La compleja confluencia entre la educación, la pobreza y el delito es el potente disparador temático de “El suplente”, el conmovedor drama del realizador argentino Diego Lerman, que- que mediante un descarnado retrato humano- indaga en los conflictos subyacentes de una sociedad impactada por la violencia, el desencanto y la desesperanza.
En esta película, el joven realizador argentino ratifica su predilección por el abordaje de los tema de contenido eminentemente social, como en el caso de “Refugiado”, que alude a la violencia de género, y “Una especie de familia”, que denuncia el tráficos de bebés.
En este caso concreto, el creador instala sus cámaras en un colegio secundario del conurbano bonaerense, donde cotidianamente se reproducen los problemas cotidianos, en todo su dramatismo y crudeza.
Empero, contrariamente a lo que se podría suponer, el relato no se centra concretamente en los aprendizajes propiamente dichos, sino en las dificultades de un docente para educar a sus discípulos.
Partiendo de la premisa que educar es bastante más que enseñar o transmitir conocimientos, el film apuesta fuerte a la construcción de una escenografía dramática tan compleja como intrincada, en la cual el rol del educador adquiere una superlativa trascendencia en la vida y tal vez en el futuro de sus alumnos.
En tal sentido, no es casual que el espacio físico seleccionado para desarrollar la trama cinematográfica sea un centro educativo ubicado en una de las zonas más conflictivas de la provincia de Buenos Aires, que no suele estar incluida en los catálogos turísticos.
En ese contexto, el protagonista de de esta historia es Lucio Garmendia (Juan Minujín), un profesor de literatura universitario desplazado, que es forzado a tomar una suplencia en un liceo de Isla Maciel, un núcleo urbano pobre de Avellaneda, caracterizado por sus viviendas precarias y por las agudas carencias económicas que padecen sus infortunados habitantes.
En ese contexto, la colisión entre educador y educandos es inmediata, cuando uno de los estudiantes responde que la literatura no sirve para nada y otro que sirve para dormir, al observar que un compañero suyo descansa plácidamente en los brazos de Morfeo. En esas circunstancias, el abnegado profesor de letras intenta vanamente motivar a sus discípulos ante la actitud abiertamente displicente e indiferente de ellos.
La explicación a esta situación- que se replica recurrentemente en algunas aulas de nuestro país- es simple: muchos de esos jóvenes han crecido en contexto sociales críticos de alta vulnerabilidad y con padres que carecen de educación, porque, desde siempre, están condenados vanamente a sobrevivir ingiriendo las migajas sobrantes del obsceno festín capitalista del sistema.
¿Cómo enseñarles una asignatura tan hermosa y obviamente enriquecedora a jóvenes que proceden de hogares con graves carencias materiales? Realmente, parece ser una misión imposible, que el educador deberá asumir con responsabilidad y por amor a su profesión.
En efecto, la mayoría de los adolescentes que concurren a ese colegio lo hacen por mera inercia, porque no disponen de las herramientas intelectuales indispensables para apreciar el valor de la educación, de la lectura y de la escritura.
Estos chicos son víctimas y a su vez rehenes de un sistema que, más allá de la mera rotación de partidos políticos en el gobierno, privilegia únicamente a los ricos y a la alta burguesía, que, en el lenguaje del presidente Luis Lacalle Pou serían en lenguaje ciclístico los “malla oro”, aunque sean los que menos pedalean.
En ese marco, hay una minoría que detenta, desde hace más de un siglo el poder económico, que es el único poder real, porque es el que mueve el mercado y la industria prebendaría, que cambia favores por donaciones a las campañas electorales.
Como el barrio está literalmente gobernado por el narcotráfico como también sucede en varias zonas críticas de Montevideo aunque el gobierno insista en negarlo y en hacer la vista gorda, los y las jóvenes están más preocupados porque no los maten ni maten a sus familiares que por aprender.
Empero, el protagonista tiene otros dos problemas adicionales: una hija de 12 años, interpretada por Renata Lerman, hija, del director, que se rebela contra sus padres separados, y un padre, apodado El Chileno (Alfredo Castro), que es un referente social y lucha contra la pobreza y la mafia del narcotráfico.
Lucio, que es un educador con mayúscula, ya que se involucra en los problemas de sus alumnos y familiares, ocupa más tiempo en recorrer las calles intentando salvar a los jóvenes de un destino realmente aciago que en preparar sus clases.
En esas peculiares circunstancias, el comprometido docente se propone proteger a Dylan (Lucas Arrua), un chico con un contexto de alta complejidad que aspira a despegarse de tanta miseria y desolación, aunque obviamente no le será fácil. En efecto, los códigos de la mafia son muy rígidos, porque se rigen por el terror y no precisamente por la persuasión.
Como en toda sociedad disfuncional que tiene conos de sombra y habitantes que viven en la periferia, es casi imposible sustraerse a esa escenografía de espanto construida por las asociaciones para delinquir, que, con su poder económico, medran con las necesidades ajenas y suelen reclutar a los jóvenes pobres como narcos al menudeo o bien como sicarios.
El film, que obviamente es un drama muy reconocible y extrapolable para los uruguayos, adquiere alta tensión, cuando el colegio, literalmente copado por el delito organizado, es tomado por asalto por la gendarmería como si se tratara de una guerra.
A raíz de esta aguda contingencia, el centro educativo se transforma en una suerte de cuartel o prisión, celosamente vigilado por guardias armados que controlan el ingreso y la salida y hasta detienen a estudiantes en el marco de las indagatorias.
Si ante de este episodio el ambiente para educar no era realmente el más propicio, la presencia de los uniformados lo tornan aun más pesado y espeso. A ello se suma que el protagonista debe convivir en su propia clase con una suerte de inspector, cuya misión es informar a las autoridades lo que sucede en el aula.
Esta coyuntura nos induce como espectadores uruguayos a evocar la época de la dictadura, cuando los directores o directoras de los liceos eran personal de confianza del régimen y su misión, más que gestionar o ser referentes pedagógicos como en el presente, era informar a las autoridades sobre cualquier actitud de los educadores que se apartara de lo permitido por el gobierno autoritario.
Otro núcleo de conflicto es el desencuentro entre Lucio y sus colegas, que se niegan tajantemente a seguir cumpliendo con sus funciones en estas condiciones. Por supuesto, el protagonista, que no abandona su compromiso con los problemas de los jóvenes fuera del ámbito de las aulas, reafirma su vocación y su militancia por mantener encendido el fuego sagrado de la educación.
En efecto, el asume que para salvar a las víctimas del sistema debe “embarrarse” los pies, pero sin perder la dignidad ni el propósito que lo ha inspirado a elegir el camino de la docencia, más que como mero trabajo como una profesión de fe.
“El suplente” corrobora la intrínseca madurez y calidad de la producción cinematográfica argentina, que ha sabido diversificarse en variados géneros con idéntica solvencia.
En tal sentido, el talentoso y sensible Diego Lerman construye, con superlativa sabiduría y rigor testimonial, un cuadro dramático realmente desolador, sin inconvenientes subjetivaciones y eventuales juicios de valor.
En efecto, todos los personajes de la trama cinematográfica son más víctimas que victimarios, porque el espeso caldo de cultivo social donde interactúan fue originado por las propias disfuncionalidades de un sistema realmente perverso.
En tal sentido, esta película, que tiene un indudable valor reflexivo, emula, salvando las diferencias, a recordados títulos como “Al maestro con Cariño”, de James Clavel, “Los Coristas”, de Christophe Barratier, “La Ola”, de Dennis Gansel, “La Sociedad de los Poetas Muertos” de Peter Weir y “Entre los muros”, de Laurent Cantet, entre otros.
Al igual que en “El suplente”, en todas esas destacadas producciones el aula escolar o liceal deviene en caja de resonancia de los traumas y los problemas subyacentes de las sociedades del planeta, aun de aquellas más desarrolladas, que para nada están exentas de conflictos e inequidades.
Este valioso film impregnado de hondo realismo, que aborda temas bien candentes y contemporáneos, confirma, nuevamente, que la educación –cuando es asumida como una suerte de compromiso o mandato ético- puede transformarse en un bálsamo contra la pobreza, la miseria material y moral y la desesperanza y en un potencial factor de crecimiento y desarrollo personal.
Por supuesto, como en nuestro Uruguay, los verdaderos héroes son los educadores, quienes -como una suerte de mandato ético- abrazan cotidianamente su misión de enseñar y de enseñarle a los niños, adolescentes y jóvenes a empoderarse, pese a los gobiernos conservadores y reaccionarios que los estafan salarialmente, los fustigan y los descalifican permanentemente.
FICHA TÉCNICA
El suplente. Argentina 2022. Dirección y guión: Diego Lerman. Fotografía: Wojciech Staron. Música: José Villalobos. Edición: Alejandro Brodersohn. Reparto: Juan Minujín, Lucas Arrua, Renata Lerman, Brian Montiel, Alfredo Castro, Bárbara Lennie, María Merlino y Rita Cortese. Guion: Diego Lerman, María Meira y Luciana De Mello.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico de cine
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