El fundamentalismo y la intolerancia religiosa partiendo de la premisa marxista que “la religión es el opio de los pueblos”, constituye el eje temático de “El joven Ahmed”, el nuevo opus de los controvertidos pero geniales cineastas belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, autores de un cine incisivo e iconoclasta, que exhibe Cinemateca Uruguaya.
No en vano, en su vasta carrera cinematográfica estos dos hermanos han conquistados numerosos galardones internacionales en festivales europeos, donde realmente se evalúa la calidad artística sin ponderar el valor de mercado de los productos.
Desde este punto de vista los hermanos Dardenne, como otros colegas de la prolífica Europa progresista de los Países Bajos y los nórdicos, son un suerte de anticuerpo contra la pasatista industria hollywoodense, que únicamente privilegia la taquilla.
En efecto, al igual que el británico Ken Loach y otros creadores de un cine alternativo que otorga voz a los sin voz y jamás oculta las miserias del ilusorio “paraíso desarrollado”, estos conceptuosos autores han construido un cine osado, crítico y testimonial, que denuncia las miserias soterradas de sociedades que se venden al exterior como modélicas, pero distan de esa visión edulcorada que es un mera farsa para el consumo de de inocentes e imberbes.
En el decurso de sus respectivas carreras como equipo de dirección y producción, estos hermanos, que no son gemelos biológicos pero sí artísticos, han configurado una obra realmente removedora, con recordados títulos de la enjundia y calidad creativa de “La promesa” (1996), “Rosetta” (1999), “El hijo” (2002), “El niño” (2005), “El silencio de Lorna” (2008), “El niño de la bicicleta” (2011) y “Dos días, una noche” (2014) y “La chica sin nombre” (2016), entre otros.
La amplia gama de problemáticas abordadas en este “cine verdad”, le advierte a los desprevenidos que no se digieran la recurrente mentira que el denominado Primer Mundo del sobrevalorado capitalismo central les vende a los crédulos oriundos de las expoliadas naciones periféricas. En realidad, más allá de eventuales estándares de vida, en esas sociedades subyacen las mismas asimetrías e iniquidades que en todo el planeta, cubiertas por una engañosa pátina que oculta lo sórdido y perverso de las miserias intrínsecas a la condición humana.
Esa valiente tendencia a la denuncia social sin atajos ni subterfugios está presente, por ejemplo, en “La promesa”, “El silencio de Lorna” y “La chica sin nombre, que plantean un indispensable debate sobre los inmigrantes- particularmente los ilegales- quienes padecen la xenofobia, la marginación y la explotación laboral.
Por su parte, el lacerante tema del desempleo en contextos de crisis, de sustitución de la fuerza de trabajo por la tecnología, desregulación y precariedad laboral se aprecia en dos títulos mayores: “”Rosetta” y “Dos días y una noche”.
Por su parte, la ruptura de los lazos familiares, que en todos los casos tienen una génesis multicausal que para nada soslaya lo social, es planteada con osadía y rigor nada complaciente en films como “El hijo”, “El niño” y “El chico de la bicicleta”.
En cambio, “El joven Ahmed” indaga en un tema no menos relevante que ha generado guerras –a menudo intestinas- y múltiples tragedias a nivel global: el fanatismo religioso.
Si bien naturalmente esta temática no es novedosa y ha devenido en múltiples propuestas cinematográficas, la radical diferencia es que en este caso el personaje central del relato es un adolescente musulmán.
En tal sentido, no parece tan relevante la nacionalidad del protagonista. Lo realmente trascendente es que se trata de un inmigrante, seguramente procedente de una región del planeta azotada por la violencia política y religiosa. Puede ser un palestino o un oriundo de otro país de Oriente Medio. Sin embargo, lo cierto es que no es un judío, que constituye el blanco de su odio.
En efecto, el protagonista de esta removedora película es Ahmed (Idir Ben Addi), un joven árabe de religión musulmana, que se muda a Bélgica con su madre y hermanos- el padre es una ausencia notoria- para quien la inserción y la asimilación de las costumbres de un país tan liberal significan un fuerte impacto.
Ha sido tan rigurosa su formación académica en las escuelas coránicas, que esa educación, que va contra toda racionalidad, lo enfrenta incluso a su madre y sus hermanas, que asumen que la única estrategia para integrarse a su nuevo hogar belga es admitir algunos de los hábitos culturales de su país de adopción.
Eso las expone a fuertes conflictos con el joven fundamentalista, que hasta llega a catalogar a su hermana Yasmine (Cyra Lassman)
de prostituta por el uso de un escote muy pronunciado que apenas deja entrever parte de sus pechos y a su madre (Claire Bodson), por beber alcohol y no usar hiyab, un pañuelo que cubre la cabeza y parte del pecho, el cual estigmatiza al sexo femenino.
Esa conducta irascible lo transforma en una suerte de “enemigo íntimo” para su propio núcleo familiar y hasta en un paria social, por la imposibilidad de relacionarse con los chicos de su misma edad en el colegio, salvo con quienes profesan su mismo credo.
Obviamente, el responsable de sus desvaríos mesiánicos es el imán de su mezquita, Youssouf (Othmane Moumen), quien le contamina el cerebro con el odio a los supuestos infieles, auténtico combustible de tragedias colectivas durante el siglo pasado y el tercer milenio.
Por supuesto, nadie niega que esos pueblos de Medio Oriente han tolerado, desde hace más de seis décadas, el oprobio, las invasiones y ocupaciones ilegales de un estado imperialista como el también fanático Israel, lo cual ha originado numerosas guerras por territorios, espurios intereses geopolíticos, riquezas y derechos presuntamente ancestrales, con el apoyo y auspicio de potencias que sólo codician el petróleo que duerme en los ricos yacimientos de esas martirizadas naciones.
Empero, ese odio recíproco, que ha condenado por ejemplo a Palestina a la represión, la violencia y el desarraigo, tiene también un componente que no es para nada racional: el religioso.
El protagonista, que es una de las tantas víctimas de la patología de la intolerancia, no parece detenerse ante nada y ante nadie, al punto de acusar a una docente de puta y apóstata por “acostarse” con un judío y de enseñar árabe moderno y utilizar canciones en sus clases que para los musulmanes ortodoxos desvirtúan las enseñanzas de Mahoma. En ese contexto, no duda en atentar contra la vida de la educadora, lo cual deriva en su confinamiento en un reformatorio rural.
Para reafirmar la convicción que nadie puede curar ese odio acumulado y alimentado durante varias generaciones, los realizadores incorporan un atisbo de acercamiento romántico con la blonda chica Louise (Victoria Bluck), que reside en la granja donde es alojado el imputado por tentativa de homicidio. En ese marco, afloran todos los prejuicios del joven, quien rechaza incluso una leve caricia de la mujer, porque, de acuerdo a los absurdos preceptos de su religión, el hombre debe llegar virgen al matrimonio, en pleno siglo XXI.
Naturalmente, tamaño absurdo sólo es posible en sociedades contaminadas por la patología del fanatismo, la mayoría de ellas gobernadas por regímenes autocráticos que marginan a la mujer, la humillan, le conculcan todos sus derechos y la transforman en una suerte de objeto, por más que los hombres tienen la potestad de tomar hasta cuatro esposas a la vez.
“El joven Ahmed” es un crudo testimonio de la violenta colisión que aun subyace entre culturas y creencias antagónicas, así como de las deletéreas consecuencias del fundamentalismo religioso, que no es exclusivo por supuesto de los musulmanes, sino de prácticamente todos los cultos y liturgias para las cuales la única verdad es el dogma de fe.
Esa suerte de irracional ceguera, representada en este caso por un adolescente que recién comienza a conocer en el mundo, da cuenta que esta patología nutrida por el odio ha echado raíces muy profundas en millones de personas que rechazan y repudian al diferente por considerarlo infiel y se creen depositarios de la verdad, de la cual nadie, ni aun el más sabio de los seres humanos, ostenta el monopolio.
En tal sentido, este valioso largometraje se erige es una suerte de denuncia pero también en un aleccionador alegato por la paz y el imperio de una racionalidad no exenta de emotividad, en un mundo intolerante, mezquino y egoísta gobernado –entre bambalinas- por el más poderoso de los dioses terrenales; el poder económico, en el marco de un inicuo modelo concentrador.
FICHA TÉCNICA
El joven Ahmed (Le Jeune Ahmed). Francia y Bélgica 2019. Dirección: Dardenne. Guion: Jean-Pierre LucDardenne.
Fotografía: Benoit Dervaux. Edición: Marie-Helene Dozo. Reparto: Idir Ben Addi, Olivier Bonnaud, Myriem Akheddiou, Victoria Bluck, Claire Bodson, Othame Moumen, Amine Hamidou y Yassine Tarsimi.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico de cine
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