Xenofobia en Roma (en el año 48)

Cuando Italia rasca la improbable posibilidad de formar un gobierno que evite una elección en que arrase en votos la ultraderecha xenófoba aliada a la ultra-ultraderecha, puede resultar interesante releer los argumentos esgrimidos en una discusión casi calcada ocurrida en Roma en el año 48 de nuestra era, bajo el imperio de Claudio.

La xenofobia no es nueva, claro. Pero cualquier sociólogo nos explicará que episodios tan lejanos uno del otro no pueden compararse porque se inscriben en estructuras sociales y culturales que funcionan de distinta manera. De acuerdo, pero el tipo de argumentos usado tiene asombrosa coincidencia, hasta en el deseo que traigan su oro; los países tienen leyes de inmigración más benignas para quien traiga capital. Coincidencias no por ser situaciones ambas ocurridas en Italia, claro. Quizá el miedo de que el extraño nos quite beneficios tenga una base elemental inseguridades y de sumas y restas.

El relato que transcribiremos es del Libro XI de Los Anales del historiador antiguo Tácito. Una copia bastante exacta del discurso del emperador fue hallada cerca de Lyon, grabada en unas placas de bronce, lo que certifica la fidelidad del cronista.

No se precisa saber mucha historia para seguir el debate. Los romanos tenían un derecho especial para ellos y otro para los pueblos sometidos. Con el tiempo, fueron extendiendo la categoría de ciudadano a zonas de Italia y luego a otros pueblos. Unos galos del norte de Francia-Bélgica, que ya eran ciudadanos, pidieron que les permitieran, en tal carácter, asumir cargos públicos (honores). Ser senadores, gobernadores, jefes militares, etc.; cargos muy rentables. Derecho al que habían ya accedido los galos del sur.

En la discusión hay alusiones a enfrentamientos pasados entre galos y romanos y a que Roma incluyó desde su fundación mítica a habitantes de varios pueblos. Sobre todo eso, quienes estén interesados podrá leer en Internet.
Sigamos a Tácito:

Gente de otra raza go home
“Hubo muchos y variados comentarios sobre el asunto. Y con diversas propuestas se discutía en presencia del príncipe.
“Afirmaban unos que Italia no estaba tan enferma como para no poder proporcionar a su Ciudad hombres para un senado. En otros tiempos, se decía, habían bastado los oriundos de pueblos de la misma sangre y no era cuestión de reprobar a la antigua República. Incluso todavía se recordaban los ejemplos que había dado la raza romana, siguiendo las antiguas costumbres y para conseguir valor y gloria. ¿O era poco que vénetos e ínsubres hubieran irrumpido en la curia, si no se introducía un grupo de extranjeros como si de prisioneros se tratase?”

“¿Qué honor quedaría después para los pocos nobles que quedaban o para cualquier senador pobre del Lacio? Lo coparían todo aquellos ricos, cuyos abuelos y bisabuelos, jefes de naciones enemigas, habían liquidado a sangre y fuego a nuestros ejércitos y asediado al divino Julio en Alesia.

“Esto referido a tiempos recientes; pero ¿qué quedaría si se desvaneciese el recuerdo de quienes perecieron al pie del Capitolio y de la ciudadela romana482? Que disfrutaran del título de ciudadanía pero que no degradaran las insignias de los senadores y los honores de los magistrados.”

Todo lo antiguo fue una vez una novedad
Sin dejarse convencer por estos razonamientos y otros similares, enseguida el príncipe se manifestó en contra y, convocando el senado, comenzó a hablar así: «Mis antepasados (el más antiguo de ellos, Clauso, de origen sabino, fue admitido al mismo tiempo en la ciudadanía romana y en las familias de los patricios) me están invitando a emplear sus mismas pautas en los asuntos de estado, trasladando hasta aquí lo que alguna vez haya sido digno de reseñar.

“Por ejemplo, no ignoro que la familia de los Julios fueron llamados al senado procedentes de Alba, los Coruncanios de Camerio, los Porcios de Túsculo y otros, para no seguir buscando ejemplos antiguos, de Etruria, de Lucania y de Italia entera; que finalmente la ciudadanía se extendió hasta los Alpes para unificar bajo nuestro nombre no sólo a los individuos, uno por uno, sino a tierras y a pueblos enteros. Hubo una sólida paz interior y alcanzamos gran auge frente a los extranjeros cuando se concedió la ciudadanía a los traspadanos y cuando, con el pretexto de extender nuestras legiones por el orbe de la tierra, se añadieron las fuerzas más valiosas de las provincias y se acudió en ayuda de aquel imperio extenuado.

“¿Acaso nos arrepentimos de que los Balbos hayan venido de España y otros hombres no menos ilustres de la Galia Narbonense? Quedan sus descendientes y no nos van a la zaga en amor a esta patria.

“¿Por qué otra razón se produjo la perdición de los lacedemonios y de los atenienses a pesar de su potencial en armas, sino por mantener apartados a los vencidos como si fueran extranjeros? Nuestro fundador Rómulo fue tan inteligente que a muchos pueblos, en un mismo día, les consideró como enemigos y luego como ciudadanos. Extranjeros fueron nuestros reyes. Conceder magistraturas a hijos de libertos no es, como muchos creen equivocadamente, algo reciente, sino una práctica usual del pueblo en la antigüedad.

“Es cierto que luchamos con los senones, pero ya se sabe que los volscos y los ecuos nunca formaron un ejército contra nosotros484. Fuimos conquistados por los galos, pero también tuvimos que dar rehenes a los etruscos y pasar bajo el yugo de los samnitas.

“No obstante, si se examinan todas las guerras, ninguna fue más corta que la que se hizo contra los galos; y de ella surgió una paz larga y fiable. Es preferible que ellos aporten su oro y sus riquezas, mellados ya con nuestras costumbres, artes y familias, a que la posean separados de nosotros.

“Senadores, todo cuanto ahora se tiene por muy antiguo fue una vez una novedad: los magistrados plebeyos después de los patricios, los latinos después de los plebeyos, los pertenecientes a los demás pueblos de Italia después de los latinos. Esto de ahora también envejecerá, y lo que defendemos ahora con ejemplos se contará alguna vez entre esos ejemplos».
“Según el decreto del senado que siguió al discurso del príncipe, los eduos fueron los primeros en alcanzar el derecho de poder ser senadores en la Ciudad. Se les concedió en atención a un antiguo tratado y a que son los únicos galos que gozan de un título de hermandad con el pueblo romano.”

Por Jaime Secco
periodista uruguayo
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