Brexit: Un caótico retorno a la nada

Volver al país donde uno nació es una experiencia habitual, dice Mark Beeson, inglés que hace 45 años se fue a Australia. Profesor de Política Internacional en la Western University, Beenson afirma que nunca como ahora el regreso lo dejó tan horrorizado, asombrado por lo que encontró y feliz por ya no vivir en Inglaterra.

Los niveles de infección por el Coronavirus y la tasa de mortalidad registrada en Inglaterra –la más alta desde que se inició la pandemia– dejan pocas ganas de volver. Nos aseguran todo el tiempo que es la mayor transmisibilidad de la nueva cepa del virus la responsable de la crisis, no la incapacidad de los dirigentes políticos encargados de manejarla, dice Beeson.

En su opinión se trata de una “very british crisis”. La actitud irresponsable de las autoridades queda a la vista apenas uno ingresa al país: ningún formulario que llenar, ningún control sanitario, ni cuarentena, “en la orgullosa e independiente Inglaterra”.

A mediados de mes, el 15 de enero, Inglaterra tenía más de 55 mil casos diarios de Covid 19 (aunque la cifra ha venido bajando), más de 37 mil personas hospitalizadas y unos 1.300 muertos diarios.

Las señales contradictorias, la prevaricación, la indecisión del gobierno hizo difícil para la gente discernir cual sería el comportamiento adecuado ante la pandemia. Lejos de hacer la nación grande de nuevo –dice Beenson– (el primer ministro Boris) Johnson podría encabezar la ruptura del Reino Unido, una mayor contracción de su economía y conducir el país hacia la irrelevancia geopolítica.

En el siglo XIX Gran Bretaña lideraba el mundo. Era la cuna del capitalismo. Había derrotado a Napoleón. Luego, en la era victoriana (1837 y 1901) –entonces el reinado más largo del Reino Unido–, su poder se extendió por el mundo, hasta que el reinado actual de su tataranieta, la reina Isabel II, superó en duración el de la reina Victoria, para ser testigo de la paulatina desmembración de la Mancomunidad Británica.

Una nación al borde del abismo
El diario inglés The Guardian percibía la situación del país como “grave”, en editorial de fines del año pasado, cuando las dos partes corrían para poner a punto algún acuerdo que regulara la salida de Gran Bretaña de la Unión Europa y permitiera evitar el llamado “Brexit duro”, una catastrófica ruptura sin acuerdos.

La aparición de una nueva cepa del virus en Inglaterra obligó a un nuevo cierre de los negocios y de severas restricciones a los viajes. Al mismo tiempo entraba en vigencia el Brexit, dos problemas perfectamente alineados en una desastrosa coincidencia para Gran Bretaña, decía el Guardian.

Como ha quedado en evidencia en estas pocas semanas desde que entró en vigencia el acuerdo, el pasado 1 de enero, lo logrado dejó pendiente muchas cosas por aclarar.

Diez días antes de la entrada en vigencia del Brexit cerca de doce mil trailers esperaban para cruzar el Canal de la Mancha. Quedaban otros problemas pendientes. No estaba clara la situación de los exportadores de pescado, particularmente preocupados por el futuro de la industria;  ni como resolver el desafío de manejar nuevamente una frontera entre la República de Irlanda e Irlanda del norte, materia particularmente sensible dada la conflictiva (y a ratos sangrienta) historia de esa relación.

Dos días antes de entrar en vigencia el Brexit, Michael Roberts, que se define como “economista marxista”, escribía sobre el acuerdo en su blog The Next Recession. 57% de los bienes industriales británicos son exportados a la UE, en cuyos mercados podrán seguir entrando libre de aranceles. Pero serán vigilados con cuidado para evitar estímulos, subsidios o deterioro de las garantías laborales, de modo a hacerlos más competitivos en el mercado europeo.

Aún más importantes que los bienes industriales son los servicios, que aportan el 70% al Producto Interno Bruto británico. Poco más de 40% de ese comercio de servicios se hace con la UE. El superávit de los servicios financieros y profesionales compensan, en gran medida, el déficit del comercio de bienes.

“El Brexit no ha hecho nada por ese sector”, dice Roberts. Los profesionales –médicos, ingenieros, arquitectos– tendrán que revalidar sus títulos en cada país donde quieran trabajar. Tampoco se ha terminado de regular el acceso de los servicios financieros al mercado europeo.

En su opinión, las exportaciones del sector británico de servicios terminarán enfrentando peores condiciones que las existentes durante los 48 años de pertenencia del país a la UE.

Estimaciones de entidades financieras tradicionales, incluyendo el Banco de Inglaterra, citadas por Roberts, indican que el PIB británico caerá de 4% a 10% en los próximos 15 años como resultado del Brexit.

El capitalismo británico ya trastabillaba antes de la Covid. Con cifras de crecimiento negativas en 2008 (-0,3%) y 2009 (-4,1%), había logrado sus mejores resultados desde entonces en 2014 (2,9%) y 2015 (2,4%), para volver a crecer solo 1,3% en 2018 y 2019. Las estimaciones son catastróficas para el 2020, pese a un repunte de los datos en el tercer trimestre del año. “La pandemia diezmó los negocios y en 2020 Gran Bretaña sufrirá la mayor caída del PIB entre las grandes economías, con excepción de España”, estimó Roberts. Y se recuperará de la crisis más lentamente que las demás, aseguró.

Las condiciones laborales
Además de los negocios, merece particular atención el impacto del acuerdo sobre las condiciones laborales en Gran Bretaña. Se teme que en el poco regulado mercado laboral inglés –si comparado con otras naciones de la OCDE– esas garantías sean ahora disminuidas. Entre otras cosas, las reglas de la UE incluyen una limitación de 48 horas semanales de trabajo (aunque con excepciones), regulaciones sanitarias y de seguridad, subsidios regionales y sociales, financiamiento para investigación, controles ambientales y libre circulación de la mano de obra. “Todo esto será minimizado”, asegura Roberts. El gobierno planea crear puertos y zonas francas, áreas con poca a ninguna carga impositiva, para estimular la actividad económica, “transformado el país en una base libre de impuestos y de regulaciones para las multinacionales extranjeras”.

Una tendencia a la que también se refirió el Financial Times, al señalar que el gobierno estaba planeando recortar medidas de protección al empleo. Entre ellas terminar con el límite de 48 laborales por semana, cambiar las reglas de descanso en el trabajo y eliminar ciertos pagos de horas extras.

Una “desgracia”, según el opositor Partido Laborista. En medio de la peor crisis económica en tres siglos estas medidas desnudan las verdaderas intenciones del gobierno, “que están muy lejos de las necesidades de los trabajadores y sus familias”, en opinión del antiguo líder laborista Ed Miliband. “El gobierno se prepara para dejar de lado sus promesas al pueblo británico y asestar un mazazo a los derechos de los trabajadores”.

Una falsedad, según el gobierno. “No vamos a reducir los derechos de los trabajadores, dijo Kwasi Kwarteng, Secretario de Negocios.

El caótico retorno a la nada
La desesperanza, las complejas causas del triunfo del Brexit y del sorprendente éxito conservador en viejos bastiones laboristas en las pasadas elecciones del 2019, están contadas en un extraordinario artículo de uno de los editores del Guardian, Alison Benjamin, publicado el 28 de diciembre pasado. Un artículo que nos ayuda a entender nuestro mundo.

“Si alguien me dijera que nuestra ciudad minera iba a votar por los conservadores, yo pensaría que estaba loco”, dice Benjamin, citando al viejo minero George Bell, en Nottinghamshire, una ciudad a poco más de 200 km al norte de Londres, parte del hasta entonces bastión rojo laborista. Pero votaron por los conservadores en las elecciones del año antepasado.

Con la región devastada por el cierre de las minas de carbón, derrotados en la gran huelga de 1984-85, durante el gobierno conservador de Margaret Thatcher, los viejos mineros han ido muriendo, mientras la economía de la región cambiaba de rumbo y, la ciudad, su perfil.

Algunos viejos mineros votaron por el Brexit y por Johnson. No confiaban en que el líder laborista, Jeremy Corbyn, fuera a llevar a cabo el Brexit.

La vieja camaradería en las minas se cambió por empleos en el sector público, o en organizaciones benéficas creadas para atender a las familias desempleadas.

Para Phil Whitehead (61), antiguo electricista en las minas de Shireoaks, los cambios demográficos en la región explican gran parte de la derrota laborista. Los viejos mineros habían sido reemplazados por familias jóvenes, que compraban casa de cuatro dormitorios en urbanizaciones de lujo, sin vínculos con el pasado de la zona. Aquí hay casas algo más baratas y buenas conexiones con Nottingham y Sheffield, donde encuentran trabajos decentes, explica Whitehead.

En el lugar, en vez de las minas, los grandes empleadores son ahora almacenes y centros de distribución ubicados fuera de la ciudad, con trabajadores no sindicalizados y mal pagados.

Electricista y otros trabajadores, que prestaban servicio a las minas, aserraderos, fábricas de ladrillos, se fueron. Ahora lo que hay son ocho “food banks”, centros para suministrar alimentos a las familias sin empleo de Nottinghamshire.

Bell votó por abandonar la UE. Pensaba que las cosas no podían estar peor y que, si abandonaban la UE, podrían llegar nuevas inversiones al lugar.

Whitehead también. Nunca le gustó la UE. “Siempre pensé que representaba los intereses de los patrones, de los grandes negocios y de los bancos. Rara vez hicieron algo por la gente”. Ahora –agrega– probablemente votaría diferente. No imaginaba luego un Brexit “duro”, sin un acuerdo que regulara esa salida.

También reconocen que había un contenido de xenofobia y racismo en la decisión. Algunos decían que si ellos (los trabajadores extranjeros) se quedaban en nuestras fábricas, no tendríamos control sobre ellas. Los queríamos fuera. El Brexit era nuestra manera de mandarlos de vuelta a casa”.

Otros no se arrepienten de haber votado Brexit. ¿Por qué tendríamos que hacer lo que otros países nos dicen?, se preguntaban.

La sombra de la gran huelga de los 80’s todavía se asoma al debate. Dave Potts (67) fue despedido en 1984, después de caer preso durante la huelga. El argumento de que seríamos más fuertes permaneciendo en la UE no es verdad. “Participé en una huelga de mineros que se perdió. No permanecimos unidos”, afirmó. Aunque votó laborista, está desilusionado con la política en general: –Nunca hicieron anda por nosotros, asegura.

Sin trabajo durante ocho años, logró un empleo en una escuela local para coordinar el apoyo a los estudiantes de escasos recursos. Finalmente, un derrame lo obligó a pensionarse.

John Scott (73), otro minero, votó laborismo y rechazó salirse de la UE. Trabajaba para una organización local de caridad proporcionando muebles de segunda mano para gente sin hogar o de bajos ingresos. Piensa que una vez que ganó el leave el laborismo debió aceptarlo y pelear por un acuerdo de salida adecuado. Para él, la posición del partido ante este tema le costó la gran derrota electoral en 2019. Nadie entendía la posición del laborismo, asegura.

Hoy algunos de los que votaron por los conservadores revisarían su posición. El mal manejo de la pandemia es una de las razones fundamentales por las que no volverían a votar por los conservadores.

Pero hay una sensación de que fueron traicionados. “Si hubiese habido más parlamentarios obreros durante la época de Tony Blair (1997-2007), las cosas habrían podido ser diferentes”. Pero no fue así. Blair negoció todos los intereses de los trabajadores y se sumó a Bush y a Aznar en la coalición que destruyó Irak. Aseguraban tener información sobre las armas nucleares del gobierno de Saddan Hussein que, como sabemos, no existían. Blair se sumó también al plan del entonces canciller alemán, Gerhard Schröeder, para enfrentar el desempleo reduciendo los derechos laborales, pilar de lo que se llamó la “Tercera vía”, con la que la socialdemocracia alineó sus posiciones al neoliberalismo.

Entonces los dirigentes laboristas daban por un hecho la fidelidad de los mineros. Estimaban que no tenían alternativas, que no iban a votar por los conservadores. Se equivocaron. “El voto por el leave fue una respuesta al sentimiento de que habían sido traicionados durante 30 años”.

“La gente dice que debe haber sido horrible trabajar en las minas”, dice Dave Anderson, miembro del comité organizador de la Durham Miner’s Gala, un evento con el que recuerdan, cada segundo domingo de julio, la tradición minera del país. Ahí se reúnen unas 200 mil personas.

Es cierto –dice Anderson– que el nivel de vida y las condiciones de salud de la mayor parte de la gente es mucho mejor ahora de que lo que era en los años 70’s. Pero la gente se sentía segura entonces y, para ellos, el pasado era mucho mejor”.

–Me paro en la plaza de Durham en la mañana del domingo (en la gala de los mineros), mientras desfilan con sus banderas, y pienso: ¿cómo diablos perdimos esa huelga? No lo puedo imaginar, dice Potts.

Whitehead piensa que la Thatcher logró lo que quería cuando derrotó a los mineros, hace casi cuatro décadas. Hoy piensan que no deben lealtad a nadie.

Pero su herencia es, finalmente, esa sociedad fragmentada, individualizada, ese caótico retorno a la nada.


Por Gilberto Lopes

Escritor y politólogo, desde Costa Rica para La ONDA digital (gclopes1948@gmail.com)

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