CINE | Colette: liberación y deseo”

La tumultuosa vida y obra de la célebre pero no menos controvertida escritora francesa Sidonie-Gabrielle Colette (1873-1954) es la materia temática de “Colette: liberación y deseo”, el removedor largometraje del realizador británico Wash Westmoreland.

Como es notorio, Colette fue, además de novelista, periodista, guionista, libretista y artista de revistas y cabarés, lo cual la transformó en su época en una auténtica mujer de vanguardia.

No menos removedora fue su escritura, que mixtura la palabra poética con los sentidos, vividos y transmitidos mediante una impronta tan voluptuosa como intimista.

No en vano buena parte de su obra es autobiográfica y la protagonista es Claudine, una mujer que experimenta los mismos sentimientos y emociones y padece idénticas vicisitudes que la autora.

Incluso, como materia prima literaria el personaje femenino originó una exitosa saga integrada por cinco novelas, que evocan la niñez y juventud de Colette, publicadas entre 1900 y 1907.

Empero, esta fémina rupturista tuvo la virtud de vencer hasta las más recalcitrantes resistencias de su pacata época, al punto que llegó a ser miembro de la Academia Goncourt –una prestigiosa sociedad literaria- desde 1945 y hasta a presidirla entre 1949 y 1954. Asimismo, fue además condecorada con la Legión de Honor.

Esta película no aborda primordialmente la literatura de la famosa escritora sino su escandalosa y transgresora vida privada, que polarizó a la Francia de fines del siglo XIX,  entre el conservadurismo a ultranza y las libertades post-revolucionarias.

En efecto, el film narra la historia de Colette (Keira Knightley), que se crió en un entorno rural, hasta que contrajo matrimonio con Henry Gauthier-Villars, más conocido por Willy (Dominic West), un editor y novelista popular mucho mayor que ella pero con una rica experiencia de vida.

Si bien el matrimonio le permitió a la joven abandonar un medio bucólico, aburrido, desolado y sin perspectivas de crecimiento, la contracara es que la expuso al sometimiento de un hombre mediocre pero autoritario y ambicioso.

En efecto, los libros que publicada y firmaba el esposo eran escritos por autores ocultos, que recibían una modesta paga por el trabajo y, obviamente, por el anonimato.

El relato describe el paulatino proceso de degradación que padece la protagonista junto a su marido, quien, advertido de las destacadas cualidades creativas de su pareja, la encerraba en su habitación para que escribiera.

Obviamente, la desenfrenada vida del hombre generaba cuantiosas deudas, que debían cubrirse con el dinero que ingresaba por la publicación de las novelas escritas por la joven.

Más allá de su proverbial inconformismo, tal vez esa situación de opresión sumada a la humillación provocada por los reiterados adulterios, originó en la mujer el irrefrenable deseo de iniciar un proceso de emancipación personal.

Mediante una cuidada reconstrucción de época que contempla hasta los más mínimos detalles, Wash Westmoreland, que oficia como director pero también como guionista, describe la sorprendente metamorfosis de Colette, desde su juventud en escenarios rurales hasta su irrupción en la sociedad parisina de la esplendorosa Belle Époque.

En ese contexto, hay un particular énfasis en las agudas disidencias entre Colette y su marido, ya que ella aspiraba a ser reconocida como escritora y no se resignaba a seguir trabajando en el más absoluto de los secretos.

Este disenso está expresado mediante algunos diálogos agudos y punzantes, que revelan las mentalidades antagónicas de la época, entre el hombre –que se aferra a la impunidad que le otorga la arraigada cultura machista- y la mujer, que aspira a romper con ese statu quo que limita el ejercicio de su propia libertad individual.

En buena medida, la vida libertina de Colette, con abundantes amantes particularmente del sexo femenino y la reivindicación de su bisexualidad, constituye un cabal testimonio de un irreprimible sentimiento de liberación que desafía a los convencionalismos.

Desde ese punto de vista, esta película es una suerte de alegato feminista, que visualiza a la mujer no como una víctima sino como protagonista de su tiempo histórico.

Más allá de algunos clichés habituales en el cine de naturaleza biográfica, este film tiene si se quiere una superlativa densidad dramática, que conjuga la peripecia de una mujer sin dudas singular con los conflictos familiares y afectivos inherentes a una postura claramente disidente.

En ese contexto, la excelente y siempre convincente Keira Knightley ratifica su indudable talento y versatilidad para componer personajes de época y encarnar a heroínas de adaptaciones de piezas clásicas. En tal sentido, cabe recordar sus actuaciones en recordadas películas como “Orgullo y prejuicio” (2005), “Expiación, deseo y pecado” (2007),  “La duquesa” (2008) y “Anna Karenina” (2012).

Si bien este largometraje no incurre en excesos ni cede a los casi siempre irresistibles cantos de sirena del mercado, se revela igualmente como una producción potente y transgresora, en la medida que propone algunas escenas eróticas de fuerte impacto visual y estético.

Obviamente, esta producción posee la fina textura que caracteriza a la intransferible impronta del  cine británico, con excelencias varias en materia de reconstrucción de época, fotografía y música, entre otro rubros técnicos no menos destacados.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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