Permítanme ser pesimista

Mundial de México 1986. Las expectativas acerca de lo que podría haber dado esa generación; la mala gestión, se decía, del técnico Borrás; la goleada histórica que nos comimos con Dinamarca – que hasta el día de hoy la sufrimos si la recordamos -; la espina clavada de intuir que podríamos haber ganado el partido al luego campeón mundial, si Ruben Paz hubiera entrado antes… en fin, México fue una gran frustración colectiva. Luego del resultado del mundial, el fútbol uruguayo se concentró en debatir acerca de una reestructura general. Todo el mundo habló de eso durante meses. Yo no recuerdo cómo fue que fue disminuyendo el reclamo. Lo que sí sé es que al tiempo, grité como loco los goles de 1987 que nos dieron la Copa América en Buenos Aires. Y punto final. Nadie volvió a hablar de reestructura del fútbol.

Con este asunto de los resultados de octubre y noviembre de 2014 va a pasar lo mismo. Primero, los blancos en sus distintos departamentos van a tratar de ganar las elecciones departamentales. Conservar y recuperar intendencias. Y luego, con todo el mundo instalado, luego de haber gritado algún gol como pasó con 1987, nadie va a reestructurar nada. Y si no se convence con esta metáfora futbolística, piense en los resultados de 2009- 2010.

Francisco faig

Pasó que ganó Mujica con mayoría absoluta; pasó que se planteó de hacer cosas en serio para cambiar; pasó que todo quedó en amagues. Y luego, a los meses, llegó el temprano tiempo electoral, desde 2013, que hizo movilizar de a poco a toda la maquinaria en su juego, y los cambios de fondo quedaron en algunos revoques. Vistosos a veces, pero revoques al fin, si nos atenemos a la profundidad exigida del cambio necesario para enfrentar la hegemonía frenteamplista.

Pongo un ejemplo, que me involucra, así no jodo a nadie y nadie se siente criticado injustamente. En la Revista Blanca de febrero de 2011, que nadie leyó, quisimos dejar de escribir de los temas históricos (lo de siempre: escribir sobre el siglo XIX, que termina en Aparicio Saravia) y dar protagonismo a temas sociales y políticos actuales. Uno de sus artículos, escrito por mí, fue “Fragmentación social y comportamiento electoral: desafíos para el Partido Nacional”. Cerraba con algunas conclusiones y preguntas que transcribo:

“Las diversas manifestaciones de culturas urbanas se extienden por todo el país y ya no son monopolio montevideano, además de estar vinculadas, las más de las veces, a la poderosa hegemonía de izquierda (…) el excepcional crecimiento económico asociado a los gobiernos frenteamplistas está llamado a seguir reduciendo la pobreza del país y a mejorar las posibilidades de ascensión social de aquellas clases medias que logren insertarse con relativo éxito en las posibilidades que brinda la nueva economía globalizada. Ante este escenario, no es repitiendo pasados modelos de trabajo político que se podrá mejorar las chances electorales partidarias. Ni tampoco es desde el voluntarismo de esfuerzos aislados que se logrará adecuar el talante partidario a la nueva sociedad uruguaya.

– ¿Cómo enfrentar, y con qué aliados fuera de la política, la hegemonía cultural y política de la izquierda?

-¿Qué reformas, institucionales o prácticas, debieran de promoverse en el funcionamiento partidario que ayudaran a adecuarlo mejor al nuevo contexto social del país?

– ¿Qué consecuencias electorales tiene el debilitamiento de la inserción partidaria policlasista urbana, conjugado con la colaboración – competencia del Partido Colorado?”

Nadie trató estos asuntos partidariamente. Ni ningún otro. Profundamente, nada. Todo quedó en revoque. O, para retomar lo del 86, en el amague de la “reestructura del fútbol”.

No tengo claro por qué ocurre que no pasa nada para enfrentar cambios acordes a derrotas históricas.Atisbo la siguiente respuesta, como hipótesis.

Primero, los gobiernos departamentales dan cobijo a una estructura de poder que está cómoda y que no ve claro qué beneficio puede sacar de ganar el poder en lo nacional. Segundo, la acumulación de derrotas genera un sentimiento de sálvese quien pueda que impide pensar y actuar en grande: más vale apoderarse de la chacrita antes que jugar a conquistar un campo grande, por lo que cualquier apertura a cambios puede complicar el lugar que ya tengo, por tanto cierro todo a cualquier reforma que se plantee. La deslegitimo. La ninguneo. Tercero, la inconsciencia colectiva acerca de la gravedad de lo que ocurre. Aunque moleste, lo digo: es como que de última, de verdad, no jode tanto que gane el Frente Amplio. No es tan grave. Está vinculado este tema, claro está, con la abrumadora orfandad intelectual que vive el espacio de los partidos tradicionales. Bueno, la orfandad es del país, es cierto, pero la diferencia es que así como está, gana el FA, porque conecta mejor con el discurso dominante cultural- social.

Uruguay eligió en libertad. Como nunca antes en su historia moderna – desde las particulares cámaras de la Constitución del 34 y su transición del 42-, optó por una tercera mayoría absoluta. Percibo, en estos días, que algunos creen que si llegase a haber una crisis la gente cambiará de partido y dejará de votar al FA. Es un razonamiento infantil. Lo que de verdad está ocurriendo es que el país se está corriendo a la izquierda y el FA va ganando espacio por todas partes. Hay 5 años más para que se profundice el proceso, de vuelta concentrando el poder social, cultural y político.

Por eso lo del título: permítanme ser pesimista.

Por Francisco Faig
Columnista del Semanario La Democracia.

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