CINE | “La gomera” Entre la impunidad y la corrupción

 

 

 

La rampante e impune corrupción policial de sesgo clandestino y el narcotráfico son los dos ejes vertebrales de “La Gomera”, el tenso e inteligente thriller de impronta dramática del realizador rumano Corneliu Porumboiu, que fue estrenado en salas exhibidoras de Montevideo antes de la nueva suspensión de los espectáculos públicos. 

Corneliu Porumboiu, es sin dudas, uno de los precursores del denominado Nuevo Cine Rumano que emergió en los últimos treinta años luego de la caída del socialismo real, mediante una propuesta que destaca por su austeridad, su minimalismo y su acento de denuncia.

Esta coproducción ratifica el ascendente talento y versatilidad del premiado cineasta, cuya obra, breve por su juventud pero no de menor riqueza por sus intrínsecos valores artísticos, incluye recordados títulos como “12:08 al este de Bucarest” (2006),  “Policía, adjetivo (2009)”,  “Cae la noche en Bucarest” (2013)  y “El tesoro” (2015).

En esta oportunidad, el autor retoma el género policial en el cual incursionó en su recordada y desencantada “Policía, adjetivo”, con idéntico énfasis en la ruptura de esquemas y estereotipos.

Al respecto hay una fuerte apuesta al cine de acción algo sosegada y distante del frívolo vértigo de los productos meramente gastronómicos de industria, con un tinte levemente noir, acorde con los códigos del género.

No en vano, el protagonista es Cristi (Vlad Invanov), un policía bien corrupto pero generalmente prolijo en su accionar, que trabaja clandestinamente como soplón para la mafia del narcotráfico.

Si lo extrapoláramos con un personaje de la guerra fría, sería un doble agente que opera para los dos bandos, con la ventaja comparativa de poder interactuar en diversos ambientes con la más absoluta de las libertades y con total impunidad.

Esa dicotomía, que es en definitiva una suerte de simetría que vinculada a la Policía con el hampa, induce a confusión incluso al espectador más avezado, en la medida que, por lo menos al comienzo, no está claro si Cristi es un investigador o un delincuente.

Obviamente, se sirve de su condición de detective para abusar del poder que le confiere una ley de la cual, con su actitud de abierta desfachatez, se mofa abiertamente.

En ese contexto, se trata de un trasgresor que no se diferencia de otros referentes del género, que, en su quehacer cotidiano, se dejan contaminar por el ambiente y se embarran hasta el cuello.

Esta escenografía sugiere claramente y con explícito acento crítico, que la frontera entre el acatamiento de las normas legales y su transgresión en algunos casos es mínima.

Máxime si la recompensa es un jugoso botín de 30 millones de euros, que corrobora, en forma absolutamente explícita e incuestionable, que el dulce pica los dientes y que la poderosa mafia del narcotráfico paga bastante mejor que el Estado. En ese marco, la misión es liberar a un empresario también corrupto que se encuentra tras las rejas, cuyo testimonio es clave para la localización del dinero.

La historia, que se desarrolla casi paralelamente entre Bucarest, la capital de Rumania, y La Gomera, una de las pequeñas islas de las Canarias españolas, tiene una trama realmente enrevesada y similar a un complejo rompecabezas, que sorprende al más exigente y adicto de los cinéfilos.

La otra protagonista de este thriller es Gilda (Catrinel Marlon), una femme fattale de armas tomar, quien oficia como contacto del policía corrupto y debe instruirlo en el uso de del lenguaje de silbidos que emplea el crimen organizado para comunicarse.

Obviamente, la comprensión de ese código de sonidos similares a los que emiten algunos pájaros de ese paradisíaco paraje, se logra mediante su reproducción con subtítulos.

En tal sentido, lo que comienza aparentemente como un juego, con algunos abundantes momentos de jocosidad, culmina en un aprendizaje que permite que los delincuentes se comuniquen sin ser descubiertos por una policía sagaz y perseverante en cumplimiento de sus cometidos.

“La Gomera” es rica en personajes secundarios con un plausible desarrollo psicológico, como Magda (Rodica Lazar), la obsesiva jefa de policía que sospecha de las actividades de Cristi y lo vigila sin claudicar ni un solo instante, al punto de instalar cámaras ocultas en su casa.

Esa suerte de estricta vigilancia, de la cual Cristi es perfectamente consciente, le induce a interactuar con la fascínate Gilda como si esta fuera su pareja o una mera prostituta, para no ser descubierto y que su plan no sea frustrado.

Aunque la película contiene referencias cinéfilas a títulos del género como la inolvidable “Un maldito policía” (1992), del poco recordado director Abel Ferrara, y, por supuesto al cine de Quentin Tarantino, en este casado concreto el espionaje electrónico y audiovisual al cual es sometido ese detective de procederes ambiguos y abiertamente inescrupulosos, nos permite evocar “La conversación”, el notable film del maestro Francis Ford Coppola (1974). Naturalmente, este es un auténtico título de culto que figura, con absoluta justicia, entre las mejores obras de la fecunda producción del director de la oscarizada “El padrino” (1972), entre otros éxitos de crítica y taquilla.

Otro personaje realmente relevante para la narración es Paso (Agusí Villaronga), un temible jefe de la mafia relacionado con el protagonista, que moviliza todas las piezas con las prerrogativas que siempre otorga el poder del dinero, acorde con las reglas del sistema.

Es claro que el tráfico ilegal de estupefacientes, que es uno de los negocios más lucrativos del planeta lo cual le permite comprar personas, favores, lealtades y voluntades, es naturalmente un producto de mercado.

Empero, “La gomera”, además de un thriller y por supuesto un drama, es también una historia de amor de una pareja integrada por personas que se mueven casi siempre en ambientes de extrema sordidez, donde los sentimientos y los afectos suelen ser relegados a un espacio marginal.

De todos modos, si bien el formato de la película no se ajusta y hasta trasgrede los cánones del cine policial y los leguajes casi siempre austeros del cine rumano, el realizador suma a su propuesta otros valores intrínsecos  como una banda sonora que incluye música popular, pero también música clásica del inconmensurable compositor alemán Richard Strauss y hasta algunos fragmentos de ópera, que sintonizan perfectamente con la presentación cuasi teatral de la película.

“La Gomera” es una película realmente singular, que destaca por su ágil pero compleja y tensa construcción narrativa, su superlativa riqueza discursiva, sus excelentes interpretaciones protagónicas, su lujosa fotografía de exteriores y hasta por su indudable perfil de denuncia, que desnuda la impune corrupción  y las subyacentes miserias de un sistema regido –en todos sus ámbitos y dimensiones- por la perversa e inmoral lógica del mercado.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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