“No sé si la experiencia tiene que ser una cédula para gobernar.”
Luis A.A.A. Lacalle (Diario El País, Montevideo, 05/10/2014).
En el epígrafe está una de las cuestiones primordiales que venimos analizando desde estos artículos: Sólo quien carece de experiencia de vida, máxime de experiencia en el hacer, para tomar a su cargo del poder de una Nación, por la vía electoral, puede alegar siquiera lo innecesario de contar con la misma. Tal es, pues, la dramática encrucijada que vive el candidato de marras.
En esta segunda entrega sobre el señor Lacalle, candidato del Partido Nacional, nos ocuparemos de la ideología que lo mueve, sin olvidar la de su padre, el señor ex presidente Luis Lacalle Herrera. Olvidarnos de él sería doblemente peligroso: primero porque sí que tenemos experiencia, luego memoria, de su gestión presidencial, y segundo pues – ¿qué duda cabe? – es el principal gestor político de la armazón que ha catapultado a su hijo a la situación de candidato nacional.
El hijo, o sea el hoy candidato, es como un barco sin velamen: tiene la estructura como para hacerse a la mar, sólo que además de flotar – ser, desde un supuesto saber – carece de las velas indispensables – la ausencia de experiencia – pues aún no ha creado su propio conocimiento específico que le haga creíble para la función.
Es decir, no tiene la praxis y, con esta crucial ausencia, carece del conocimiento de la misma. Algo que, por otra parte, sólo un espíritu crítico se permite tener autoanálisis.
Hacemos esta salvedad pues se puede tener la experiencia, que no es el presente caso, pero no poseer autocrítica, merced a contar con un ego exaltado que, por otro lado, las más de las veces anuncia la presencia de una muy baja autoestima personal.
En este caso peculiar no sólo no se cuenta con la experiencia sino que tampoco con la conciencia de su necesidad central, prueba palmaria de ello, el epígrafe, extraído del reportaje central dominical del citado periódico.
Pero vayamos al centro de la cuestión que hoy nos ocupa, al sendero previamente trazado.
Afinidades ideológicas
Nos tomaremos la libertad de parafrasear al colega brasileño Osvaldo Bertolino, al decir que siempre que el señor Lacalle entra en el debate electoral – abandonando circunstancialmente el púlpito desde el cual envía ondas de paz y amor, con su alegada campaña publicitaria sobre “La Positiva”, es posible ver con mayor nitidez el pensamiento de la derecha. Y así se hace más visible su contrapunto a las ideas progresistas.
De tal confrontación de concepciones emerge, de manera cristalina, lo que está en juego en las elecciones venideras.
El diario El Observador, en su edición correspondiente al domingo 5 de octubre, al realizar la crónica de los dichos del señor Lacalle sobre el tema de seguridad, destacando en un pasaje expresiones de este sobre dicha problemática social y cito: “El candidato afirmó que los cambios deben ser palpables por la ciudadanía. ‘ No los porcentajes o las gráficas ‘ acotó.” Fin de la cita del citado medio de prensa.
Repitamos la frase del señor Lacalle, respecto de qué debe ser tenido en cuenta por la población: su percepción, “no los porcentajes o las gráficas.”
O sea que el señor Lacalle le da importancia y credibilidad primera a la sensación (percepción) que tenga “la gente”, antes que a las estadísticas.
Por consiguiente, el señor Lacalle, además de ir “por la positiva”, además de carecer de experiencia dura en armado, gestión y mando de estructuras humanas complejas, se apoya en sensaciones antes que en datos científicos para realizar su propio análisis y, así, conducir su pensar hacia lo público, en la especificidad que el asunto diga relación.
Y si esto fuera poco, nos permitimos recordar que el Uruguay, como otros países de la región, en materia de medios de comunicación, sufre las consecuencias de un oligopolio donde sectores patricios hacen su fuerte y desde el cual “objetivan” realidades.
Dicho oligopolio sabe que a la vuelta de la esquina de las elecciones y si gana el Frente Amplio se votará el proyecto de ley, ya aprobado en Comisión, de la llamada “Ley de Medios” que busca ser, no otra cosa, el marco legal, con los contrapesos necesarios para que, justamente, la “opinión pública” no trate de ser digitada, manipulada.
Oligopolio que, con el histórico apoyo del conservadurismo a ultranza de sectores de la derecha rancia y pacata ha operado en pro de sus intereses, lo que las más de las veces no están, ciertamente, en consonancia con los de la República, que es ni más ni menos que la propia sociedad.
Entonces, a la falta de experiencia del candidato, a la ausencia de conciencia de su necesidad, se le suma el apoyarse en sensaciones antes que en estadísticas, todo lo cual y contando con el sostén de connotados medios de comunicación hacen con que su propuesta sea, para decir lo menos, más que preocupante.
Cuestiones centrales
Creemos que el señor Lacalle está investido de un incipiente populismo.
En este sentido, recordamos al maestro Luigi Ferrajoli, en su obra “Poderes salvajes, La crisis de la democracia constitucional”, donde nos previene sobre el populismo que tiene, como primer factor constitutivo, la personalización de la representación, que busca la aquiescencia pasiva de una parte relevante de la sociedad, so pretexto de uno creerse el “portavoz” del sentir popular.
Se comienza así, ingenuamente, volitivamente, creyendo captar el “sentir” del pueblo a través de “su” percepción de la cosa. Positividad, dicen unos, donde otros vemos la posibilidad de nubarrones para con la democracia en el horizonte.
El desapego, por parte del señor Lacalle, a la dura realidad de las estadísticas, nos previene y ocupa por su gravedad.
La importancia central de los datos duros, de los estudios de campo, fue bien enseñada por el sociólogo y catedrático Pierre Bourdieu., puesto que tal base científica nos permitirá argumentar, desde una realidad probada, contextualizada por las estadísticas y los estudios pertinentes, cómo, dónde y con qué profundidad actuar en pro de acciones societarias.
Caso contrario, todo podría quedar supeditado a la impresión del líder que, las más de las veces, termina siendo el realizador, consciente o inconsciente, de lo que otros, desde atrás, saben cómo y cuándo susurrar a sus oídos. Esto es, no negamos ni por un momento honestidad intelectual al candidato del Partido Nacional, sino y por sobre todo, impericia y exceso de personalismo.
Un candidato que trata de hacer creer que la vida, y en particular la vida política, y el ejercicio del poder, puede y debe estar constituida “por la positiva”, sin que medien críticas y autocríticas, con las dialécticas que las constituyen y recrean, y que tampoco considera a la experiencia como pre requisito para su administración, bueno, nos deja perplejos, al tiempo que dispara alarmas que activa nuestra conciencia ciudadana.
Un candidato que basa su campaña en la sonrisa y el dejar pasar, acompañado de una mochila (programa) cargada de buenas intenciones. Programa éste que tiene, en no pocas partes, el supuesto deseo de mejorar lo hecho por el Frente Amplio, por ejemplo, en lo económico, por ejemplo, o sea que carece o no deja ver sus propias ideas, trae consigo un profundo descreimiento.
La cuestión central para una persona humana es la democracia, el gobierno de todos.
En este sentido, juzgamos del caso aproximar algunas expresiones del celebrado ex juez y fiscal italiano Gherardo Colombo, quien, entre sus múltiples aportes al pensamiento democrático, vertidas en su ensayo intitulado “Democracia”.
Como dice Colombo, la democracia es el sistema de gobierno de las personas dignas.
Dice el prestigioso italiano, en un pasaje de esta obra: “Quien como el Gran Inquisidor de Dostoievski (Los hermanos Karamázov, II, 5), considera que los seres humanos `son débiles, depravados, ineptos y sediciosos` nunca podrá pensar que la democracia es una forma de gobierno adecuada. Puede pensarlo, en cambio, quien estima a las personas y confía en ellas.”
“De esta observación”, agrega Colombo, “se desprende un comentario. Si el ser humano tiene valor como tal, independientemente no sólo del hecho de ser varón o mujer, blanco o negro, sino también de las ideas que profesa tanto en el campo social o político como en el religioso, el rechazo de sus ideas no implica una desvalorización de su persona. Su dignidad persiste, incluso si sus ideas no son compartidas.”
Así, pues, desde ese regio umbral de un republicano y demócrata probado, vamos a la esencia de la cuestión democrática. La democracia, al estar de Colombo y de nuestro propio pensar, es tanto forma, como sustancia y ejercicio.
Esto es, la forma pasa por un modelo, la sustancia por su contenido y propósito, y el ejercicio por el comportamiento correcto a través del cual se lleva a la práctica el modelo y se persigue la sustancia.
La democracia es, entonces, un recorrido de reconocimiento del otro: cuanto más se avanza, más se acerca uno a considerar a las otras personas casi como a sí mismo sólo que, con aquella experiencia, se produce el principio dialógico del conocimiento del Tú, que nos enriquece y da sentido personal y comunitario, aportándonos mayor conocimiento, incluso de nosotros mismos.
En una democracia, aduce con sabiduría Colombo, el pueblo gobierna actuando. Sólo que como el pueblo no existe si no existen las personas que lo componen, el pueblo gobierna si actúan las personas que lo constituyen. Todo lo cual se da cuando la persona deja lugar al individuo, es decir, no ocupa su lugar en el concierto de la vida de su comunidad.
Lo que deviene en populismo, sea éste de derecha como de izquierda, puesto que invalida al otro toda vez que el protagonismo pasa por el mandamás de turno, relegando al pueblo a la mera suma de individuos, es decir, de átomos aislados que, servidumbre voluntaria mediante, la dan al tirano mayor, su cuota parte de tiranía, al claudicar en sus derechos, como en sus obligaciones.
En definitiva, es preciso que los ciudadanos actuemos para poner en práctica la democracia, para poder concretarla. Entonces, convengamos, el problema consiste, a grandes trazos, en que el pueblo abdique de su derecho a gobernar.
Tiene la ciudadanía, por consiguiente, el deber de comprometerse, puesto que cuanto más compromiso hay, tanto más efectiva es la democracia. Y para que tal compromiso se concrete debemos dar un paso hacia la arena de lo público, al que siempre nos invita, nuestra Maestra del pensar, la señora Hannah Arendt, toda vez que releemos sus obras.
Al asumir nuestra corresponsabilidad en las cuestiones de todos, estaremos aventando al populismo retardatario.
Vale siempre el recordar que el populismo es la patología de una democracia vaciada de contenido, al carecer de la nutriente primera: la interacción de las personas en su gobierno.
No debemos permitir, pues, que la democracia sea, como algunos parecen querer, una escenografía linda y simpática que se levanta meses antes de una elección nacional, no.
La democracia es, y conlleva, el compromiso permanente de las personas en su salvaguardia y expansión. En suma, el populismo degrada e inviabiliza la democracia, por mejor buena voluntad que se tenga; lo que no dudamos del candidato aquí analizado.
En la próxima y última entrega de este breve análisis, daremos cuenta de lo que, a nuestro entender, conforma el rol del Estado en la visión del señor Lacalle.
Por: Héctor Valle
Historiador y geopolítico uruguayo.
vallehec@gmail.com
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