Secuelas de la guerra: Mitos y mentiras

 Quien cierra los ojos al pasado está ciego ante el presente. Ben Hills.

 ANTES DE HIROSHIMA Y DESPUÉS – Desde estas latitudes, comprendiendo específicamente el Río de la Plata, ha primado una mirada europeocéntrica de la historia del Siglo XX, en particular de las guerras que marcaron el siglo y de sus secuelas, hasta la actualidad. Durante la Primera Guerra Mundial las simpatías populares se inclinaban sobre todo por Francia, por Gran Bretaña, por los Estados Unidos (alcanza con ver el nomenclator montevideano de la época) y también por Italia que se enfrentaba con el Imperio Austro-Húngaro. Los llamados imperios centrales (Alemania, Austria-Hungría y Turquía) eran vistos con recelo.

A diferencia de otros países latinoamericanos (como Chile y Bolivia) donde los instructores prusianos eran los árbitros de la organización y los proveedores de armamento [i], los militares uruguayos sintonizaban su organización y doctrina con la escuela francesa  y en menor medida con los anglosajones, en particular con Gran Bretaña, y los españoles.

El fin de la Primera Guerra Mundial reforzó esta tendencia francófila en muchos campos. La Revolución Rusa de 1917 y la guerra civil subsiguiente aparecía, desde el punto de vista militar como algo “asiático” y lejano a pesar de la intervención armada de los aliados, encabezados por los ingleses, contra el naciente Estado soviético [ii].

El ascenso del fascismo en Italia y sus aventuras militares en África (Libia, Etiopía), tuvieron algunos simpatizantes pero, en general cosecharon rechazo. Después, la Guerra Civil Española (1936-1939) resultó muy removedora porque las simpatías populares se inclinaban ampliamente por la República agredida por los fascistas. Esto se profundizó con la inmediata intervención de los alemanes, italianos y portugueses [iii] . Cuando el Graf Spee fue volado frente a Montevideo, en 1939, pocos uruguayos sabían que el 1º de enero de 1937 el acorazado había participado activamente en el hostigamiento a la República pirateando en el Mediterráneo. Aquel día secuestró, a la altura de Almería, al barco mercante republicano Aragón y entregó la nave a los fascistas sublevados.

Cuando se desató la Segunda Guerra Mundial la mayoría de los uruguayos se inclinaban nuevamente por los aliados. Esto no quiere decir que no existieran simpatizantes del fascismo español e italiano e incluso del nazismo. En particular estas simpatías se manifestaban en los sectores que habían respaldado a Franco y su secuaces. Era el espíritu profundamente reaccionario de sectores antiliberales y antibatllistas, antisocialistas y anticomunistas, antimasónicos, bendecidos por el catolicismo tradicionalista que sintonizaban bien con los fascismos agresivos. Los triunfos de la máquina bélica alemana y la derrota de Francia en 1940 impresionaron a muchos francófilos y alentaron a los germanófilos.

En cuanto a lo que pasaba en el Lejano Oriente era harina de otro costal: un problema entre asiáticos, envuelto en el exotismo a la europea y en el desconocimiento de la historia y de lo que realmente sucedía que rodeaba a China, Japón y la Unión Soviética [iv]. El ataque a las bases estadounidenses en Pearl Harbor, el 7 diciembre de 1941, marcó para los uruguayos la dimensión de una guerra “verdaderamente mundial”.

En las antípodas “estaban pasando cosas” desde la década de 1930, cuando los nipones invadieron Manchuria, crearon el estado títere del Manchukuo y atacaron a China, pero hasta entonces las guerras declaradas y no declaradas del Lejano Oriente aparecían como algo que ocurría en un mundo distante y misterioso. Naturalmente ajeno a las preocupaciones cotidianas [v].

Por otra parte, aún antes de la Segunda Guerra, la influencia militar de los EUA en América Latina se había hecho muy fuerte. De uno u otro modo los ejércitos del continente se amoldaron rápidamente a la doctrina militar del país que pasó a ser el principal proveedor de armamento y tecnología, de formación militar y de inteligencia. Este proceso culminó con un típico producto de la Guerra Fría, el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR)  de 1947 que precedió en dos años a la OTAN.

Entonces se extendió la leyenda promovida por los EUA acerca del desarrollo y desenclace de la Guerra del Pacífico. En términos generales, esta leyenda presentaba al Japón como una potencia agresiva y taimada que había atacado a traición iniciando una guerra no declarada y completamente injustificada contra el gigante estadounidense, partidario de la no intervención, que solamente se empeñaba en ayudar a los ingleses bombardeados por Hitler.

Después se documentó ampliamente los sangrientos combates de los valientes marines contra los fanáticos “diablos amarillos”, crueles y despiadados (Guadalcanal, Iwo Jima, etc.) y la guerra aeronaval (Mar de Coral, Midway, Golfo de Leyte, etc.) que fue acorralando a los nipones. La propaganda hizo del general Mac Arthur un héroe (que actuaría como virrey en el Japón ocupado) y de Truman un presidente decidido a terminar el derramamiento de sangre con un par de bombas atómicas.

La leyenda se concentró en señalar que el emperador japonés Hirohito (1901-1989) había sido una figura decorativa y benévola, que los malos eran un puñado de generales y almirantes, los militaristas japoneses encabezado por Hideki Tojo, y que se debía mantener a toda costa la estructura imperial, democratizándola, para evitar que los izquierdistas japoneses llegaran al gobierno. Efectivamente hubo un juicio por crímenes de guerra en Tokio pero fue manipulado por Mac Arthur y sus ayudantes para que un puñado de inculpados se pusieran de acuerdo en una versión de los hechos que exculpara totalmente al emperador Showa y a su familia (principalmente a los príncipes imperiales  de las atrocidades y latrocinios que hubo durante su reinado.

trabajo para exonerar de toda investigación criminal al emperador Shōwa y al resto de miembros de la familia imperial implicados en la guerra, como los príncipes Chichibu, Asaka, Takeda, Higashikuni y Fushimi.[vi]

La versión que llegó a nosotros en la inmediata posguerra acerca de los crímenes cometidos por los japoneses en Corea, China, Manchuria, Filipinas, Malasia, Vietnam y todos los territorios ocupados se centraba, casi exclusivamente, en el trato bestial que habían practicado sobre los prisioneros que cayeron en sus manos. Todo muy al estilo de “El puente sobre el Río Kwai”(1957) [vii]. Efectivamente, la construcción de la línea ferroviaria le costó la vida a más de 100.000 prisioneros malayos, birmanos y la de 13.000 ingleses, holandeses, estadounidenses y australianos.

BERGAMINI TENÍA RAZÓN – Los mitos creados y las mentiras propaladas acerca de las responsabilidades por las guerras, agresiones, masacres y crímenes de lesa humanidad cometidos en el Lejano Oriente, no solamente permitieron que los principales responsables eludieran ser juzgados sino que ocultó el saqueo sistemático de las poblaciones sometidas por los japoneses, el trabajo esclavo, el sometimiento en burdeles militares a decenas de miles de mujeres coreanas y chinas.

También sirvió para encubrir algunos de los crímenes más sistemáticos, comparables al Holocausto nazi, que se desarrollaron sobre todo en China contra la población indefensa. Más aún los responsables directos de esos crímenes fueron exculpados y recompensados, los Estados Unidos pagaron por la información sobre crueles experimentos con seres humanos y con los “adelantos” en guerra bacteriológica que dichos responsables habían reunido. Ninguno fue juzgado y recibieron distinciones y honores hasta su fallecimiento, por causas naturales, en Japón.

Estos hechos han empezado a salir a luz después de cincuenta o sesenta años después de Hiroshima. Sin embargo hubo un predecesor: David H. Bergamini, un periodista y escritor estadounidense de divulgación científica (1928-1983). En 1971, Bergamini publicó Japan’s Imperial Conspiracy (La conspiración imperial japonesa) una obra de historia que documentaba el papel de las clases dominantes japonesas en la promoción del imperialismo y del plan de dominación llamado Esfera de Coprosperidad del Gran Este de Asia. Bergamini objetó la leyenda de Mac Arthur en cuanto a la inocencia de Hirohito y a su papel en el Japón de posguerra. Señalaba que la tesis convencional (la leyenda) en el sentido de que Hirohito había sido una figura honorífica si poder real y que este había estado en manos de una camarilla militarista, era falsa y ocultaba la verdad. En cambio – sostenía Bergamini – las luchas políticas necesarias para desencadenar las acciones imperialistas había sido parte de un plan largamente premeditado, apoyado por todos los sectores de la clase dominante y especialmente por los miembros de la familia imperial encabezados por Hirohito (desde que era el heredero al trono del crisantemo hasta su asunción en 1926 y durante la guerra y la posguerra) [viii].

Bergamini sostuvo que la principal razón por la que los ocupantes estadounidenses permitieron que la institución imperial siguiera funcionando casi sin cambios (el único fue que Hirohito declinó ser un dios viviente como lo consagraba la religión oficial, el sintoísmo) porque necesitaban su apoyo para combatir a la izquierda japonesa y para luchar contra el comunismo y la Unión Soviética.  El autor se basó en varias fuentes y especialmente en diarios y memorias escritas por personalidades japonesas acerca de su actuación en la primera mitad del siglo XX.

Esa crítica contra los mitos y mentiras de la tesis convencional resultó insoportable para muchos historiadores estadounidenses que se dedicaron, por todos los medios, a destruir las tesis de Bergamini [ix]. De hecho hacían cola para pegarle. Le acusaron de carecer de bases fácticas, de interpretaciones tortuosas y de un intento de acusar como criminal a una persona pura, honesta y pacifista como el bueno de Hirohito. La academia se deshizo en descalificaciones.

Los furiosos ataques ocultaron que Bergamini había llamado la atención acerca del Instituto de Problemas Sociales o Academia de Colonización, fundado en 1921 como un centro dedicado a concebir los planes para la futura conquista del Asia continental y sus alcances políticos. La institución habría sido patrocinada por el Príncipe Hirohito y se había establecido en un predio que antes había ocupado el Observatorio Meteorológico Imperial.

Bergamini decía que era un centro de adoctrinamiento, cuidadosamente protegido por una organización de seguridad, donde se reclutaba a los hijos de políticos, nobles y militares japoneses, que desearan participar en los sueños de conquista del imperio del sol naciente que cultivaba la aristocracia. El esquema de los planes de conquista en Asia fue atribuido por Bergamini al Instituto.

Los graduados de esta institución secreta solamente eran reclutados si la invitación provenía de los círculos derechistas y continuaban su formación política y militar en las zonas ocupadas de Manchuria. Allí empezó el debate político y estratégico entre el grupo del Empuje al Norte (que proponían sectores del ejército que deseaban invadir y ocupar Siberia, llegando al lago Baikal y los recursos petrolíferos) y el grupo del Empuje hacia el Sur (auspiciado por la Armada que codiciaba las zonas costera de China y el Sudeste asiático). El Director y principal asesor académico era Shumei Okawa y su colaborador Mitsuru Toyama, ambos adherentes de la Sociedad del Dragón Negro [x]. El Instituto cerró en 1946 cuando los estadounidenses ocuparon Japón.

En los últimos años han aparecido importantes documentos auténticos que muestran que la conspiración existió y tuvo una base político-ideológica bien establecida. Por otro lado, Hirohito sobrevivió a Bergamini que falleció prematuramente a los 65 años pero, después de la muerte del emperador, salieron a luz numerosos documentos, que ni siquiera el escritor estadounidense había conocido, que le dieron la razón y demostraron la parcialidad interesada, derechista y mentirosa de sus críticos.

Entre los diarios de personajes de la Corte Imperial que salieron a luz figuraban los de Koichi Kido, Señor del Sello Privado, correspondientes a 1940 al 45; del general Hajime Sugiyama, Jefe del Estado Mayor durante la guerra; de Nobuaki Makino, Gran Chambelán entre 1925 y 1935 o el del Ayuda de Campo de Hirohito, Takeji Nara. Estos diarios sugieren que la participación de Hirohito  fue mucho más activa de lo que ha venido sosteniendo la leyenda. Muchos historiadores, británicos, estadounidenses , holandeses, españoles y japoneses (Akira Yamada <1922-2008> y Akira Fujiwara < 1922-2003>) señalaron que Hirohito condujo a Japón a la guerra. Millones de jóvenes murieron peleando por ese pequeño emperador divinizado cuyas órdenes eran indiscutibles [xi].

En diciembre de 1990, el periódico japonés Bungei Shunju publicó póstumamente un monólogo del emperador, conocido como dokuhakuroku, que data de 1946, y en el que Hirohito niega haber sido responsable de la política bélica japonesa pero, al mismo tiempo, la justifica por el racismo de las potencias occidentales, que no habían tratado a Japón en pie de igualdad en las Conferencias de Paz tras la Primera Guerra Mundial (así como Hitler había utilizado el Tratado de Versalles), y en la «educación antijaponesa» que se impartía en China, para concluir que no fue posible evitar la guerra a causa de estas actitudes. En este monólogo, Hirohito se refiere a su primer ministro de la guerra, general Hideki Tojo (ahorcado por crímenes de guerra), como un «leal servidor».

Hirohito no solamente ordenó el ataque a Pearl Harbor, como antes había dado las órdenes para atacar China y después el resto de las acciones japonesas sino que, de acuerdo con el citado Akira Fujiwara, ratificó personalmente, el 5 de agosto de 1937, la proposición de su ejército para eludir las restricciones del Derecho Internacional sobre el trato a los prisioneros chinos. Más aún, los historiadores Yoshiaki Yoshimi[xii] y Selya Matsuno sostienen que Hirohito autorizó a través de órdenes específicas (rinsanmei) el uso de armas químicas contra los chinos. Por ejemplo, durante la invasión de Wuhan, de agosto a octubre de 1938, el emperador autorizó el uso de gas tóxico en 375 oportunidades a pesar de la resolución adoptada por la Sociedad de las Naciones condenando el uso de gases tóxicos por el ejército japonés.

Esto último nos aproxima a terribles crímenes de lesa humanidad que consideraremos más adelante pero lo que ha quedado claro es que Hirohito tenía un poder absoluto y se alió con los halcones entre las facciones militares japonesas. Ayudó a los generales a debilitar los partidos políticos, reprimió brutalmente las disidencias (mediante la Kempeitai, su propia Gestapo) y promovió la ideología imperial anti democrática. Deseaba eliminar la capacidad e ignorar la voz de los funcionarios electos en materia de políticas nacionales. Él se apoyaba en cortesanos.

A principios de 1945, tras la derrota en la batalla de Leyte, Hirohito inició una serie de reuniones mano a mano con oficiales de alto rango del Gobierno para evaluar la marcha de la guerra. Todos, excepto el ex primer ministro Fumimaro Konoe, aconsejaron continuar la guerra. Konoe temía una revolución comunista incluso más que la derrota en la guerra e insistía en una rendición negociada. En febrero de 1945, durante la primera audiencia privada con el emperador que le había sido permitida en tres años, Konoe aconsejó a Hirohito iniciar negociaciones para finalizar la guerra. De acuerdo con el Gran Chambelán Hisanori Fujita, el emperador, que buscaba todavía una tennozan (una gran victoria) para obtener una posición negociadora más fuerte, rechazó firmemente la recomendación de Konoe.

Según el historiador John W. Dower , la campaña exitosa para absolver a Hirohito de cualquier responsabilidad de guerra no conoció límites. Baste decir que el Palacio Imperial nunca fue allanado, sus archivos y depósitos no fueron requisados y, como veremos en otra nora próxima, No solamente fue presentado como inocente de cualquier acto formal que pudiera hacerle susceptible de ser juzgado sino que fue convertido en una figura “casi angelical” que no tenía siquiera responsabilidad moral por la guerra. Gracias a Mac Arthur, la fiscalía estadounidense en los Juicios de Tokio funcionó, de hecho, como abogado defensor del emperador y consiguió que un grupo de militares y cortesanos, encabezados por Tojo, amañaran sus declaraciones y se prestaran como chivos expiatorios para “salvar el trono imperial” [xiii].

LO QUE PERMANECIÓ OCULTO POR DÉCADAS – Los periódicos ingleses, The Guardian y el Daily Mail, publicaron la confesión de un médico militar japonés que había perpetrado vivisecciones de prisioneros en Filipinas. Los perpetradores habían sido indultados e incluso recibieron reconocimientos pero  Akira Makino (1922 – 2007) médico de la Armada Imperial Japonesa, reconoció, unos meses antes de su muerte que había realizado atroces experimentos con seres humanos durante la Segunda Guerra Mundial.

Makino, enfrentó el rechazo de sus compañeros de armas, un grupo de frágiles ancianos como él cuando se decidió a dar cuenta públicamente lo que había hecho. Después de más de sesenta años de silencio, el viudo vivía cerca de Osaka y solamente viajaba regularmente hasta un pueblito en el sur de las Filipinas, adonde llevaba donativos de ropa para los niños pobres y había montado un momento memorial de guerra.

Este médico había estado destacado en ese mismo pueblito entre fines de 1944 y 1945 y lo que nunca le había dicho a nadie, incluida su esposa, es que allí había disecado a diez prisioneros filipinos de la etnia Moro, incluyendo a dos muchachas adolescentes. Habían sido vivisecciones, es decir que había extripado hígados, riñones y úteros de modo que las víctimas recién fallecían cuando les seccionaba el corazón.

Makino hizo sus declaraciones a una agencia noticiosa japonesa y aseguró que esas acciones le habían sido ordenadas para mejorar sus conocimientos de anatomía. También amputaban piernas y brazos. Señaló que la vivisección de las mujeres (de 18 y 19 años) había sido realizada con fines de educación sexual porque los soldados jóvenes sabían muy poco de mujeres.

Cuando se le pregunto porqué lo hacía aunque le repugnaba dijo que no tenía alternativa: “ hacer las vivisecciones era una orden del emperador y el emperador era un dios, de modo que si hubiese desobedecido habría sido fusilado”. Sin embargo, las vivisecciones también eran una represalia contra el enemigo porque los japoneses pensaban que los musulmanes de la etnia Moro y dos hombres filipinos espiaban para los estadounidenses. Makino dijo que en el caso de los hombres filipinos había intentado sedarles con éter antes de disecarlos. Los pacientes que sobrevivían las amputaciones eran estrangulados con una cuerda.

Otros prisioneros parecen no haber tenido tanta suerte como los dos filipinos. El Escuadrón 731, la unidad secreta del ejército imperial que desarrollaba esos “experimentos” en China prefería someter los cuando los preos estaban vivos y conscientes. Un anciano granjero japonés, Takeo Wano de 72 años, que había sido médico ayudante de una unidad estacionada en China, refirió en 1995 mientras comía un pastel de arroz, que los presos sabían que todo había terminado de modo que no tenía que forcejear con ellos cuando los llevaba a la sala de disección y los ataba.

Cuando empuñaba el bisturí era cuando empezaban a gritar. Los abría desde el tórax al abdomen – dijo el disector – gritaban terriblemente y su rostro se retorcía en agonía. “El sonido era inimaginable – decía – porque gritaban horriblemente pero finalmente se detenían. Eso era todo en un día de trabajo para los cirujanos pero realmente me impresionaba – agregó – porque eran mis primeras veces. Los hombres no podían ser sedados “porque eso habría alterado el experimento”.

El sitio donde tenían lugar las vivisecciones era un centro de experimentación médica secreto del ejército imperial japonés, camuflado como Departamento de Prevención de Epidemias y Purificación del Agua. Todos los que trabajaban allí lo conocían simplemente como Escuadrón o  Unidad 731. Eran los dominios de Shiro Ishii (1892-1959) que la había establecido como unidad de guerra bacteriológica en Pingfan cerca de la norteña ciudad de Harbin, en Manchuria, en 1936. Ishii  era un médico y microbiólogo militar que se había recibido en la Universidad Imperial de Kioto y llegó a ser Teniente General.

En 1925, viajando por Europa, se sintió atraído por el Protocolo de Ginebra que prohibía las armas biológicas. Si la ley internacional las prohibía, razonó Ishii, es porque deben ser extraordinariamente poderosas y desde entonces se dedicó a esa especialidad. En 1931 los japoneses ocuparon Manchuria, al norte de China y de las ya anexada península de Corea. Allí establecieron un estado títere, al frente del cual pusieron a Puyi, el último emperador de China.

Con el apoyo de Hirohito y de los jefes militares, Ishii consiguió fondos abundantes y arrasó ocho aldeas en una zona desolada para establecer un complejo que ocupaba seis kilómetros cuadrados. Contaba con aeropuerto, linea ferroviaria exclusiva, cuarteles, depósitos, laboratorios, celdario y animalera, barracones, crematorio, un cine y teatro, bar y templo sintoísta. En dimensiones superaba al complejo Auschwitz Birkenau.

Los presos oscilaron entre 3.000 y 12.000, hombres, mujeres y niños, entre 1936 y 1942 pero se dice que las atrocidades que sufrieron fueron físicamente peores y más prolongadas que las de los campos de exterminio de los nazis. Nadie sobrevivió. Ishii no se andaba con vueltas de modo que a quienes llegaban para trabajar en el complejo les advertía que la misión divina de los médicos era enfrentar y tratar las enfermedades pero el trabajo en que ahora se iban a embarcar era completamente opuesto a esos principios. Se trataba de producir armas biológicas para  dotar, en principio, al ejército imperial que invadiría China en 1937.

El Escuadrón o Unidad 731 no era único. Existieron siete unidades similares instaladas en otros puntos de Asia ocupados : una estudiaba plagas, otra producía bacterias malignas, otra experimentaba con la privación de agua y alimento, otras se especializaba en difusión de tifus, cólera y disentería por el agua, etc. Todas dependían de Shiro Ishii. En Japón había una planta que producía armas químicas.

Los seres humanos que se usaban en los experimentos eran llamados “maruta” o “troncos” porque se le decía a las autoridades locales que el complejo era un aserradero. Los prisioneros eran considerados sub humanos, materia inerte, como los japoneses consideraban a los chinos, mongoles, rusos y coreanos. Aunque se les mantenía esposadas de pies y manos, las víctimas eran bien alimentadas, hacían ejercicio y permanecían en buenas condiciones físicas porque la norma establecía que para obtener buenos resultados había que trabajar con cuerpos saludables.

Las torturas eran atroces. Se aplicaban corrientes eléctricas de distinta intensidad que lentamente iban asando los cuerpos. Se exponía a los presos a gases tóxicos para estudiar el efecto en sus pulmones. Se amputaban los miembros para ver como se desangraban las víctimas y algunas veces los brazos y piernas seccionados eran suturados al revés, izquierda por derecha y viceversa, o inferiores por superiores y viceversa. A otras víctimas se les extirpaba partes o la totalidad del cerebro, los pulmones o el hígado. Muchas veces se extirpaba el estómago y se suturaba el esófago con el intestino delgado.

A veces juntaban presos enfermos con otros sanos para estudiar el contagio y la propagación de enfermedades. También disponían de cámaras de presión en las que se encerraba a los presos hasta que literalmente explotaban sus órganos o morían por asfixia. Los oficiales solían decapitar prisioneros para probar el filo de sus sables e incluso realizaban competencias para ver quien decapitaba más prisioneros antes de rendirse ala fatiga (el registro de una de esas competencias indica que el ganador alcanzó la cifra de 103 decapitaciones).

Los experimentos no aportaban nada al conocimiento científico como cuando inyectaban orina de caballo en los riñones de un preso o los colgaban de los pies para determinar cuanto demoraban en asfixiarse. La única información que podría tener algún valor, que era la de como prevenir o el congelamiento o recuperar miembros congelados, se conseguía en la forma más brutal e inhumana. Otro médico que trabajó en la Unidad 731, Nobuo Kamada, explicó que había abierto en canal a un prisionero vivo: “le metí el escalpelo directamente en la garganta y lanzó un grito terrible pero enseguida se hizo el silencio”.

Ken Yuasa (1916-2010) es uno de los pocos médicos militares que confesó sus crímenes ante su país y el mundo en forma temprana. Verdaderamente fue un valiente y ejemplar precursor. Al terminar la guerra Yuasa fue retenido como prisionero de guerra en China y desde 1956, cuando fue liberado y volvió a su país, se dedicó a denunciar las atrocidades que el Ejército Imperial había cometido.

A pesar de las amenazas de muerte que permanentemente recibió de los nacionalista y derechistas japoneses, así como las sugerencias de sus colegas del hospital militar de Luan de que “se llamara a silencio”, Yuasa siguió dando conferencias en todo Japón hasta poco antes de su muerte a los 94 años.  Ken Yuasa confesó a The Japan Times, en el 2007, que pertenecer al ejército japonés le hacía sentir como un ser superior, con la misión divina de liberar a Asia del colonialismo occidental. “El uniforme me daba una sensación increíble – dijo – una vez que te lo ponías te convencías de que Japón iba a ganar”.

Desde febrero de 1942 se incorporó como cirujano en la provincia de Shanxi, en China, y en abril empezó a realizar vivisecciones. “No sentía remordimientos. Creíamos que las órdenes superiores eran absolutas, hacíamos todas las vivisecciones que nos ordenaban. Borramos cualquier sentimiento de culpa aunque nuestras acciones eran horribles”. “Es difícil admitir que has hecho algo tan malvado” dijo Ken Yuasa, que llora cada vez que relee la carta de la madre de uno de los prisioneros que disecó, que pide al ejército chino que le castigue en forma ejemplar.

Tras recibirse de médico en marzo de 1941 quería ejercer en el medio rural para ayudar a los más pobres pero se enroló en el ejército y en pocos meses se transformó en un ser sin sentimientos. Fue destinado a China y practicaba las autopsias a seres vivos rodeado de una veintena de admiradores. Charlaba amigablemente con ellos mientras ataban a la víctima a la mesa de operaciones. Solamente los gritos de los presos le molestaban. De acuerdo con su testimonio, uno de los primeros casos fue una operación de apéndice que le demandó tres incisiones abdominales porque el hombre estaba completamente sano; entonces le practicó una sangrienta traqueotomía y después, por curiosidad, le amputó un brazo. Terminó matando al desgraciado con una inyección al corazón.

Yuasa participó en trece vivisecciones con el único objetivo de aprender lo que era práctica común entre los médicos militares japoneses en China. Para saber como tratar un balazo en el estómago mandó a dispararle a un preso y para simular las condiciones que se dan en combate le operó sin anestesia alguna.

Los chinos fueron las víctimas mayoritarias de las atrocidades pero no exclusivamente. La ex enfermera militar Toyo Ishii reconoció, en el 2006, que había enterrado en una fosa común cierta cantidad de cuerpos, órganos y miembros humanos de un hospital para que los ocupantes estadounidenses no los descubrieran.

Por otro lado, Toshio Tono, estudiante de primer año de la Facultad de Medicina de la Universidad de Kyushu, participó en 1945 de un crimen que lo afectó profundamente. A principios de mayo de 1945, un bombardero estadounidense B-29 fue derribado sobre la isla norteña de Kyushu cuando regresaba a su base en Guam después de atacar un aeropuerto.

Los doce tripulantes saltaron en paracaídas. Uno de ellos murió cuando un caza japonés cortó las cuerdas del paracaídas. Al aterrizar otro de los tripulantes disparó contra los aldeanos y luego se suicidó. Dos de sus compañeros fueron muertos en el suelo por los aldeanos enfurecidos. Los ocho restantes fueron capturados por la policía. El capitán del bombardero, Marvin Watkins fue enviado a Tokio para ser interrogado y fue golpeado pero salvó la vida (se cree que murió en Virginia a fines de la década de 1980). Los restantes siete fueron llevados encapuchados al hospital de Fukuoka haciéndoles creer que iban a ser tratados de sus heridas.

Toshio Tono es el único testigo sobreviviente de lo que entonces ocurrió. Las autoridades militares dispusieron que los médicos los utilizaran en atroces experimentos y todos murieron. A uno de ellos le anestesiaron y luego le inyectaron agua del mar para comprobar si esta podía sustituir a la solución salina. A otro se le extirpó un pulmón y luego otros órganos. A un tercero le trepanaron aduciendo que trataban de determinar si la epilepsia podía tratarse removiendo partes del cerebro.

Como Toshio era estudiante no presenció los experimentos pero le tocó limpiar los quirófanos después de las carnicerías. Ha declarado que los experimentos no tenían valor médico alguno sino que se aplicaron con la intención de causar el mayor sufrimiento posible. Yo estaba en estado de pánico – dijo – pero no podía decir nada a los doctores porque estos continuamente nos recordaban los sufrimientos que los bombardeos causaban a la población.

Los restos de los ocho estadounidenses se conservaron en formol para usarlos con fines didácticos pero cuando se produjo la rendición incondicional los médicos del hospital quemaron todos los cuerpos y registros para eliminar las evidencias de sus crímenes. Cuando fueron interrogados por los ocupantes estadounidenses, los médicos del hospital dijeron que los siete presos habían sido trasladados a Hiroshima donde se vaporizaron el 6 de agosto con la bomba atómica. En la tarde del 15 de agosto de 1945, horas después de que Hirohito anunciara la rendición incondicional de Japón, una docena de prisioneros que se encontraban en Fukuoka fueron llevados a la ladera de la montaña y decapitados.

Los treinta médicos y autoridades militares de Fukuoka fueron sometidos a juicio por los ocupantes en 1948. Veintitrés fueron hallados culpables. Cinco fueron condenados a muerte y cuatro a prisión perpetua. El mayor de los médicos se suicidó pero, al final, ninguno de los condenados sufrió la pena que le asignaron. La lentitud de la justicia de los estadounidenses ,que como vimos estaban más preocupados por mantener un Japón aliado y que pronto intervino en la Guerra de Corea, hizo que como manifestara Tono, en 1958 ya no quedaba ningún criminal de guerra preso. Todos habían sido liberados y la mayoría de ellos se había reciclado exitosamente como políticos en el gobernante Partido Liberal Democrático u otros derechistas, o como profesionales  y empresarios exitosos

COMO SE RECICLARON LOS CRIMINALES JAPONESES – La Guerra Fría, incubada aún antes de que terminara la Segunda Guerra Mundial, fue decisiva para explicar como, en forma muy similar a lo que sucedió en Alemania con la “desnazificación” el ímpetu democratizador del gobierno estadounidense se limitó a una constitución hecha al paladar de Mac Arthur y sus asesores que mantenía, en lo esencial, las estructuras políticas e ideológicas que habían funcionado en Japón durante la guerra.

Esto supuso no juzgar a la mayoría de los perpetradores de crímenes de lesa humanidad, contentarse con algunas condenas menores y ejecutar a unos pocos jefes que fungieron como chivos expiatorios de la línea gatopardesca adoptada por los ocupantes.

Sin embargo, lo peor fue el ocultamiento de los crímenes que se cometieron en el continente asiático, especialmente en China (Manchuria incluida), en Corea, en Filipinas y en general en todo lugar que llegó a ocupar el Ejército Imperial y la forma en que los presuntos conocimientos que la guerra química y bacteriológica más la experimentación con seres humanos podía proporcionar a los militares estadounidenses para sus acciones de guerra no convencional contra la población civil y ejércitos numerosos. Los guerreros de la Guerra Fría tenían sus ojos puestos en la URSS y en China (especialmente desde que, en 1949, se estableció la República Popular). De este modo compraron literalmente a buen precio y en secreto los informes de Shiro Ishii y su secuaces, les otorgaron inmunidad e incluso se llevaron algunos a trabar en sus propias instalaciones en los Estados Unidos.

Por eso, para comprender la magnitud de este reciclaje no se puede concluir esta historia sin reseñar, brevemente los crímenes masivos de lesa humanidad que se produjeron en el Escuadrón o Unidad 731. La difusión de enfermedades venéreas como forma de debilitar y desmoralizar al enemigo fue cuidadosamente estudiada en Pingfan. Cientos de “troncos”, hombres y mujeres fueron deliberadamente infectados con sífils para estudiar los efectos no tratados de la enfermedad. Esto para los estadounidenses no era muy novedoso porque ellos hacía décadas que experimentaban en secreto con afroamericanos.

Otra aplicación militar era exponer a los prisioneros a disparos, granadas de mano y de mortero, para estudiar los efectos y la mortalidad que producían las distintas armas. Lo mismo hacían con los lanzallamas exponeindo a las víctimas a distintas distancias y en grupos a los chorros de fuego. Todo se registraba cuidadosamente. Amargamente irónico fue que el Escuadrón 731 fue el primer sitio en el que se experimentó con la exposición masiva de personas a las radiaciones. Varios años antes del bombardeo atómico en Hiroshima y Nagasaki, Shiro Ishii exhibía hígados de prisioneros expuestos a dosis mortales de radiación.

Los gérmenes y plagas fueron muy utilizados. Los bombardeos con ántrax fueron muy celebrados. Según parece Hirohito, que estaba al tanto de todos estos crímenes y los autorizaba personalmente, no habría visitado las instalaciones de Ishii pero su hermano menor Takahito, el Príncipe Mikasa, estaba al tanto porque el general Ishii le había mostrado una película en la que los bombarderos japoneses descargaban bombas con gérmenes de peste bubónica sobre la ciudad china de Ningbo, en 1940. El príncipe anotó en sus memorias que también le habían mostrado experimentos con gas venenoso sobre prisioneros chinos.

El Primer Ministro Hideki Tojo condecoró a Ishii por sus contribuciones a la guerra bacteriológica. En el Escuadrón 731 se almacenaban grandes cantidades del bacilo del ántrax y bombas capaces de producir grandes epidemias de peste bubónica . El ejército japonés se dedicó sistemáticamente a sembrar cepas de disentería, cólera y tifus en lagos, pozos y estanques para atacar a la población civil. Miles de ratas y millones de pulgas contaminadas fueron liberadas sobre las ciudades chinas.

Otra especialidad de la guerra bacteriológica fue el lanzamiento de ropas y alimentos contaminados. Aldeas y ciudades sufrieron epidemias de tifus, cólera y peste bubónica. Se estima que más de 400.000 chinos murieron víctimas de esas enfermedades. Los bombardeos con gérmenes de peste bubónica se interrumpieron después de la quinta operación de este tipo porque en esa oportunidad un repentino cambio de los vientos esparció los gérmenes sobre las tropas japonesas y murieron 1.700 hombres.

Si bien la peste, el cólera y el ántrax eran los microorganismos más prometedores, cualquier cosa que  fuera mortal fue ensayada por el Escuadrón 731 sobre los prisioneros de todas las nacionalidades:  tifoidea, disentería, tuberculosis, sífilis, salmonella, tétanos, gangrena gaseosa, meningitis, fiebre amarilla, muermo, envenenamiento por toxinas (por ejemplo la del pez globo), gas mostaza, cianuro, etc.

Uno de los proyectos de Ishii era enviar un submarino hasta la costa del Pacífico de los Estados Unidos para que mediante un avión kamikaze esparciera el ántrax estrellándose, por ejemplo, en San Diego. También pensó en utilizar globos aerostáticos como bombas de gérmenes que llegarían a los Estados Unidos ubicándolos en la corriente atmosférica Este/Oeste (la misma que se usaba en la navegación a vela para cruzar el Pacífico). Estos proyectos no prosperaron por falta de medios.

Sobre el final de la guerra, Ishii hizo dinamitar casi todas las instalaciones del Escuadrón 731 pero se llevó todos los archivos. Cruzó China después de haber hecho ejecutar a los 150 prisioneros que quedaban vivos en Pingfan, repartió cápsulas de cianuro entre sus colaboradores, ordenándoles  que se suicidaran si eran capturados y haciéndoles jurar que guardarían secreto de lo que se había hecho hasta la tumba. También los miles de ratas contaminadas fueron liberadas y en la región se produjeron entre 20.000 y 30.000 muertes atribuidas a la peste que causaron. Mientras Josef Mengele pudo huir a América Latina y escapó de la horca, Shiro Ishii volvió a Tokio. En principio fingió haber muerto, se organizó un funeral y se ocultó. En enero de 1946 lo encontraron y se puso en contacto con Mac Arthur después todo marchó a pedir de boca.

No se equivocaba, en el otoño de 1945, el general Mac Arthur concedió la inmunidad a Ishii y sus colaboradores. El Escuadrón 731 y sus hazañas fue borrado de los registros estadounidenses y el secreto tendió un velo sobre todos los crímenes. El Escuadrón 731 no fue siquiera mencionado en los Juicios de Tokio. Los fiscales del Tribunal Militar Internacional reunieron evidencias sobre los crímenes de Ishii y las elevaron directamente al presidente Harry Truman pero no obtuvieron respuesta.

El Dr. Ishii murió tranquilamente, después de una próspera carrera, en 1959, a los 67 años a consecuencia de un cáncer de garganta. Se había dedicado a la pediatría y atendía gratuitamente a los pacientes en su clínica. Se había interesado especialmente por la salud infantil. La mano derecha de Ishii, el Dr. Masaji Kitano – por ejemplo – fue el presidente de la Cruz Verde, en una época la compañía farmacéutica más grande del Japón. Indudablemente el perdón no fue la única contrapartida de la entrega de sus archivos a los militares estadounidenses. La suma con que los criminales fueron recompensadas tal vez nunca se llegue a conocer.

 

Por Lic. Fernando Britos V.

La ONDA digital Nº 906 (Síganos en Twitter y facebook

Notas de referencia

[i]Hay bastante documentación asequible sobre estas influencias. Las acciones de los militares prusianos subieron mucho a partir de 1866 y 1870. Los germanos pasaron de ser proveedores de mercenarios, como los hessianos de los S. XVIII y XIX, a enviar jefes y oficiales como instructores. El ejército chileno mantiene uniformes idénticos a los de la Wehrmacht (desde el corte de los capotes y el color gris verdoso hasta los cascos de acero), En Chile, Bolivia y Colombia – por ejemplo – los uniformes de gala de los cuerpos ceremoniales (guardias presidenciales, etc.) mantienen los cascos prusianos puntiagudos que los alemanes utilizaron hasta la Primera Guerra Mundial. Pero la influencia de la moda en los uniformes – que en realidad es simbólica y accesoria en relación con la doctrina – perduró en otros ámbitos. De este modo – por ejemplo – los inspectores de tránsito de Bogotá, hace cuarenta años, lucían ufanos un uniforme negro que se correspondía hasta el más mínimo detalle con los de las Schutzstaffel (SS) nazis, correajes, entorchados, gorra y botas de caña alta incluidos.

[ii]   La intervención aliada en la Guerra civil rusa fue una expedición militar multinacional, lanzada en 1918 contra el Ejército Rojo y en apoyo a los Ejércitos Blancos. Como dijo Churchill la Revolución debía ser muerta en la cuna.  Catorce países intervinieron en la Guerra Civil Rusa al lado de las fuerzas de los zaristas antibolcheviques que habían sido derrotados por la Revolución de Octubre en 1917. A pesar del apoyo aliado, el Ejército Rojo derrotó a los blancos y en 1920. Debido a que la intervención tuvo poco apoyo popular en todo el mundo, los aliados se vieron obligados a retirarse. Los japoneses siguieron ocupando partes de Siberia hasta 1922.

[iii]  El historiador Julián Casanova afirma que en el bando franquista lucharon más de 100.000 extranjeros a lo largo de la guerra (78.000 italianos, 19.000 alemanes, 10.000 portugueses y más de mil voluntarios de otros países) a los que habría que sumar los 70.000 marroquíes que formaron en los del Ejército de África. En el bando republicano lucharon los 35.000 voluntarios de las Brigadas Internacionales, más 2.000 militares soviéticos, de los cuales 600 eran asesores no combatientes. Así pues, concluye Casanova, «frente al mito del peligro comunista y revolucionario, lo que realmente llegó a España a través de una intervención militar abierta fue el fascismo”.Y en cuanto al material bélico dice que el que «entró en la España republicana fue inferior al recibido por Franco y de peor calidad». Para Alemania e Italia se trató de un ensayo general de los ataques de la Segunda Guerra Mundial. Según Julio Aróstegui, los sublevados recibieron de Italia y de Alemania 1359 aviones, 260 tanques, 1730 cañones, fusiles y municiones. Por otro lado, la compañía Texaco vendió constantemente nafta barata a Franco y la Ford suministró a lo largo de la guerra entre 12.000 y 15.000 camiones a los sublevados (tres veces más que los vendidos por Italia o Alemania).

[iv] La rivalidad soviético-japonesa tiene su raíz más clara en la Guerra ruso-japonesa de de 1904-1905 que resultó en una aplastante victoria nipona y el comienzo de su hegemonía como potencia en la región. Poco tiempo después Corea fue convertida en un protectorado y en 1910 toda la península fue anexada al Japón.

[v]Sería interesante verificar el grado de conocimiento público acerca de los violentos enfrentamientos o guerras no declaradas que se libraron entre Japón con China, Mongolia y la Unión Soviética en la década de 1930 (batalla del lago Jasán, batalla de Jaljin-Gol, etc.) que incidieron directamente sobre la Segunda Guerra Mundial en la década siguiente.

[vi] MacArthur no solo exoneró a Hirohito (el Emperador Showa), sino que ignoró el consejo de varios miembros de la familia imperial e intelectuales japoneses, que pidieron públicamente la abdicación. Por ejemplo, el hermano menor del emperador, llegó a afirmar en una reunión del consejo privado, en febrero de 1946, que Hirohito debía asumir la responsabilidad de la derrota. Según el historiador Herbert Bix, MacArthur y Bonner Fellers habían preparado la ocupación y reforma del Japón y se proponían no modificar en lo más mínimo la situación de la figura del emperador. Se limitaron a continuar la situación existente durante el último año de la guerra. El plan de acción consistía en separar al Emperador Shōwa de los militaristas, manteniéndole como elemento de legitimación de las fuerzas de ocupación y usando su imagen para potenciar la transformación del pueblo japonés hacia un nuevo sistema político conservador y anticomunista.

[vii]Basada en una novela de ficción fue tal vez la primera película de Hollywood donde se  abordó el tema de los crímenes de guerra japoneses (en este caso en la construcción del ferrocarril en Birmania, en 1942 y 1943, que los japoneses necesitaban para atacar a la India (empresa en que los acompañaban independentistas hindúes). Aún esa película afectaba “la leyenda estadounidense”. Ganó siete premios Oscar y es considerada una película de culto. Sin embargo, los autores del guión, Carl Foreman y Michael Wilson, estaban en la lista negra del senador Joseph McCarthy, acusados de pertenecer a organizaciones comunistas y tuvieron que trabajar en secreto y no fueron reconocidos en el Oscar al mejor guión adaptado. Recién en 1985, la Academia de Hollywood les concedió el premio en forma póstuma.

[viii]  Los nacionalistas y militaristas buscaron su inspiración en antiguos mitos japoneses que sostenían que el emperador descendía directamente de la Diosa Solar  Amaterasu Omikami y hacían un llamamiemto típicamente Ur-fascista para restaurar una pasada pureza racial y espiritual que se había perdido últimamente. Desde una tierna edad, los japoneses eran adoctrinados para adorar al emperador como un dios viviente y para considerar a la guerra como un acto purificador de las personas, la nación y en  definitiva del mundo. En este marco el supremo sacrificio de la vida era considerado el acto más sublime.

[ix]David Bergamini, había nacido en China (su padre era un arquitecto que trabajaba para una misión episcopal) y pasó parte de su niñez en un campo de prisioneros japonés. Para su Libro de 1.239 páginas había consultado, durante cinco años, más de 30.000 páginas de documentos japoneses e informes de inteligencia estadounidenses, 140.000 páginas de lecturas colaterales, 272 libros de referencia, 50.000páginas de testimonios durante los Juicios de Tokio y 5.613 páginas de diarios que llevaban altos funcionarios imperiales.

[x]La Sociedad del Dragón Negro  (kokuryūkai), también conocida como Sociedad del Río Amur, fue una importante sociedad secreta ultranacionalista en Japón que desarrolló su actividad por lo menos hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial y según parece fue reconstituida en la década de los sesenta en forma semi clandestina.

[xi]El más famoso de los fanáticos que Japón destinó a luchar, sin rendirse ni suicidarse, en miles de islotes e islas fue el teniente Hiroo Onoda (1922-2014), que en 1974 emergió de la selva en la isla de Lubang, Filipinas, ignorando que la guerra había terminado. Onoda libraba acciones de guerrilla y se negó a rendirse hasta que trajeron a su comandante para ordenárselo en nombre del emperador. Onoda fue muy festejado en su país pero emigró a Brasil (Mato Grosso do Sul) siguió siendo militarista y monárquico ultra derechista hasta su muerte en Tokio a los 92 años.

[xii]Yoshiaki Yoshimi, nacido en 1946, es catedrático de historia moderna del Japón en la Universidad Chuo (Tokio) y miembro fundador del Centro de Investigación y Documentación sobre la Responsabilidad de Japón en la Guerra .

[xiii]El Tribunal Penal Militar Internacional para el Lejano Oriente se constituyó en forma paralela al tribunal que funcionó en Nuremberg. Sesionó en Tokio entre 1946 y 1948. Veintiseis jerarcas fueron sometidos a juicio. Siete fueron condenados a muerte y ahorcados. Diecisiete fueron condenados a cadena perpetua y dos a penas de cárcel de 20 y 7 años. Todos los condenados a pena de cárcel fueron indultados o liberados a mediados de la década de 1950 y algunos inclusive volvieron a ocupar los cargos de gobierno que habían tenido durante la guerra. Se han formulado críticas muy importantes a este juicio. Entre ellas: lo manejaron casi exclusivamente los estadounidenses, es decir el Gral. Mac Arthur; solamente se juzgaron los crímenes cometidos por los países del Eje;   no se investigaron las atrocidades cometidas en Corea y China, incluida la guerra química y bacteriológica; se concedió inmunidad al principal responsable e incluso se sentó la posibilidad de que los afectados no pudieran reclamar reparación alguna al gobierno japonés de posguerra.

 

 

 

 

 

  

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