Más sencillo es calibrar las respuestas fácticas e ideológicas de la derecha a los avances que hizo el campo popular en la década ganada de nuestra América, que estimar si las da desde la fortaleza o desde la debilidad o, más precisamente, desde el fortalecimiento o el debilitamiento. Porque las fuerzas no son. Van siendo a medida que los colectivos las van perdiendo o ganando.
Que la derecha se ultraderechice no implica que se fortalezca. Es un pliegue ideológico devenido de la falta de economía real para dar respuestas sucedáneas de progresismo a las urgencias materiales de los pueblos. En los años 90, ya carente de realización económica crecientemente tangible, el imperialismo presentó un menú que incluía un “nuevo liberalismo”, una “nueva agenda de derechos”, un “nuevo consenso (de Washington)”, pero ningún nuevo plan Marshall ni Alianza para el Progreso. La innovación era el agujero del mate más pequeño y la bombilla más tapada.
Nosotros, que somos liberales desde Voltaire y conquistamos derechos con cada revolución, feministas, diversos, igualitarios seculares, consensuando los intereses de clase y sectores de clase de todo el pueblo, venimos de necesidades muy antiguas que los imperialistas agravan en los hechos.
No pusieron un mango en Nicaragua cuando en 1990 le quitaron el gobierno con el chantaje de la guerra, ni en Europa Central ni Oriental en aquellos años, ni pudieron planificar importantes inversiones en general por fuera de la rigurosa deriva de los mercados.
La realización económica pujaba en Oriente, especialmente en Vietnam y China, por las fuerzas productivas que se habían desatado de relaciones de producción financieristas y, durante un tiempo muy breve (en 1998 entraron en crisis y empezaron a revertir sus alianzas comerciales), en los llamados “tigres asiáticos”.
Hubo épocas en que el imperialismo con metrópoli en New York, salía de las guerras “mundiales” con economía real inmaculada, fortalecida por el inmenso daño de las bombas entre sus competidoras, y desde ese fortalecimiento actuaba, pero hoy le duele cada verdadera negociación que tiene que aceptar.
Sus respuestas son de estrechamiento ideológico por debilitamiento de su competencia económica, política e incluso militar cualitativa. La ultraderechización de la derecha, no es, en el contexto geoestretégico actual, mucho más que un cangrejo retrocediendo cuando alzamos la piedra donde se ocultaba.
En definitiva, desde que las garras invasoras están enterradas en las nieves de Stalingrado, el imperialismo no ha hecho otra cosa que retroceder no lineal ni desembozadamente, sólo porque la historia no es lineal ni maniquea.
Hablando de embozos, dice #Sánchez Castejón que el Borbón puede huir tranquilo porque “no se juzga a la institución sino a la persona”. El mismo caso: la derecha del PSOE felipegonzalezco se ultraderechiza por debilidad, “otra cosa no, pero datos tenemos un montón”, dice el Presi de su intangible sistema de salud socialpelotas.
¡Ah, si vivieran Largo Caballero, Arniches o el mismo Indalecio Prieto del PSOE republicano, cuántas buenas puteadas proferirían a esos monárquicos constituyentes conversos en ultramontanos, que hoy dan “consenso” a semejante institución degenerada!
Para rematar esta nota los dejo con José Bergamín. “Los del chapucero consenso monárquico constituyente nos lo quieren imponer por la trampa, llamándolo democrático, como si entre democracia y monarquía no hubiese contradicción en sus propios términos definitorios… ‘el difunto era mayor’ que dijo el otro… y habrá que tener siempre mucho cuidado con lo que digan y hagan esos otros, los del terror del Estado”.
Por José Luis González Olascuaga
Periodista y escritor uruguayo
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