El paradigma habitante-vivienda, vigente desde que los humanos se hicieron sedentarios es el que en este siglo XXI se rompe. Y, salvando las diferencias, volviendo a la misma costumbre que habían abandonado: el nomadismo.
Estamos asistiendo a formas de habitar propias de una humanidad en pleno movimiento, diseminada por todo el planeta como un fenómeno que parece irreversible. El sistema actual de organización social induce a la emigración, hija dilecta de la globalización y sus medios, el transporte y la comunicación física de los humanos, hermana a su vez de la virtual. Sabemos dónde nacemos pero no dónde viviremos, de qué vivimos hoy pero no de qué viviremos, incluso en los próximos años. Y, consecuentemente, dónde, cómo y en qué habitaremos. Hasta el nombre vivienda está quedando obsoleto. Un hogar compartido con los padres no dura más allá de la adolescencia, sustituido por el del estudio y el trabajo precoz. Los incentivos arcaicos son más relevantes, como salir de lo chico (o aislado) a lo grande, la atracción de lo urbano con migraciones aún dentro del mismo país, para hacer escala en procura de un medio de vida en un lugar mejor que la comunidad en que nacieron. Como consecuencia del éxodo, esas comunidades sufren la degradación del patrimonio social acumulado en generaciones. Este proceso que se visualizaba entre generaciones es ahora visible precisamente en la vivienda: construidas por abuelos y padres, ni las de más calidad en los pueblos del interior no son habitadas por descendientes. Y algunas de ellas, al igual que locales de todo tipo, permanecen vacías. Mientras tanto, quienes allí se afincan optan por soluciones financiadas por el Estado para hacerse, tiempo y trabajo aportado mediante, de una vivienda. Como resultante, centros poblados con disminución de habitantes crecen físicamente, abarcando más territorio con necesidad de servicios pero con una menor densidad de población. Una porción de esas nuevas viviendas se desaprovecharon por las nuevas generaciones.
La percepción es que el habitar humano ha mutado. Y por tanto la satisfacción de una demanda absolutamente distinta no puede ser la misma que hace 20 años.
Una más eficiente satisfacción del hábitat, en el lugar y por el lapso de tiempo necesario a las nuevas demandas, requiere de la actuación integral del Estado, la actividad privada y la participación profesional. De su complejidad, con el desafío de aportar a esta nueva aventura de la humanidad, todavía sobre el globo, trataremos en esta serie.
Por Luis Fabre
La ONDA digital Nº 958 (Síganos en Twitter y facebook)
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