Las desgarradoras consecuencias del terrorismo de Estado como estremecedora expresión del autoritarismo liberticida y pesadillesco trasfondo histórico, constituyen la materia temática que aborda “Rojo”, el removedor largometraje del realizador argentino Benjamín Naishtat.
Esta es una película valiente y osada, que no teme incursionar en uno de los tramos más dolorosos del pasado reciente del vecino país, mediante un acento dramático que impacta por su profundo realismo pero que soslaya todo recurso efectista.
Al respecto, el creador de recordados films como “Historia del miedo” (2014) y “El movimiento” (2015), construye una descarnada radiografía de la Argentina previa al golpe de Estado de marzo de 1976, cuando imperaba el miedo parido por los mastines que preparaban el colapso de las instituciones y por organizaciones paramilitares de ultraderecha como la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), que perpetró múltiples asesinados con la más absoluta impunidad.
Aunque “Rojo” no es un film político propiamente dicho, es sí un drama ambientado en una sociedad sacudida hasta los cimientos por la violencia, el temor y la desconfianza.
Al respecto, el relato está cruzado por sugestivas metáforas como la de la secuencia inicial, cuando una confortable residencia abandonada es virtualmente saqueada, sin que nadie lo denuncie ni se anime a impedirlo.
El ulterior decurso del relato permite inferir que esa vivienda ha sido allanada por fuerzas represivas y sus ocupantes detenidos y luego desaparecidos, una práctica común en los gobiernos autoritarios de la región, incluyendo naturalmente al de Uruguay.
En el lenguaje cotidiano de la época, esos operativos eran denominados con el eufemismo de “procedimientos”, una actividad que casi nadie cuestionaba, partiendo de la falaz y arraigada premisa de “algo habrán hecho”.
Esa fue la actitud prescindente que fue generando el caldo de cultivo para que, hace más de cuarenta años, la Argentina se transformara en un teatro de horror y en escenario de un auténtico genocidio, con, según se estima, unos 30.000 desaparecidos.
La película, que está ambientada en 1975 en una no identificada localidad provincial, narra la peripecia de Claudio Morán (Darío Grandinetti), un prestigioso abogado que comparte su vida con su esposa Susana (Andrea Frigerio) y con su hija Paula (Laura Grandinetti).
Sin embargo, la aparentemente apacible vida del protagonista es perturbada por un enojoso incidente suscitado con un desconocido en un restaurante, que tendrá ulteriores derivaciones.
Empero, la propia actitud del leguleyo para dirimir ese conflicto desnuda una naturaleza oscura, acorde con la escenografía que se está instalando paulatinamente en el país.
En este caso, la clave es evitar problemas, no asumir compromisos y, obviamente, también hacerse el distraído ante lo que está sucediendo en un país sumido en un estado de conmoción.
Por supuesto, la propia ambigüedad del personaje, que parece ser un individuo inofensivo, corrobora que algunos abogados no dudan en perpetrar un delito a cambio de un rédito económico y si la impunidad está garantizada.
Mediante una atinada mixtura entre tensión y suspenso, Benjamín Naishtat, director y también guionista, construye la atmósfera opresiva requerida por una historia con trasfondo dramático.
En ese contexto, el realizador va instalando el escenario de la tragedia mediante apuntes tan reveladores como incisivos, como la mentalidad fascista de algunos personajes, el fanatismo religioso y la admiración y obsecuencia de cierta burguesía cómplice con los estadounidenses ultra-conservadores.
No en vano, al igual que en otro países del continente, el criminal golpe de Estado en Argentina fue auspiciado y avalado -entre bambalinas- por el imperialismo norteamericano.
En tanto, por voces extraoficiales, abundan las revelaciones sobre allanamientos militares o paramilitares, detenciones arbitrarias y desapariciones forzadas, sobre las cuales poco o nada se habla.
En tal sentido, uno de los personajes extraños que habitan el relato es el detective Sinclair (Alfredo Castro), un experto investigador con alta exposición mediática que es contratado para encontrar a una persona que parece haberse esfumado.
Oscilando entre la relativa explicitud y el lenguaje soterrado, Naishtat construye una escenografía contaminada por la incertidumbre, la tensión y la desconfianza.
En ese marco, el guión aporta una nueva y reveladora metáfora, que es el eclipse de Sol observado, con lentes especiales, por varios curiosos en una playa casi desolada.
Aunque el intenso color rojo que produce el fenómeno astronómico está claramente relacionado con el título de esta película, en realidad simboliza el inexorable eclipse de un país en decadencia y socavado por la violencia y la degradación.
Por supuesto, la otra eventual lectura es la indiferencia de una sociedad que prefiere mirar hacia otro lado y en cambio ignorar, por acción u omisión, lo que sucede cotidianamente.
En esta película, Benjamín Naishtat mixtura con singular maestría, el drama con el thriller y hasta con el testimonio histórico, en una conjunción que impacta por su frontalidad.
Las destacadas actuaciones protagónicas de Darío Grandinetti, Andrea Frigerio y Alfredo Castro coadyuvan a otorgar a “Rojo” el realismo y la verosimilitud requeridas por un tema tan traumático.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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