CINE | “El dilema de Mr. Hoffman”: Un crudo retrato sobre miserias humanas

La patológica persecución racial que culminó en una descomunal tragedia que aun registra la memoria colectiva pese a que ya han transcurrido casi ocho décadas de su epílogo, es la removedora matriz temática de “El dilema de Mr. Hoffman”, el removedor largometraje del realizador francés Fred Cavayé, que indaga en los oscuros entretelones de uno de los episodios políticos más pesadillescos del siglo pasado.

Aunque este largometraje está ambientado durante la Segunda Guerra Mundial, no es propiamente un film bélico sino uno de los tantos retratos del horror que deparó el odio demencial del nazismo, una ideología fanática y fanatizada que devino en aberrantes crímenes e incalificables violaciones de los derechos humanos.

Pese a que carece de la extrema crudeza de recordadas producciones de elite como “La Lista de Schindler”, la laureada obra maestra de Steven Spielberg, o “El pianista”, el magistral film del maestro polaco Roman Polanski, igualmente trasunta todo el dramatismo de un período de la historia que es evocado con una lógica sensación de espanto y estremecimiento.

En efecto, a diferencia de los dos títulos antes mencionados, que ponen su foco particularmente en el holocausto judío, esta película ensaya otras miradas sobre el conflicto, que no son ciertamente menos conmovedoras.

Aunque en este caso no hay torturas, sangre ni cuerpos mutilados o calcinados en los hornos crematorios como en otras tantas producciones cinematográficas que recrean con mayor o menor rigor e intensidad la salvaje hecatombe, el terror igualmente se percibe claramente en la atmósfera cotidiana.

En ese marco, la historia está ambientada en la ocupada París de comienzos de la década del cuarenta, asolada por las hordas nazis y sometida a un auténtico calvario.

En ese contexto, los personajes de la trama son el joyero judío  Joseph Haffmann (Daniel Auteuil) , quien  intenta vanamente adaptarse a este despiadado cuadro de desolación.

Sin embargo, en su fuero íntimo sabe bien que pronto la jauría se lanzará sobre él, lo despojará de sus bienes y de su libertad y lo condenará inexorablemente a un campo de concentración

Ese es el destino de todos los judíos en una ciudad ocupada por un poder alienado y depredador  que, además de la prepotencia, cultiva el más primitivo de todos los odios raciales.

Enfrentado a este dilema de hierro, el protagonista asume que debe accionar para evitar ser barrido por la barbarie, al igual que otras personas que profesan su mismo credo.

Consciente que la prioridad es naturalmente salvar la vida, que es lo único irremplazable, envía en secreto a su familia a una zona neutral y luego entabla una arriesgada negociación con su empleado François Mercier (Gilles Lellouche).

La idea, que no es naturalmente descabellada, es que éste se transforme transitoriamente en joyero mientras pasa la tormenta y luego, al terminar la ocupación, todo retorne a la normalidad.

Obviamente, la recompensa para Mercier que poco entiende del oficio, es mudarse a la confortable residencia de su empleador junto a su esposa y tal vez en el futuro tener su propio negocio.

Se trata, naturalmente, de un pacto de caballeros de mutua conveniencia. En efecto, para el empleado el acuerdo significa obviamente un cambio radical de vida y una sustantiva mejora de su estatus económico y social. En tanto, para el propietario del local el convenio puede significar la libertad y la posibilidad de reunirse nuevamente con su familia.

Más allá que existen numerosas películas en las cuales el tema central es el cambio de roles, el primer recuerdo que aflora en nuestra memoria es “El sirviente”, el memorable film del maestro estadounidense Joseph Losey, que, en la década del sesenta, se transformó en una suerte de obra de culto para los cinéfilos de paladar fino y amantes del género dramático. En esta película de 1963, el sirviente del título se va apropiando paulatinamente de la vida de su rico empleador hasta anularlo.

Empero, en este caso el plan, que inicialmente parecía perfecto y a priori colmaba las expectativas de ambos hombres, sufre un contratiempo, cuando el joyero no puede escapar por los estrictos controles impuestos por el ejército de ocupación y debe regresar a su casa y su negocio.

Por supuesto, ya nada será igual, porque el comerciante deberá permanecer escondido mientras su empleado seguirá al frente del negocio como si fuera propio y usufructuando el privilegio de vivir junto a su esposa en la confortable casa de su patrón.

En esas peculiares circunstancias, el protagonista se transforma en un auténtico prisionero en su propia casa y su espacio se reduce a un incómodo sótano, donde deberá vivir hasta que la situación cambie radicalmente. Joseph Haffmann es una suerte de fantasma y casi un topo que sobrevive bajo tierra como si estuviera muerto, sin derecho a ver la luz del sol ni a caminar por la sometida París.

Mientras el protagonista se mantiene voluntariamente recluido y casi incomunicado, su empleado, que sigue adelante con la farsa como fue inicialmente planeada, mantiene un vínculo conflictivo con su mujer. En efecto, como el hombre es estéril la pareja no puede tener hijos, lo cual complejiza la relación.

La frecuente visita de militares nazis a la joyería modificará el curso del relato, cuando, urgido por las circunstancias, el empleado y falso joyero recibe varios encargos. En ese contexto, la única alternativa es recibir las alhajas que le entregan sus clientes, las que deberán ser reparadas en secreto por el joyero.

El realizador francés sabe administrar sabiamente las tensiones de una situación verdaderamente insólita y contradictoria, en la cual el empleado muta en empleador y viceversa. Naturalmente, se trata de una situación realmente incómoda que, con el tiempo, adquiere ribetes singularmente dramáticos, cuando el trueque de personalidades se consolida, naturaliza y complejiza.

¿Qué otra alternativa tiene realmente el joyero judío que mantenerse oculto en ese claustrofóbico sótano y trabajar para preservar la pantalla que oculta la verdad? Obviamente, ninguna.  En efecto, cualquier cambio de actitudes puede deparar un drama de imprevisibles consecuencias.

Por supuesto, esa enrevesada situación nos induce a evocar otro drama que fue adaptado al cine en varias oportunidades: “El diario de Ana Frank”, que es el testimonio de la conmovedora historia real de una adolescente judía residente de Ámsterdam, Holanda, quien recreó sus vicisitudes junto a su familia durante la ocupación nazi a esa ciudad.

Como es notorio, la joven registró minuciosamente en tres cuadernos, su experiencia de voluntario confinamiento junto a su familia y otras personas judías, que se escondieron en una buhardilla para no ser detenidas por los alemanes. Finalmente, todos fueron denunciados, arrestados y ulteriormente aniquilados.

La joven, que también solía escribir cuentos, se transformó con el tiempo en un auténtico ejemplo de entereza y valentía y su peripecia personal se erigió en un testimonio de la barbarie nazi fascista que asoló a Europa entre las décadas del treinta y el cuarenta del siglo pasado.

Sin llegar a los extremos de dramatismo de este diario devenido en libro, este prolijo trabajo cinematográfico es un descarnado retrato no sólo de la barbarie, sino también de la ambigüedad, la ambición y la doble moral que se explicita en situaciones límite.

Fred Cavayé administra con singular sabiduría no exenta de sobriedad la tensión que caracteriza al vínculo de los protagonistas, quienes deben interpretar dos personajes a la vez.

Naturalmente, el film expone la hipocresía, la bajeza y las miserias humanas, en una progresión dramática que crece incesantemente hasta un desenlace tan sorprendente como inesperado.

Pese a su peculiar temática, esta película carece de héroes. En este caso, todos son seres humanos de carne y hueso, con sus contrastes, sus flaquezas, sus vulnerabilidades, sus pulsiones emocionales y sus sentimientos más deleznables.

En ese contexto,  “El dilema de Mr. Hoffman” no es propiamente una historia convencional que denuncia las atrocidades perpetradas por los nazis, como en el caso de otros tantos films que abordan esta temática. Es sí un cuadro realmente removedor y un testimonio sobre la inmoralidad y la cara más oscura de la condición humana.

A una prolija reconstrucción de época que impregna en nuestra retina la imagen de una París si se quiere fantasmal y despojado de casi toda su mágica belleza y esplendor, se suma la gran actuación del siempre magistral Daniel Auteuil, muy bien secundado por Gilles Lellouche.

FICHA TÉCNICA

El dilema de Mr. Haffmann. (Adieu Monsieur Haffmann).  Francia 2021. Dirección: Fred Cavayé. Guion: Fred Cavayé, Sarah Kaminsky. Fotografía: Denis Rouden. Música: Christophe Julien. Edición: Mickael Dumontier. Elenco: Daniel Auteuil, Gilles Lellouche, Sara Giraudeau, Nikolai Kinski, Mathilde Bisson y Anne Coesens. 

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico de cine

  

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