CINE
La desgarradora memoria del demencial holocausto perpetrado por la salvaje patología del nazismo hace ya más de setenta años, constituye el removedor disparador temático de “El intérprete”, el intenso film testimonial del realizador eslovaco Martin Šulík.
Esta película, que mixtura el drama con la comedia tragicómica y hasta con el road movie, comporta un impactante cuadro de denuncia sobre los abominables crímenes cometidos por un grupo de alienados fanatizados por una ideología totalitaria, con particular acento en la no menos estremecedora operación de exterminio conocida como “limpieza étnica”.
La producción, que fue presentada en el prestigioso Festival Internacional de Cine de Berlín y reúne en coproducción a las industrias cinematográficas de Eslovaquia, República Checa y Austria, indaga en las estremecedoras secuelas de la masacre y cómo estas impactan en las nuevas generaciones.
No en vano los personajes son descendientes de protagonistas de aquel tiempo nefasto de descarnada violencia, demencial intolerancia e inenarrable salvajismo autoritario.
Este es el caso concreto de “El intérprete”, cuyo argumento se sostiene en la conflictiva y por momentos tensa relación entre un atribulado hijo de una víctima y un vástago de un victimario, con todo lo que ello supone.
El protagonista de este drama es Ali Ungár (Jirí Menzel), un intérprete judío de ochenta años de edad, quien logra identificar al asesino de sus padres gracias a un libro de memorias de un ex-oficial de las SS que operó en el pasado en Eslovaquia.
En ese marco, adopta, pese al tiempo transcurrido, la drástica decisión de tomar venganza de genocida, para lo cual inicia su búsqueda, que ciertamente tiene mucho de aventura.
Empero, su intención se frustra cuando confirma que el temible nazi está muerto y sólo lo sobrevive su hijo, Georg Graubner (Peter Simonischek), un maestro jubilado de setenta años de edad, quien es radicalmente diferente a su padre y ni siquiera está enterado de las abominaciones por él perpetradas.
Desafiado a conocer más sobre el pasado de su familia y en torno a lo realmente sucedido durante esos años oscuros, Georg le solicita a Alí que actúe como su intérprete, en una experiencia de búsqueda compartida que será singularmente reveladora.
Pese a que en el presente nadie es culpable de lo sucedido, la historia narra un vínculo sin dudas incómodo, por las implicancias de los demenciales actos de otros.
Ese hilo conductor que une a los dos personajes genera una suerte de road movie a través del territorio de Eslovaquia, que permite a los ocasionales expedicionarios conocer algunas realidades que han quedado sepultadas bajo un manto de olvido.
Según está absolutamente explicitado, el desafío es reconstruir un posible itinerario histórico destinado a esclarecer crímenes estremecedores y, simultáneamente, resignificar el sentido de recuperar la memoria de las víctimas.
En el decurso de periplo, que abarca parte de Austria y naturalmente Eslovaquia, los protagonistas conocen a diversos personajes y experimentan vivencias, algunas de ellas divertidas.
Esa apuesta al humor- que para nada soslaya un abordaje duro y descarnado del asunto- es una estrategia de Martin Sulik para desdramatizar situaciones y humanizar a las personas.
Obviamente, afloran las contradicciones y las diferencias entre ambos hombres, que afrontan, si se quiere con una suerte de estoicismo, la crudeza de los episodios que van conociendo.
El director y guionista Martin Šulík transforma a su película en una suerte de híbrido, que conjuga, en una misma historia, varios géneros impregnados de múltiples reflexiones.
En ese contexto, divide a su relato en dos tramos, el primero de los cuales narra el encuentro entre los protagonistas, que genera una suerte de amistad. En tanto, el segundo, que es el más dramático y ciertamente revisionista, se adentra en el corazón mismo de la más estremecedora de las pesadillas.
Por más que la película adquiere por momentos la estética de una comedia agridulce, la verdadera sustancia argumental es la tragedia que aniquiló millones de vidas inocentes, narradas por testimonios de sobrevivientes.
En ese marco, emergen a la superficie tópicos como la culpa, el olvido, los recuerdos, los sentimientos de venganza, el odio y en algunos casos hasta el perdón, aunque pueda parecer inverosímil.
Pese a la indudable aspereza del tema abordado, el director no apela en modo alguno a los golpes bajos ni al efectivismo meramente gastronómico que es común en el cine de industria.
En cambio, esta película opta por indagar en los diversos entretelones de la a menudo inescrutable condición humana, a partir de la reconstrucción de situaciones límite y del análisis de conductas realmente irracionales.
La mixtura entre el drama, la comedia y el road movie transforman a este film en una propuesta sin dudas diferente a las películas de un género que suele enfatizar en el lado más estremecedor de episodios históricos que no deben ser olvidados.
Este film contiene valioso material de archivo en blanco y negro que contribuye a la rigurosidad de la recreación, a lo cual adosa valiosos logros en materia de música, fotografía e interpretaciones.
“El interprete” es un testimonio de una superlativa contundencia, que reflexiona sobre la violencia, el odio, el fanatismo y la demencia colectiva, pero también acerca de la tolerancia como respuesta a la barbarie.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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