CINE | “Ennio, el maestro”: El inconmensurable legado de un genio

La exultante genialidad condensada en el pentagrama y ulteriormente trasladada a la intransferible magia del formato cinematográfico, es el emotivo disparador temático de “Ennio, el maestro”, el formidable documental del talentoso cineasta italiano Giuseppe Tornatore, que homenajea al egregio compositor italiano de bandas sonoras de películas Ennio Morricone, a dos años de su desaparición física,

Este trabajo cinematográfico, que destila emoción y admiración por una figura sin dudas referente del arte universal del siglo pasado y de las dos primeras décadas del tercer milenio, recrea la historia del magistral creador, desde su infancia hasta las postrimerías de su fulgurante periplo biológico.

En ese marco, lo realmente inusual y sorprendente es que la multitudinaria legión de admiradores de varias generaciones que yo en lo personal integro desde mi más temprana adolescencia, nunca asistió al ocaso del maestro, que brilló con luz propia y siguió dirigiendo orquestas hasta pocos meses antes de su deceso.

En ese contexto, esta suerte de tributo a esta emblemática figura de la cultura universal, indaga –con singular elocuencia y sutileza- en los más inextricables secretos de la creación artística de Ennio Morricone, que lo transformaron en un auténtico personaje de reconocimiento internacional durante casi seis décadas de historia.

Esta producción realmente imperdible para los cinéfilos que se precien de tales, se sostiene básicamente en un extenso reportaje realizado por el propio Tornatore a su maestro, con quien mantuvo un estrecho vínculo de amistad nacido de la relación profesional, a partir de una película realmente inolvidable como “Cinema Paradiso” (1988).

Las primeras imágenes, que se desarrollan en la intimidad del hogar del anfitrión, registran la silueta de un conocido anciano, muy ágil para su edad, que pasea su delgada anatomía por un inmenso salón enfundando en un conjunto deportivo.

En la siguiente escena, este hombre, que es naturalmente Morricone, se tiende en el piso boca abajo y practica gimnasia (lagartijas), a un ritmo e intensidad acorde a su edad.

Evidentemente, este personaje, que pese a haberse erigido con el tiempo en leyenda, fue un hombre de carne y hueso como nosotros, que vivió nada menos que 91 años, porque desarrolló rutinas sanas que le permitieron gozar de un singular bienestar casi hasta el epílogo  mismo de su longeva existencia.

Naturalmente, para conservar una buena salud –sólo así se explica que haya traspasado la barrera de la novena década- además de los cuidados sanitarios de rigor, se nutrió recurrentemente de su gran pasión: la música y, en ese contexto, de las más de quinientas partituras que integraron su inolvidable repertorio de bandas sonoras.

El film, que tiene una duración de más de dos horas y media, aunque por su intrínseca calidad no le sobra ni un minuto, se retrotrae inicialmente a la infancia y adolescencia del personaje, periplo retrospectivo que ilustra con fotos de la época.

Por influencia de su padre, ese período de su historia personal fue clave para su futuro y modificó radicalmente las coordenadas de su vocación. Pese a que inicialmente su aspiración era cursar la carrera de medicina, el peso de los deseos de su progenitor –que era músico- marcó su destino.

En ese contexto, en los primeros veinte  minutos de este trabajo cinematográfico, se observa a Morricone muy joven tocando la trompeta. Era tal su creatividad y destreza para la ejecución de ese instrumento de viento de variadas tonalidades polifónicas, que, cuando tenía apenas seis años de edad, ya había compuesto su primera obra.

El relato describe minuciosamente su tránsito por la Academia Nacional de Santa Cecilia y por el conservatorio, hasta recibir su diploma de trompeta en 1946.

En ese marco, inició tímidamente su carrera en la primera mitad de la década del cincuenta como compositor “fantasma”, creando música para películas que eran atribuidas a célebres artistas de la época.

Obviamente, el gran salto lo dio en la década del sesenta, cuando compuso, para su amigo y director de cine italiano Sergio Leone, las bandas sonoras de la primera trilogía de género western integrada por “Por un puñado de dólares” (1964), “Por unos dólares más” (1965) y “Lo bueno, lo malo y lo feo” (1966), que devino en un auténtico clásico.

Empero, la colaboración entre el cineasta y el compositor se prolongó ulteriormente en  una segunda y tal vez más potente trilogía, compuesta por “Érase una vez en el  Oeste” (1968), Los héroes de mesa verde” (1971) y “Érase una vez en América” (1984).

Por supuesto, el proceso de elaboración de estas paradigmáticas partituras por parte del autor –descrito mediante palabras y una no menos elocuente gestualidad- es ilustrado por algunas escenas claves de las seis películas aludidas. Un detalle realmente curioso y singularmente humorístico, es la referencia a la banda sonora de “Lo bueno, lo malo y lo feo”, que, según confiesa su autor, se inspiró en sus primeros acordes en el aullido de un coyote.

En el decurso del extenso reportaje realizado por Tornatore, que está presentado como una suerte de monólogo o diálogo con el espectador a través de un registro visual del rostro en primer plano del entrevistado, Morricone confiesa la influencia del compositor Juan Sebastián Bach en algunas secuencias de “Por un puñado de dólares”, de la ópera, y del también eminente compositor barroco Girolamo Frescobaldi, en “La batalla de Argelia” (1966), un film histórico testimonial del realizador italiano comunista Gilo Pontecorvo.

Su vínculo con este cineasta trasgresor se extendió a “Queimada” (1969) – una furibunda denuncia contra el colonialismo inglés en América- y “Operación ocro” (1979), un largometraje que reconstruye el fatal atentado de la ETA en Madrid, contra el ministro de la dictadura franquista Carrero Blanco.

También en estos casos, el autor revela los secretos que lo inspiraron para la creación de las respectivas bandas sonoras, que, al igual que las películas, pasaron a la historia como brillantes exponentes del cine independiente y de denuncia.

La descripción de Morricone no es menos elocuente cuando refiere a la sugestiva banda sonora de la película “Sacco y Vanzetti” (1971) que incluye a la célebre cantautora Joan Baez, el drama político de Giuliano Montaldo que recrea la ejecución de dos obreros anarquistas en los Estados Unidos de la década del veinte,  y a “Investigación de un ciudadano sobre toda sospecha” (1970), de Elio Petri, que denuncia los excesos del poder en una Italia gobernada por sórdidos neofascistas.

Morricone habla, gesticula, ríe y convoca al espectador a sumarse a su cabalgata retrospectiva, que naturalmente no soslaya referencias al maestro italiano del suspenso y el terror psicológico Darío Argento, de quien musicalizó tres largometrajes:  “El pájaro de las plumas de cristal” (1970), “El gato de las nueve colas” (1971) y “Cuatro moscas sobre terciopelo gris” (1971).

Otros títulos inolvidables del género de acción impregnados por la intransferible ingeniería poética y sonora del maestro fueron, por ejemplo, “El clan siciliano” (1969), el formidable policial francés de Hernie Verneuil, “Los intocables” (1987), de Brian de Palma, “El profesional”, (1981), de George Lautner, “El marginal” (1983), de Jacques Deray, “Bugsy” (1991), de Barry Levinson, y la siempre olvidada pero no menos formidable “Ciudad violenta” (1970), de Sergio Sollima.

Mientras el inolvidable autor rescata intransferibles vivencias de los nutridos anaqueles de su memoria e intimidades de sus más emblemáticas creaciones, Tornatore ilustra el relato con escenas clave de “El clan siciliano” y de “Los intocables”, cuyas bandas sonoras se transformaron en auténticos clásicos, que son tan o más célebres que las propias películas.

En esta extensa síntesis cronológica, que abarca más de dos horas y media sin que el espectador lo perciba, por la intrínseca riqueza de los contenidos, no faltan referencias al cine del controvertido maestro izquierdista Pier Paolo Pasolini, de quien musicalizó la polémica  “Teorema” (1968) y  la censurada “Saló o los 120 días de Sodoma” (1975), a “Giordano Bruno” (1973), de Giuliano Montaldo”, a la monumental “La misión” (1986), de Roland Joffé, y al inconmensurable fresco histórico “1900” (1976), del talentoso realizador italiano Bernando Bertolucci.

Este maestro de maestros, venerado por directores de cine que abrevaron de su caudalosa y prolífica sabiduría y paladearon la calidad de su prodigiosa obra, guionistas, actores y naturalmente por una auténtica legión de fanáticos entre los cuales por supuesto me incluyo, dicta cátedra frente a una cámara que registra cada una de sus inflexiones gestuales y emocionales.

La profusa sucesión de imágenes deviene en la pantalla en un auténtico y ciertamente variopinto festival de colores, formas y variadas sonoridades, que identifican la paleta artística de los cineastas que tuvieron el privilegio de trabajar con Ennio Morricone. En todos los casos, se nota la impronta de este artista de fuste, que captura el sentido auditivo del espectador con su polifonía magistral, tan abundante en instrumentación como en voces humanas femeninas y masculinas.

En efecto, ninguna de sus partituras pasó realmente inadvertida, por la intrínseca calidad de su textura y honda sensibilidad y por la armónica conjunción entre lo clásico y la popular.

Esa heterogénea versatilidad, que fue sin dudas su cualidad más saliente y resaltable, le permitió incursionar virtualmente en casi todos los géneros cinematográficos, desde el western y el cine político y testimonial hasta el policial y el romántico.

Tal era el eclecticismo de este arquitecto singular del pentagrama admirado en todo el planeta, quien, pese a sus dos premios Oscar –uno de ellos honorífico y tardío por su confesa filiación comunista- y de otros tantos galardones, jamás abandonó su Roma natal, como un testimonio de reafirmación de su identidad.

Este documental también se nutre de testimonios que destilan profunda admiración de relevantes personalidades de la cultura universal tanto del cine como de la música, como Clint Eastwood, Bernardo Bertolucci, Quentin Tarantino, Dario Argento, Hans Zimmer, John Williams, Wong Kar Wai, Terrence Malick, Lina Wertmüller, Quincy Jones, Bruce Springsteen, Vittorio y Paolo Taviani, Marco Bellochio, Barry Levinston, Gianni Morandi, Gillo Pontecorvo y Joan Baez, entre otros.

Naturalmente, este excelso largometraje no soslaya los dos reconocimientos de Hollywood, en ambos casos tardíos, con un Oscar Honorífico otorgado al compositor por su destacada trayectoria y otra estatuilla dorada por la banda sonora de “Los ochos más odiados” (2015), el iconoclasta western del creativo cineasta norteamericano Quentin Tarantino.

“Ennio, el maestro” es bastante más que un homenaje o un mero tributo a un creador tal descollante como referente. Es un auténtico friso histórico, sensible y testimonial, que recrea más de seis décadas de la magistral trayectoria artística de un personaje emblemático de la cultura contemporánea, cuyas composiciones  para el cine, en lo personal, me siguen emocionando y subyugando como cuando yo tenía apenas 12 años de edad.

En efecto, su música, realmente incomparable, por su originalidad, emotividad, polifónica belleza y mágica creatividad, conserva enhiesta la juventud de aquel incipiente trompetista que -hace más de setenta años –comenzó a construir su itinerario de gloria.

FICHA TÉCNICA

Ennio, el maestro. Italia-Bélgica-Holanda-Japón-Alemania 2022. Dirección y Guión: Giuseppe Tornatore  Fotografía: Giancarlo Leggeri, Fabio Zamarion, Edición: Massimo Quaglia, Annalisa Schillaci.Música: Ennio Morricone. Testimonios: Clint Eastwood, Bernardo Bertolucci, Quentin Tarantino, Dario Argento, Hans Zimmer, Barry Levinson, John Williams, Wong Kar Wai, Terrence Malick, Lina Wertmüller, Quincy Jones, Bruce Springsteen, Vittorio y Paolo Taviani, Marco Bellochio, Barry Levinson, Gianni Morandi, Gillo Pontecorvo y Joan Baez.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico de cine

 

 

  

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