Bemoles de la paz en Ucrania

 

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de este tema , aquí la segunda parte

Parecen no tener más alternativa que seguir con la guerra. Rusia dice querer la paz con Ucrania, pero en los hechos propone una tregua que, según Ucrania y mandos de la OTAN, sería un interregno que favorecería el reordenamiento de filas y estrategia de su estructura altamente burocratizada. Por su parte, los países de Occidente que ayudan a Ucrania albergan quejas de distintos decibeles ante esta situación que devora sus recursos nacionales, en el marco de alta inflación y costos de energía que ya afectan su producción industrial, y, más tarde o temprano, su tasa de ocupación y el nivel de vida de sus ciudadanos.

También hay intereses económicos en que la guerra siga, y por algo los fabricantes de armas no tienen nombre y apellido en la información de prensa. Se sabe que el gasto militar mundial siguió creciendo en 2021, alcanzando un máximo histórico de 2,1 billones (millones de millones) de dólares. Este fue el séptimo año consecutivo que aumentó el gasto, pero no tenemos los nombres de las firmas que fabricaron tanto material bélico, y que tienen en esta guerra un buen mercado para deshacerse de armas viejas, suplantarlas por nuevas y probar tecnologías. Se dice que esas firmas son de los países donantes, pero esa generalidad imprecisa ni siquiera es verificable. Lo que sí puede tomarse por cierto es que esta actividad industrial tendrá su efecto en la economía occidental.

Para Rusia, una paz que implique volver a las fronteras de enero de 2022 sería un golpe político muy duro, si no definitivo, sobre el actual poder del Kremlin. Para los países occidentales y particularmente para Europa, la concesión de una paz que no incluya la restitución de Crimea –ocupada desde 2014– significaría una paz sin garantías, con la puerta abierta a la posibilidad de que Rusia repita sus acciones expansionistas cuando decida hacerlo.

Así planteadas las cosas, no habría más opción que permitir que sea la guerra la que salde la situación. Es decir: como toda guerra, terminará en una mesa de negociaciones, pero no está nada claro quién se sentará a esa mesa y cuáles serán los términos territoriales vigentes a ese momento, para el que parece faltar bastante tiempo. Es más: la paz puede simplemente terminar, o quedar congelada en una urna. Así terminó la guerra de Estados Unidos en Vietnam, la guerra francesa en Argelia y fue con la derrota de Slobodan Milosevic en las urnas en 2000 que las guerras en la ex Yugoslavia llegaron realmente a su fin.

Por eso, hay más opciones a considerar que el enfrentamiento bélico y sus avances desde el bando que sea. Hoy, la guerra en Ucrania tiene lugar a la sombra de elecciones críticas programadas para 2024. Las elecciones en Rusia, Ucrania, Taiwán y EE. UU. serán cruciales, en su inminencia, para dar forma al desarrollo de la guerra en 2023. El resultado de estos votos podría definir el próximo orden internacional. En marzo de 2024 se celebrarán elecciones presidenciales en Rusia y Ucrania. Así como hoy no se ve a Putin perdiendo en las urnas, se sabe que Zelensky enfrentará grandes problemas logísticos en un país en guerra, y, no olvidemos, con una arraigada tradición de corrupción en Ucrania que hoy por hoy parece en receso. De por sí, con la mayoría de la población exiliada o desplazada internamente no será sencillo tener siquiera un padrón electoral.

A su vez, los fracasos rusos en el frente bélico, sin necesariamente tener que ser abrumadores, harán que Putin deba enfrentar lo que no enfrentó en 20 años: la oposición no solo de los pocos liberales activos que quedan en el país, sino también de una derecha nacionalista movilizada y creíble. Una campaña electoral así combinada podría desencadenar el momento anti-Putin que los europeos y los estadounidenses han esperado durante mucho tiempo, sin que eso implique un cambio de sistema para Rusia.

Hoy, antes de las elecciones, los países de la Unión Europea deben decidir qué clase de mundo quieren: si el que puede surgir de apoyar a Ucrania hasta que doblegue a Rusia, o, si no tienen la fuerza política interna para hacerlo, o no quieren convivir con ese resultado, dejar en definitiva de apoyar a Ucrania. Hoy hay opiniones en ambos sentidos, y la resistencia a darle a Ucrania los tanques que tanto reclama (Alemania afirma que a ella no le pidieron formalmente los tanques Leopold) mantiene la indecisión. Al parecer, buenos tanques es lo que los ucranianos reclaman para avanzar debidamente.

Por el lado de Rusia, las sanciones impuestas desde esa parte de occidente que tomó franco partido por Ucrania tuvieron algunos resultados. En general, sus exportaciones de petróleo y gas rusos están cayendo, y los ingresos de Moscú por las ventas de energía también, cayendo desde los más de 1.000 millones de dólares al día en marzo a abajo de ese número redondo. Pero la institución europea CREA da cuenta que al menos durante los tres primeros meses de guerra, esos ingresos superaban los 876 millones de dólares diarios gastados por Rusia en la guerra.

Los planes desde entonces de coartar las exportaciones de petróleo por mar, lo que las reduciría en dos tercios, se concretan parcialmente y no tienen un reflejo contable que permita estimar su efecto. Así, EEUU declaró una prohibición total a las importaciones rusas de petróleo, gas y carbón. El Reino Unido eliminará gradualmente las importaciones de petróleo ruso para finales de año. En marzo, el bloque también se comprometió a bajar las importaciones de gas de Rusia en dos tercios dentro de un año, en el que ya estamos, y sin novedad al respecto.

Para el ruso promedio, las sanciones occidentales por la guerra de Ucrania ya empezaron a ser un problema en la vida cotidiana y se extiende por los actividades menos pensadas: desde viajes y compra de viviendas, hasta Netflix y el cine.

Las sanciones a Rusia se empezaron a aplicar ocho días después de su invasión. A  grandes rasgos, incluyen restricciones al banco central y el recorte del acceso de otros grandes bancos rusos al dólar y otras monedas de reserva. Fue sólo cuestión de días para que éstas afectarán al ciudadano ruso promedio. Conseguir moneda fuerte sigue siendo motivo de largas colas y de mercado negro, informa el Financial Times; el dólar está a 66 rublos, y el salario mínimo equivale a 217 dólares. El Wall Street Journal informó que la duplicación de las tasas de interés, al 20%, han casi paralizado el mercado inmobiliario. El 55% de los medicamentos son importados, y ese rubro está siendo seriamente afectado por las sanciones, por ahora con acaparamiento y mercado negro.

A esto se agrega que las diez mayores empresas rusas perdieron de golpe un 20% de su valor en el mercado. El gobierno reaccionó ante la situación, anunciando que comprará acciones fabriles por el equivalente a 9.000 millones de dólares. El portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, admitió ya hace meses que «la economía rusa ha sufrido un duro golpe», pero insistió en que «seguimos en pie».

Rusia está teniendo una continua emigración, y parejas que viajan por ejemplo a la Argentina a tener su hijo, se quedan a vivir. Es una emigración calificada,  y también en edades de inicio de la vida laboral, que emigra instigada por la conscripción forzosa; la leva. No hay cuantificación del fenómeno, pero es la reacción desde la sociedad civil a políticas de Estado en un país en el que no existe formalmente la sociedad civil. Para contrarrestar los efectos mediáticos de esta información que permea la sociedad, el gobierno afirma que más de cinco millones de ucranianos llegaron voluntariamente a Rusia desde febrero 2022, y de ellos, 721.000 son niños.

Las implicancias políticas pueden tener dos lecturas, en dependencia del nivel social de la población. El pueblo trabajador está siendo afectado por la caída de su nivel de vida en un mundo ruso que creía, en principio, funcional y vivible (el índice de pobreza es de 12,1%), y  no tener una motivación ideológica estructurada para soportar la situación, como la tuvo durante la Gran Guerra Patria, disminuye su tolerancia. La Iglesia Ortodoxa Rusa ha salido abiertamente en apoyo del Kremlin con la celebración de Navidad (que realiza el 7 de enero) y discursos en su línea de nacionalismo conservador, pero es temprano para evaluar sus resultados. Esta gran mayoría de la población pasa a tener un peso decisivo en la situación en la instancia de elecciones.

La otra lectura es la de la clase adinerada, ligada al Estado y que supo llamarse nomenklatura. Esa élite, como la de todo el mundo, quiere vivir sin fronteras ni limitaciones, y demanda –por ahora, en voz baja– poder hacerlo. Es un frente de presión sobre el poder político, sobre el Kremlin y particularmente sobre Putin: demanda que se termine de una vez este incordio de la guerra. 

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