La desaparición física del político, militante, cineasta, director, guionista y documentalista argentino Fernando “Pino” Solanas constituye un tan infausto como trágico acontecimiento para la cultura y particularmente para el progresismo latinoamericano, al cual aportó, durante casi seis décadas, su valiente y removedor discurso de confrontación a las dictaduras y al neoliberalismo más rancio, reaccionario y entreguista de la región.
Como una suerte de fatal paradoja del destino, el entrañable “Pino”, a quien tuve la oportunidad de conocer personalmente y entrevistar en 1992, cuando se estrenó su demoledor film de denuncia “El viaje”, fue otra víctima de Coronavirus, esa suerte de quinto jinete del Apocalipsis que azota a la humanidad, con 48 millones de contagiados y más de un millón de muertos a nivel global.
Fernando Solanas murió en París, a los 84 años de edad, donde se desempeñaba como Embajador de su país ante la UNESCO, cargo para el cual fue designado hace pocos meses por el presidente Alberto Fernández.
Coincidentemente, el emblemático militante y cineasta dejó de existir víctima del letal virus en el mismo país en el cual transcurrió su exilio político, durante la última dictadura criminal que asoló al vecino país entre 1976 y 1983.
Como si se tratara de un designio perverso, este emblema del progresismo americano partió de este mundo en una coyuntura histórica particular, caracterizada por el confinamiento, el encierro compulsivo y la pérdida de la libertad ambulatoria, medidas que alimentan las tentaciones autoritarias de los gobiernos del orbe.
Precisamente, Solanas luchó toda su vida contra quienes sometieron a otros y conculcaron sus libertades y sus derechos más elementales, cuando enfrentó, con su reconocido coraje, a las tiranías que detentaron el poder en su país y también a la sutil, soterrada y perversa dictadura del mercado depredador, que cotidianamente nos condiciona y nos somete.
Solanas fue un militante por opción y por convicción y un peronista de la primera hora con explícita ideología de izquierda nacionalista y a la vez internacionalista, que inició su extensa trayectoria en la producción audiovisual en 1962, con los cortometrajes “Seguir andando” y “Reflexión ciudadana”.
Por entonces, fundó su propia empresa de producción y, en 1968 año fermental en el planeta por el aluvión emancipador del denominado Mayo Francés, cuyo ejemplo se expandió como un efecto dominó en la comunidad global, presentó, junto a Octavio Getino, su primer largometraje producido en forma clandestina: “La hora de los hornos”.
Desafío a la prepotencia
Esta trilogía, que pervive en el imaginario colectivo de varias generaciones de conciencias libertarias, es ciertamente un tan extenso como demoledor alegato antiimperialista, que se conjuga en tres partes: “Neocolonialismo y violencia”, “Acto de liberación” y “Violencia y liberación”.
Por entonces, su país padecía una dictadura militar encabezada por el general Juan Carlos Onganía, en un contexto continental sacudido por prepotente regímenes títere manipulados desde la Casa Blanca y, nuestro Uruguay soportaba estoicamente el gobierno autoritario de Jorge Pacheco Areco, que –pese a convivir con un parlamento que era cuasi testimonial- reprimió y asesinó obreros y estudiantes, ilegalizó a partidos de izquierda, encarceló y torturó a militantes, militarizó a empleados estatales y censuró decenas de medios de prensa. Por supuesto, ya se avizoraba el golpe de Estado, que arrasó literalmente las ya frágiles instituciones democráticas, el 27 de junio de 1973.
Mientras se plantaba frontalmente ante los cipayos obsecuentes con el poder imperial, Fernando Solanas fundó el grupo Cine Liberación, integrados por cineastas comprometidos con las causas populares, con el propósito de denunciar los atropellos de los sectores más reaccionarios y liberticidas que por entonces detentaban la hegemonía política en la Argentina.
Con su derrocado líder Juan Domingo Perón exiliado y el guerrillero Ernesto “Che” Guevara como referente de la liberación y la construcción del denominado hombre nuevo a partir de los postulados de la revolución cubana, “Pino” continuó transitando su indomeñable trillo emancipador.
Esta extensa obra, que fue exhibida en circuitos alternativos y clandestinos y que marcó un auténtico mojón en la carrera de este empedernido iconoclasta, fue una suerte de barricada contra la prepotencia del régimen y una perentoria convocatoria a rebelarse contra la ignominia liberticida. Empero, la película obtuvo numerosos premios y, con el tiempo, fue distribuida en más de setenta países.
Luego de producir “Perón: actualización política y doctrinaria para la toma del poder” (1971), una extensa entrevista realizada al exiliado Juan Domingo Perón en España, el realizador encaró una de sus más ambiciosas producciones: “Los hijos de Fierro” (1975), su primer largometraje de ficción, que es una suerte de fábula inspirada en el clásico “Martín Fierro”, de José Hernández.
Este trabajo audiovisual es un auténtico llamado a la resistencia de la clase obrera y de los militantes barriales, a enfrentar a las dictaduras y a conquistar e instalar el poder popular.
El lacerante exilio
Empero, el clima de terror ya comenzaba a agobiar nuevamente a su martirizado país y, en ese contexto, fue amenazado de muerte por la organización terrorista paramilitar de ultraderecha Alianza Anticomunista Argentina (Triple A).
Incluso, un año después, ya instalada la dictadura militar luego del alzamiento castrense que derrocó a la presidenta María Estela Martínez de Perón y al comienzo de la caza de brujas contra los opositores y particularmente contra la militancia de izquierda, “Pino” emprendió el inexorable camino del exilio, radicándose inicialmente en España y ulteriormente en Francia.
Allí, en 1980, filmó “La mirada de los otros”, un tan impactante como removedor documental, que denuncia, mediante elocuentes testimonios, la paupérrima situación de postración y la segregación social de las personas con capacidades diferentes.
Empero, tal vez su obra más lograda por sus indudables cualidades cinematográficas y estéticas sea “Tangos: el exilio de Gardel” (1985), con la que obtuvo sendos galardones en los Festivales de Venecia y La Habana.
Esta película, que es una suerte de poética parábola reflexiva del exilio político derivado de las dictaduras, mixtura lo dramático con lo onírico de sesgo surrealista y, en cierta medida, hasta lo irónico, mediante un lenguaje que vincula el discurso político con la música y la coreografía.
Tres años después, en 1988, presentó la estupenda “Sur”, una suerte de potente y desafiante alegoría sobre el desexilio, que privilegia particularmente el amor, el de pareja pero también por la añorada Argentina.
Empero, la salvajada de la dictadura genocida que aherrojó brutalmente los derechos de los argentinos, no fue la única expresión de violencia que debió padecer el cineasta.
En efecto, su frontal y ácida crítica contra el rampante e inmoral neoliberalismo de los gobiernos de Carlos Saúl Menem generó también una dramática polarización.
En ese contexto, este artista, que fue líder político y electo diputado en dos oportunidades, fue baleado por presuntos sicarios contratados, a raíz de lo cual debió postergar el rodaje de su magistral película “El viaje” (1992), que plantea un demoledor discurso ácidamente crítico del neoliberalismo, que, durante esa década regresiva, asoló a los pueblos latinoamericanos.
Si bien la anécdota se centra en un joven oriundo de Ushuaia que emprende un viaje por el continente americano en busca de su padre, esta propuesta es un furibundo docudrama que denuncia el pillaje neoliberal, de gobiernos que respondían religiosamente a los rapaces mandatos de los organismos multilaterales de crédito y de los grandes centros de poder imperial.
En Uruguay, la presidencia de Luis Alberto Lacalle y la segunda de Julio María Sanguinetti son buenos ejemplos de sometimiento a las recetas del “gran hermano global”, que es el mercado y las recomendaciones del denominado Consejo de Washington, que marcó las pautas del credo hegemónico de la época.
Por supuesto, la película denuncia la escandalosa corrupción del gobierno de Menem y de otros colegas regionales, así como las intrigas de la Organización de Estados Americanos, que siempre fue funcional a la Casa Blanca, como lo es actualmente en el caso del permanente acoso a la Venezuela bolivariana y por su participación en la fracasada parodia del supuesto fraude electoral en Bolivia.
Esta película tiene una particular significación para quien escribe en lo personal, porque, en la oportunidad de su presentación en Montevideo, tuve la oportunidad y el privilegio de entrevistar a Fernando “Pino” Solanas para el medio en el cual trabajaba.
Para mí, el encuentro fue una experiencia realmente intransferible que atesoro en mi memoria y mi corazón, que reforzó mi cuasi religiosa admiración por este personaje sin dudas singular.
En 1988, el emblemático realizador presentó “La nube”, otra obra referente de su producción, galardonada en los Festivales de Venecia y la Habana.
Se trata de un film testimonial ambientado en la primera década del siglo pasado, que retrata la heroica lucha de un grupo de personas que se resiste al cierre de un teatro independiente.
Denuncia de la rapiña
En 2003, con la inauguración del tercer milenio que comenzó en su país con la devastadora crisis del 2001, Solanas estrenó en el Festival Internacional de Berlín, su poderoso y testimonial documental “Memoria del saqueo”.
En este trabajo audiovisual, el cineasta imbrica dos de las rémoras más lacerantes de la historia reciente de su país: la dictadura militar inaugurada en 1976 para exterminar a la izquierda e instalar una suerte de laboratorio del neoliberalismo liderado por el traidor tecnócrata José Martínez de Hoz, y las revueltas populares de 2001, que terminaron con el gobierno de Fernando de la Rúa e iniciaron un período de aguda inestabilidad institucional en la hermana república del Plata.
Como otros trabajos precedentes del autor, se trata también de un docudrama de denuncia, que expone los orígenes del desastre y el dramático colapso económico de la Argentina, cuyos orígenes se remontan naturalmente a la oscura década de los noventa.
Poco después, en 2005, estrenó “La dignidad de los naides”, otro documental que destaca por su agudo sentido crítico, cuyos protagonistas, que son seres comunes y corrientes, fueron también víctimas de la devastadora crisis de 2001. La emotiva película fue galardonada en los festivales de Venecia, Montreal, Valladolid y La Habana.
En 2007, Solanas cambia radicalmente el enfoque de su proyecto audiovisual con el estreno de “Argentina latente”, un revelador documental que privilegia a la producción científica e industrial y a la clase obrera argentina.
Sus últimas producciones documentales son: “La próxima estación” (2008), “Tierra sublevada: oro impuro” (2009), “Tierra sublevada: oro negro” (2010), “La guerra del fracking” (2013), “El legado estratégico de Juan Perón” (2016) y “Viaje a los pueblos fumigados” (2018).
El inconmensurable legado artístico y político de Fernando “Pino” Solanas es, sin lugar a dudas, un auténtico ejemplo para los vigentes y emergentes autores de cine independiente comprometidos con la realidad, en radical oposición el mero cine pasatista vacío de reflexión y únicamente con valor de mercado.
Más allá de eventuales y hasta razonables controversias, Fernando “Pino” Solanas fue y aun es, por la perdurabilidad de su fermental obra, un auténtico referente de la cultura de su país.
Es también un militante que, al margen de los enfrentamientos de una sociedad recurrentemente polarizada por las ideologías y desgarrada por tragedias devenidas de crisis económicas y sociales e impiadosas dictaduras liberticidas, mantuvo siempre enhiesta la coherencia entre la teoría y la praxis e inalterable su compromiso con la causa de los pueblos y la permanente denuncia de “Las venas abiertas de América Latina”, como proclamaba en su obra mayor nuestro Eduardo Galeano.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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