CINE | “Por gracia de Dios”: Abuso de poder

El deleznable abuso sexual a menores, el conservadurismo hipócrita y corrupto de la Iglesia Católica y la rampante impunidad amparada en el poder político y el religioso, son las tres desafiantes vertientes temáticas que propone “Por gracia de Dios”, el controvertido film del realizador francés Francois Ozon.

En esta oportunidad, el autor de recordados títulos como “Bajo la arena” (2000), “Ocho mujeres” (2002), “La piscina” (2003), “En la casa” (2012), “Joven y bella” /2013), “Franz” (2016) y “El amante doble” (2017), indaga, con su habitual osadía y espíritu transgresor, en un sonado caso real de abuso sexual perpetrado por un sacerdote en su país.

En ese contexto, el cineasta galo ratifica su predilección por incursionar en temas complejos y a menudo escabrosos, fiel a su vocación por transformar a su cine en un registro testimonial.

No en vano, en “Joven y bella”, Ozon revela la secreta peripecia de una adolescente burguesa que construye su propia experiencia de emancipación sexual transformándose en prostituta.

Igualmente potente es su apuesta de la magistral “Franz”, un oscuro drama de ausencias, ocultamientos y emociones soterradas, con el trasfondo de la trágica Primera Guerra Mundial.

Obviamente, no menos valiente es el abordaje de la turbulenta relación entre un docente y un estudiante que presenta en “En la casa”, mediante un acento particular en la sensibilidad, la brecha generacional y los conflictos contemporáneos.

En el marco de una filmografía bastante pareja por su intrínseca calidad artística, tal vez “El amante doble” sea una excepción, por su falta de consistencia al analizar temas tan urticantes como las patologías obsesivas, la insatisfacción, la represión, la culpa y las compulsiones sexuales.

En cambio, en “Por gracia de Dios”, el director y guionista francés opta por transitar un territorio aun más espinoso y controversial, al desafiar -en clave de denuncia- a por lo menos dos poderes instituidos: el religioso y el político.

No en vano, tomándose las obvias licencias que le otorga la adaptación cinematográfica, pone el foco sobre un escándalo de abuso sexual cometido por un sacerdote católico en Lyon.

Al respecto, parte del testimonio de por lo menos tres niños que ahora son adultos, quienes fueron abusados por un prelado durante su infancia, con la cómplice aquiescencia de mayores que, en su momento, no dieron crédito a los relatos de sus hijos.

En esas circunstancias, los protagonistas de este episodio real de deleznable y repugnante pedofilia, víctimas del padre Bernard Preynat (Yves-Marie Bastien en la juventud, Bernard Verley en la adultez), son: el burgués y fanático católico Alexandre Guérin (Melvil Poupaud), al ateo desencantado François Debord (Denis Ménochet) y el enfermo y atribulado Emmanuel Thomassin (Swann Arlaud).

La trama de esta película se dispara cuando el primero de ellos asume que el dolor que experimenta por lo sucedido en el pasado resulta ya insoportable y deviene en abierta rebeldía.

Por supuesto, una contingencia que resulta decisiva es el hecho que el degenerado sacerdote, pese a todo, sigue cumpliendo con su misión pastoral en contacto con niños.

Empero, sus denuncias, por el tiempo transcurrido, la falta de pruebas y el vencimiento de los plazos de prescripción penal, resultan inicialmente poco consistentes y complejas de sostener para llegar a los estrados judiciales.

Una de las secuencias sin dudas más impactantes y significativas es la reunión mantenida por una psicóloga mediadora con el abusado y el abusador, quien ahora es, naturalmente, un anciano.

 El careo resulta por cierto removedor, con el religioso aceptando sus culpas por el atropello perpetrado y atribuyendo su descarriada conducta a una alienación compulsiva. Empero, no ofrece disculpas por el estupro y acusa a las autoridades eclesiásticas de estar al tanto de lo que sucedía.

Este episodio, que origina imputaciones en cascada y hasta la fundación de una asociación que nuclea a las víctimas del prelado, abre un segundo frente: el de la denuncia pública y la judialización de los casos.

Mediante un lenguaje sobrio y mesurado que por pudor no maximiza el lado más íntimo del asunto, el director y guionista Francois Ozon indaga en las emociones y los traumas que padecen los damnificados del incalificable atropello, que, en algunos casos, han devenido en patologías permanentes.

De todos modos, lo que sí denuncia esta película sin ambages son las actitudes complacientes tanto de algunos familiares de los damnificados como de la propia Iglesia Católica y hasta del también cómplice poder político.

En tal sentido, el propio título del film, “Por gracia de Dios”, es una suerte de amarga ironía que trasunta la impunidad del inconmensurable poder de una institución que, históricamente, ha perpetrado barbaridades como: la persecución, la quema de opositores -a los cuales se solía acusar de herejes- y la participación, durante la conquista y en complicidad con los imperialismos de turno, en algunos de los genocidios más aberrantes de la historia.

Si bien a la Iglesia no se le debería juzgar puntualmente por sus crímenes del pasado, los contemporáneos casos de pedofilia a los cuales alude este film son episodios que contaminan su prestigio y deberían convocar a sus autoridades a una profunda reflexión autocrítica.

“Por gracia de Dios” es, sin dudas, un testimonio osado, transgresor e irreverente, que revela –sin cortapisas- las actitudes ambivalentes de un poder tal vez más poderoso que el de los propios gobiernos electos democráticamente, el cual manipula casi siempre a sus fieles mediante el miedo y la culpa.

En tal sentido, esta valiosa película -de firme pulso narrativo, valientes alegatos impregnados de fuerte convicción militante y correctas actuaciones protagónicas- constituye una potente y  aleccionadora denuncia que no debería dejar a nadie indiferente.

 

 

Por Hugo Acevedo
(Analista)
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