollos tomaron el poder, y toda la relación represiva luego se profundizó con Leguía (Augusto; dos veces presidente: 1908-12 y 1919-30) y el civilismo, que fue antiindígena. Para mí, esa división entre “nosotros” y “otros” es la que vive aún hoy. Es lo que tenemos actualmente en nuestra política. El “nosotros” contra los “otros” que están representados por un “casi-nosotros” que es el señor Castillo. Porque él no es un indígena propiamente como tal.”

Y seis meses después, ya sin Pedro Castillo, sucede esta ola de protesta reprimida con tanta violencia: no es la primera en ser reprimida así sino la tercera de la historia del Perú. La violencia del poder contra ciudadanos fue expresada en una guerra civil, la de Piérola contra Cáceres en Lima, en 1895. Y en términos de legado, según el historiador José Ragas, luego de la guerra civil “se estableció una relación perversa en la que el crecimiento económico de un país justificaba la llegada al poder incluso por medios no democráticos”.

En esos lugares donde se protestaba, como Arequipa, Cusco, Apurímac, se han usado armas y se ha matado gente en lugares alejados de Lima; lo que Carlos Iván Degregori llamaba la distancia emocional, más que geográfica”, apunta Cecilia Mendez.

Luego vino la llamada “revolución de Trujillo” de 1932. Desde California, la historiadora Cecilia Méndez recordó al diario peruano La República que entonces hubo un despliegue de las tres fuerzas armadas y hubo bombardeo y asesinatos de civiles. La historiadora asocia esto último con prácticas fascistas. “El fascismo es la mentira organizada. El fascismo necesita crear un enemigo, polarizar a la sociedad, para que la sociedad opte entre ellos y nosotros. Buscan incentivar el terror y, ahora, el terror desde el Estado”, expresa.

Otro aspecto que ella considera para el análisis es que en aquella revolución había una organización opositora clara, que era el APRA; pero en la actualidad no la hay. “Esa situación es muy grave, porque se están inventando chivos expiatorios, están inventando la existencia de Sendero, que ya fue derrotado, o están resucitando el fantasma del terrorismo”, cuestionó. El despreciativo terrucos fue para los de Sendero Luminoso primero y luego de los años de la guerra sucia y hasta tiempos más recientes, estigmatizó a sectores de la población peruana, incluyendo defensores de derechos humanos, familiares de detenidos y otras víctimas de la violencia política, y personas de origen indígena en general. Su uso recurrente en sesiones de tortura y en episodios de violación sexual añade una dimensión adicional a la conexión entre el término terruco y la práctica generalizada de formas de abuso y violencia. Que, debe señalarse, fueron considerada necesarias y hasta legítimas por muchos peruanos durante los años del conflicto armado interno.

El ingreso al siglo XXI fue con la reconquista de la democracia. La Marcha de los Cuatro Suyos es reconocida como la más contundente movilización social, y devino en la caída del régimen Fujimori-Montesinos. Fue entonces que se produjo el incendio del Banco de la Nación, provocado por el gobierno. Hoy, la historiadora Cecilia Méndez cuestiona cómo se está ejerciendo la represión. “Como señala José Carlos Agüero, tú no puedes humillar y pretender luego que esa persona esté con la cabeza gacha”, plantea, al advertir que eso puede generar el surgimiento de nuevos movimientos populares.

Pero los que humillan los quieren de cabeza gacha. Hoy los terrucos son “terroristas” –que no hay– y “comunistas”; rara avis. Lo que permanece es la desigualdad, siempre creciente, y el acendrado racismo. Hay un audio de Keiko Fujimori anterior al 7 de diciembre, cuando el torpe golpe de Pedro Castillo: “He conversado con todas las bancadas, Están de acuerdo en suspenderlo, en vacarlo al presidente. Hemos conversado con el compañero Heber Málaga, con Montoya, e igualmente con la compañera Norma Yarro: antes de que termine el año 2022 debemos tenerlo afuera a Castillo; todos estamos de acuerdo. El temor de los otros congresistas es que la población se levante –estudiantes, reservistas con Antauro (Humala), las mujeres y hombres de provincia. Ya que Lima está 90%, estimada Patricia (Chirino), tengamos cuidado con las declaraciones y mensajes. De verdad no tengo miedo a nadie. Gracias a Dios, Fiscalía y el Poder Judicial, el Tribunal Constitucional y los grandes medios de comunicación están con nosotros para empoderarnos. Muy de acuerdo: es hora de matarlo de hambre a todo el Perú; que se arriepientan por haber elegido a un niño como presidente. Cuando haya más sangre, no podrán; no saldrán a las calles, y que siga subiendo más el dólar.”

Hoy, la venida presidenta Dina Boularte tiene el apoyo parlamentario del fujimorismo y otros legisladores de derecha. Por lógica de su idiosincracia ideológica, la única respuestas posible de esta entente a los reclamos sociales es la represión. Ya producida la rotación en la presidencia, movilizaciones y muertes en un país en el que no hay pena de muerte, aparece un mensaje representativo de muchos, que se trae como ejemplo: Fernando Cillóniz afirma, tras Winston Churchill, que “la guerra es horrible, pero la esclavitud es peor. La opción es la misma: guerra o esclavitud, libertad o tiranía, democracia o dictadura, civilidad o barbarie”.

Y sigue, el demócrata Cillóniz: “El problema es que, ante esta situación, la alternativa del diálogo es inútil, por no decir estúpida. Hoy es el momento de la guerra por nuestra libertad y nuestra democracia, contra la tiranía y la barbarie. La guerra contra la inoperancia y corrupción del Estado la tenemos que luchar, pero en su momento. En esta guerra contra la tiranía y la barbarie, son ellos o nosotros. Uno de los dos tiene que sucumbir; y digo ceder, rendirse, someterse al otro. Y nosotros somos mutuamente excluyentes, somos incompatibles. No es posible que convivamos, ellos y nosotros, en armonía, paz y prosperidad. En esta disyuntiva, son ellos o nosotros. No queda otra que luchar, y hacerlo hasta vencer” En esa disyuntiva, una masacre que los paralice tiene su luctuosa lógica.

La excelente columnista de La República Rosa María Palacios se siente obligada a decir lo obvio: “Una protesta con piedras, hondas, palos, botellas, cartones y llantas incendiadas no es terrorismo”. Y agrega la información de que no están los 87 votos necesarios para adelantar las elecciones al 2024, con lo que Dina Boluarte se queda hasta 2026, en esta situación insostenible, donde se ha llegado a mes y medio de manifestaciones, represión y muerte, y no sólo no hay luz al final del túnel. Dada la situación, ni siquiera parece haber túnel.

 

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