Política: entre la pasión y la disección, una dualidad inexorable.

“No comparto lo que dices, pero
defenderé hasta la muerte tu derecho
a decirlo.”.  Voltaire (1694- 1778).

Hablar del concepto “política” como tal es complejo y no podemos evitar asociarlo a otros términos como los siguientes: el poder, la sociedad, los intereses, la toma de decisiones, los cambios de la realidad, los gobiernos, las ideologías, las estructuras, el orden, elecciones, la tolerancia al pensamiento distinto, el respeto.

Pues bien, entre las definiciones de política encontramos esas que la definen de la siguiente manera: la política es una actividad orientada en forma ideológica a la toma de decisiones de un grupo para alcanzar ciertos objetivos. También puede definirse como la manera de ejercer el poder con la intención de resolver o minimizar el choque entre los intereses encontrados que se producen dentro de una sociedad.

Para muchos ejercer la política como disciplina y forma de vida es una pasión. Pasión porque no conciben otra forma de percibir el mundo que no sea a través de la política.  Toda su vida gira en torno a ella.  Está presente en la cultura, economía, sociedad, amistad, valores, en todo.

Pero la política divide, divide porque las ideologías separan y hace que esa pasión se transforme y se vea reflejada en el pensamiento y accionar de las personas.

Para muchos la política es una telaraña de intereses muy diferentes que conjugan en un solo lugar: el poder.

La política es audacia, es decidir a conciencia, en conjunto con otros, qué es lo mejor para una comunidad.  La política es convicción, pasión, es ideales, es jugársela, es ser determinante, es generar proyectos pretendiendo beneficiar a las sociedades como un todo, es expresarse libremente, es planificar, crear, es pensar distinto, es gestionar.

Los procesos o regímenes totalitarios como el nazismo y el fascismo, claros ejemplos del siglo pasado, fueron en gran medida mecanismos de ejercer política sobre la base del miedo, del racismo, del autoritarismo.  Nos guste o no, lo compartamos o no, estos regímenes constituían una manera totalitaria, militarista de hacer política. Era ejercida con violencia, con represión, con odio, con tortura y por supuesto con la muerte misma. Era y es una manera muy violenta de ejercer el poder de un grupo sobre otro. Muchos años después nuestro país y otros de América Latina   no estuvieron ajenos en este tipo de modalidad militarista de ejercer la política. Aún hoy están presentes en varios países de nuestra querida América Latina, lamentablemente. Indudablemente se puede hacer política como una actividad cuya razón de ser sea alcanzar un bien preciso: el bien común, alcanzar la paz a través de métodos que no incluyan la violencia.  En una sociedad o comunidad siempre existirán y coexistirán distintas ideologías. Por suerte es así y es gracias a ello que el intercambio ideológico es cada vez más nutrido e interesante desde el punto de vista filosófico. Esto nos permite discernir, discutir, entender, respetar, conciliar, aprender a tolerar y coordinar acciones que ideológicamente son distintas, pero que tienen un fin común y espero que no menos utópico: la convivencia pacífica de personas en un mundo más justo, más solidario, más respetuoso de los derechos de los demás y más equitativo desde todo punto de vista.

Muchos creen que la política es invisible a los ojos, pero se percibe, se ejerce, se siente y por qué no, se vibra.

Por Lic. Daniela Yelpo
Licenciada en Relaciones Internacionales.

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