Cuando era niña había un paseo muy especial que me gustaba hacer a principios de noviembre y era cuando nos tomábamos el tren a Canelones a festejar el cumpleaños de una amiga de mis padres.
Subir al tren ya era una aventura por sí sola, pero además era un grupo numeroso: varias familias amigas que tenían niñas y niños como yo. Era muy divertido. Nos bajábamos en la estación “Rodó” y caminábamos unas cuadras por la calle del mismo nombre, hasta llegar a la casa de la homenajeada pasando la plaza principal.
Aquel grupo tenía en común que habían sido docentes en el Liceo de San José y en ese momento, prácticamente todos, habían sido destituidos por la dictadura. Yo era consciente de esa situación, pero no de la dimensión. A mí me encantaba jugar en aquel fondo enorme, ir al parque o al cine que quedaba en frente.
Tampoco participaba de las conversaciones adultas, donde los temas que se conversaban en ese cumpleaños seguramente estaban prohibidos. Sin embargo, hay algo que aprendimos aquellos niños y niñas que nos tomábamos aquel tren y que no sabíamos que estábamos aprendiendo: política, izquierda y solidaridad.
La política como eso que atañe a lo que nos pasa día a día y que nos atraviesa en todos los momentos de la vida. Comprender que las decisiones de quienes gobiernan nos involucran y tenemos que ser capaces de incidir en ellas. Comprometernos desde los lugares que estamos para no dejar en manos ajenas nuestro destino.
Aprendimos a ser de izquierda porque queremos una sociedad más justa e igualitaria. Porque no me interesa si a mí me va bien y no puedo compartirlo con quienes están al lado mío. Esa noción de empatía, de ponernos en lugar de la otra y de que somos capaces de anteponer lo colectivo a los intereses individuales.
Aprendimos la capacidad de escuchar la voz de todos los colectivos. Comenzaron siendo los trabajadores, los estudiantes, los campesinos, ahora también son los colectivos de afrodescendientes, la población LGTBIQ+, las mujeres y feministas, las personas con discapacidad.
Aprendimos que la solidaridad no es una dádiva de lo que me sobra, sino compartir lo que se tiene entre quienes estamos. Dar lo material y también lo inmaterial de una palabra, un abrazo, una palmada en el hombro y que la solidaridad se ejerce en nuestra casa, en la calle y en el trabajo. Aprendimos la palabra “compañero”.
Seguro que aquellos viajes en tren tuvieron mucho o todo que ver con mis decisiones políticas. Las mismas que me hacen hoy escribir sobre las elecciones nacionales y la segunda vuelta que tenemos en tres semanas.
Hay un tren de noviembre que no sabemos a dónde nos lleva, sólo dice que debemos cambiar porque es buena la alternancia y se olvida que en San José (por ejemplo) nos gobierna su partido desde el principio de los tiempos casi ininterrumpidamente. Invita además a una coalición de partidos para gobernar, pero todos estos años ha criticado las diferencias que surgen en el Frente Amplio cuando hay sectores que plantean temas para debatir en la interna. A lo mejor sus invitados al tren, que enseguida aceptaron, le dejan conducir como quiere y dónde quiere sin cuestionar nada.
Hay otro tren de noviembre que es en el que venimos desde hace 15 años y que es cada vez más largo. El vagón de la salud, el de la educación, el de la producción, el del trabajo, el del turismo, el vagón de la cultura, el de la vivienda, el vagón de la infraestructura vial. No ha sido sencillo porque somos un país pequeño donde siempre hay que priorizar unas cosas antes que otras. Tampoco ha sido todo perfecto porque a las máquinas las fabrican las personas y muchas veces nos equivocamos. Lo que sí sabemos es que, en algunos casos, a varias personas se les ha pedido que dejen de cumplir esa función en el tren porque se equivocaron demasiado.
Las vías por donde corre este tren son los Derechos Humanos y la necesidad de ir hilando la madeja cada vez más fina para hacer visible a quienes han estado siempre invisibles. Las leyes, los planes, las estrategias y los programas que se han desplegado son muestras de cómo se entiende y de qué material deben estar hechas las vías. Hemos tenido dos locomotoras en estos 15 años, no exentas tampoco de discusiones. Ahora este tren propone otra locomotora que se vota en segunda vuelta.
Yo ya elegí al tren de noviembre que me subo, ustedes ya saben cuál es porque se parece mucho al que me tomaba para ir a Canelones y porque sigo creyendo que tenemos que ser una sociedad más justa e igualitaria. Por eso me subo al tren de Martínez presidente.
Por Ana Gabriela Fernández
Edila en la Junta Departamental de San José. Actriz egresada de la EMAD y Educadora Social. Doctoranda en estudios de Género en la Universidad de Oviedo. Docente e investigadora en el Programa Género y Cultura de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO)
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