La demencia como patología pero también como reacción a un sistema perverso e injusto que destila miseria humana, es la propuesta temática de la impactante “Guasón”, la película del realizador y guionista norteamericano Todd Phillips, que cosechó nada menos que el preciado León de Oro en el 76º Festival de Venecia.
Esta es una mirada deliberadamente desencantada e iconoclasta sobre el personaje creado en 1940 por el dibujante Jerry Robinson y por Bob Kane y Bill Finger, los padres literarios de Batman, el ya legendario hombre murciélago.
En efecto, a diferencia de sus anteriores apariciones en el formato historieta o en el cinematográfico, este Guasón no es el super-villano que enfrenta al héroe encapotado sino un ser humano que padece serios disturbios mentales, abandonado a su suerte por una sociedad incapaz de asumir sus responsabilidades con la realidad cotidiana.
Aunque a juzgar por los estrenos que anuncian las marquesinas de las salas de cine la película está ambientada en 1981, las imágenes remiten a una Ciudad Gótica (Nueva York) sucia, caótica y flagelada por la miseria y el desempleo.
Aunque no exista ninguna precisión temporal, la situación puede ser perfectamente asimilable a la tumultuosa década del setenta. No en vano, esa escenografía urbana es muy similar a la de la memorable “Taxi driver” (1976), un auténtico hito en la carrera del icónico Martin Scorsese.
En ese caso, el rostro de la patología estaba representado por Travis, encarnado magistralmente por un joven Robert de Niro, un veterano de guerra sin ideología pero de mentalidad fascista, que condensa todos los traumas de una sociedad con baja autoestima e impactada por los devastadores efectos de un conflicto bélico perdido.
Por cierto, esa década negra para los Estados Unidos estuvo jalonada también por la crisis económica provocada por el embargo petrolero de los países árabes contra Occidente, la renuncia del presidente Richard Nixon por el escándalo de espionaje político de Watergate y las heridas devenidas de una malograda aventura imperialista en Vietnam.
Aunque en esta película no se explicite el marco histórico referencial, el relato reconstruye una sociedad absolutamente caótica, con airadas protestas callejeras y exacerbación.
En ese contexto de violencia desenfrenada vive Arthur Fleck (Joaquin Phoenix), un marginal con graves problemas psicológicos, abandonado y desatendido por el Estado.
En ese marco, el mítico Guasón de la historieta muta de perverso villano y enconado enemigo del héroe Batman en una suerte de víctima de un sistema bastante más perverso que él.
Este Guasón es radicalmente diferente al antihéroe interpretado por el monumental Jack Nicholson y el no menos talentoso pero lamentablemente malogrado Heath Ledger, sino un mero desgraciado, despreciado, maltratado y vituperado.
No en vano los guionistas Todd Phillips y Scott Silver reconstruyen, desde el comienzo, a través de imágenes televisivas de la época, una contingencia de estallido social, en una ciudad devastada por la inseguridad, la pobreza, la suciedad, la corrupción y la furia generalizada que deviene en violencia.
Por supuesto, el protagonista, que inicialmente es un mero payaso con una patología que le produce una suerte de risa crónica incontenible, se transforma en una de las víctimas de esa escenografía de virtual devastación.
Este es precisamente el caso de Arthur Fleck, que vegeta malamente junto a su madre enferma y no puede esperar casi nada de un sistema indiferente al dolor humano y con un servicio estatal de salud deficiente, que obviamente carece de recursos económicos y de eventuales estrategias de contención.
Insólitamente, el único antídoto para mitigar el grave problema de este ser humano psicológicamente aniquilado que requiere ayuda, depreciado, rechazado y marginado, es un mero fármaco.
El propio paciente, durante una austera consulta con la psicóloga a cargo de su caso, en tono de amargo reproche, afirma: “usted en verdad nunca me escucha, aunque realmente existo”.
El otro eje de la historia se centra en el popular animador televisivo Murray Franklin (Robert de Niro), una suerte de inteligente bufón con audiencia presencial y a distancia, cuyo show opera, a la sazón, como válvula de escape ante tanta ira social contenida y es una grotesca expresión de una sociedad literalmente alienada y agobiada por la furia y el miedo.
Empero, Todd Phillips, director y guionista, imprime un giro explicito al relato cuando revela intimidades de la familia del personaje, particularmente de su madre, y hasta se permite ligar la peripecia del enajenado a la de un Bruce Wayne (futuro Batman) niño y su acaudalada familia.
Aunque la película contiene dos o tres muy bien logradas secuencias de violencia extrema, aquí la clave es realmente la violencia subyacente que contamina el sistema circulatorio de una comunidad enferma de soberbia y frustración.
Esta es realmente la potente apuesta de la removedora “Guasón”, una film testimonial de superlativa estatura dramática que trasciende a la mera ficción literaria y cinematográfica.
En todo caso, el personaje central de este relato con todos sus desvaríos y disfuncionalidades, es el arquetipo de un país azotado por las miserias humanas que se nutre recurrentemente de mitos, como el apócrifo y por supuesto malogrado sueño americano.
Al tenso pulso narrativo y a un guión ágil e inteligente –que convoca al espectador a sumergirse en una suerte de agobiante pesadilla- “Guasón” suma la memorable actuación protagónica del inconmensurable Joaquin Phoenix.
Por Hugo Acevedo
(Analista)
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