CINE | “Sulaiman mountein”: La poética del aislamiento

La soledad, el aislamiento, la radical incomunicación, la pobreza extrema, el amor, el desamor y la persistencia de arraigadas creencias y ritos ancestrales constituyen las desafiantes vertientes temáticas que propone “Sulaiman mountein”, la reflexiva ópera prima de la realizadora rusa Elizaveta Stishova.

Este primer largometraje de la promisoria directora ganó el premio mayor de la categoría Descubrimientos en el Festival Internacional de Cine de Toronto y se consagró como Mejor Película de la sección internacional del Festival de Pingyao. También ganó el máximo Premio de la Audiencia.

Si bien los galardones fueron obtenidos en competencias cinematográficas que no tienen la misma visibilidad pública y mediática que los festivales de Cannes, Venecia o Berlín, estos valiosos antecedentes permiten anticipar a la cineasta una carrera exitosa en el cine que privilegia la vertiente testimonial.

No en vano, la historia fue rodada íntegramente en desolados parajes montañosos de la remota Kirguistán, habitados por núcleos humanos que parecen radicalmente escindidos de los tan mentados progresos de las naciones desarrolladas del capitalismo central. Por supuesto, no necesitan de los cantos de sirena del mercado para vivir y, naturalmente, desarrollarse.

En efecto, pese a que sus habitantes poseen celulares en versiones bastante rudimentarias que igualmente les permiten comunicarse entre sí, parecen ignorar los radicales cambios geopolíticos operados en los últimos treinta años en la región.

Uno de los indicios que sugiere esa suerte de aislamiento y de ignorancia con respecto a lo que está sucediendo, son algunas referencias históricas, como la alusión del protagonista a Alemania del Este, que naturalmente ya no existe, luego de la disolución de la Unión Soviética, la caída más simbólica que real del Muro de Berlín, el definitivo descongelamiento de la Guerra Fría y el epílogo de la bipolaridad planetaria.

Empero, “Suleiman mountein” es un una película política ni nada que se le parezca, sino una suerte de road movie que mixtura el cuadro costumbrista con la reflexión de naturaleza testimonial.

La escenografía dramática se plantea desde el comienzo, cuando la chamana Zhipara (Perizat Ermanbetova) ingresa a un orfanato con el propósito de adoptar un niño. El seleccionado es Uluk (Daniel Dayrbekov), de apenas diez años, que no tiene familia, procedencia ni raíces conocidas.

El propósito de la mujer es atraer la atención de su marido Karabas (Asset Imangaliev), que la abandonó hace un buen tiempo, y convencerlo que el chico es hijo de la pareja.

No obstante, este hombre irascible, quien es un nómade sin techo que vive a bordo de una destartalada furgoneta, tiene ahora otra esposa: la joven Turganbyubyu (Turgunai Erkinbekova), quien está embarazada.

Desde las primeras secuencias, es visible la violencia y el temperamento machista de este hombre rústico, que le reprocha a la mujer por haber dado presuntamente a luz al niño.

No obstante, igualmente todos se las ingenian para convivir en el limitado espacio del vehículo, aunque deban enfrentar el desafío de sostenerse sin trabajo estable ni ingresos.

En el transcurso de la narración, Zhipara deviene en fuente de sustento para esa familia ampliada, oficiando como curandera o prediciendo el futuro de los lugareños, un fenómeno que puede ser perfectamente extrapolable a las sectas religiosas del presente y a las astrólogas que ganan dinero y espacio en los medios de difusión masiva y hasta en el terreno editorial.

Más allá de eventuales lucubraciones místicas, en el centro de la historia están las creencias ancestrales de pueblos que veneran, por ejemplo, a la montaña a la cual alude el título de la película.

En ese marco, el relato recrea las ceremonias religiosas características de estos pueblos de origen mongol, que guardan sorprendentes similitudes con prácticas muy arraigadas en nativos de algunas regiones de nuestra América.

Empero, la religión de estas étnias no es el único núcleo de interés de esta película, que centra su análisis primordialmente en la cultura machista que impera en esos lares, que, por ejemplo, le permite tener dos esposas a un hombre.

Lo realmente exasperante es que el protagonista –que es obviamente un gitano trashumante- es una suerte de parásito de esa mujer, quien, con sus mágicos conjuros, obtiene el dinero necesario para financiar el costo del combustible y de los comestibles que consume la familia.

Esa relación de dependencia basada en un asfixiante sometimiento, es precisamente la que dispara más de una reflexión sobre algunos rasgos culturales que violentan radicalmente los inalienables derechos de género.

En este caso, la radical diferencia es que, aunque el hombre es el que toma las decisiones del grupo, la que proporciona lo necesario para la manutención es paradójicamente la mujer. No obstante, nadie cuestiona un esquema de subordinación que tiene naturalmente su anclaje en el pasado.

Con una sabiduría propia de una avezada cineasta, Elizaveta Stishova teje el entramado de relaciones humanas caracterizadas siempre por la complejidad, que oscilan entre la intolerancia, la prepotencia, el abuso de poder, el amor y el desamor.

Empero, esta es una historia que indaga en el corazón mismo de la periferia social, cuyo personajes viven como pueden o tal vez como quieren, absolutamente aislados y radicalmente disociados de los avances tecnológicos y de las eventuales tentaciones del modelo de acumulación capitalista liderado por el mercado.

En tal sentido, esta película destila una honda y por momentos conmovedora espiritualidad, que rescata valores humanos permanentes e intangibles, los cuales trascienden a la cultura de lo instantáneo característica de la posmodernidad.

“Sulaiman mountain” es un film realmente original, que mixtura la descripción del drama cotidiano de estos desposeídos con una reflexión de estatura si se quiere cuasi panteísta.

Se trata de un cine radicalmente diferente al de la gastronómica industria cinematográfica que sólo apuesta a la taquilla, tanto por sus elocuentes contenidos como por sus lenguajes e inflexiones emocionales, que revelan una fina sensibilidad conceptual y una poética visual realmente removedora.

Por Hugo Acevedo  (Analista)
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