Brasil: Democracia en peligro

Alarma de incendio: el riesgo de muerte de la democracia y cierto mirar hacia la línea del horizonte.

 

La mayoría absoluta del electorado brasileño parece estar dominada, para sorpresa general de los demócratas de todos los cuadrantes, por pulsión suicida que, salvo cambio acelerado del clima político, nos arrastrará, cuestión de tiempo, a la muerte de la democracia.

Esa probabilidad puede cambiar ciertamente, pero sólo la tendremos el día 28. Por lo tanto, hasta allá resulta indispensable mantener la esperanza de un viraje, y por ende empeñarnos en construirlo, cada cual haciendo lo que puede, a su modo y de acuerdo con sus ideas.

“¡Diablo no hay! Es lo que yo digo, si fuera…
      Lo que existe es el hombre humano.
Travesía” (João Guimarães Rosa, «Grande Sertão: veredas»)

A pesar de ese esfuerzo nuestro, las indicaciones diarias quizá estén apuntando, en el registro realista, para algo inusitado: por primera vez en nuestra historia, y a partir de la voz de las urnas, un experimento condenado al fracaso, pero con enorme potencial destructivo, arriesga ser impuesto sin anestesia, a contramano de los intereses objetivos de la inmensa mayoría de la población.

Esa cirugía a cielo abierto, que tiene mucho de extirpación del nervio democrático, obedecerá a una concepción ultraderechista del mundo que, además, exigirá un nuevo tipo de encuadramiento autoritario de la vida política, distinto del propuesto por el integralismo en los años 30 y por los militares en 1964. En ese proceso, dada nuestra realidad socioeconómica marcada por la desigualdad y por los conflictos distributivos de clase, se mezclarán evidente saña voluntarista con violencias de todo tipo.

Tadeu Valadares

Si así no fuere, el asalto por la vía electoral a la democracia arriesgaría despedazarse en meses, no en años. La hoja de parra, a cubrir la desnudez del neofascismo, los votos de la inestable mayoría pasional que prefiere la ceguera voluntaria a cualquier alternativa racional. En el fondo, ese irracionalismo cultivado por Bolsonaro y sus secuaces es el mayor «capital político» del candidato ignorante.

Si la victoria del capitán, hasta ahora detectada por las encuestas electorales, pero de hecho aun insegura, se confirma, el día primero de enero estaremos a las vueltas con un gobierno extremista en lo político, emocionalmente fundado en los valores más arcaicos, de hecho arraigado en lo premoderno. Para completar el desastre, victoria bolsonarista fruto, en gran parte, de la más abarcadora manipulación del electorado desde la instauración de la Nueva República.

Steve Bannon no me deja mentir, toda la estrategia de la campaña bolsonarista está sustentada por ‘fake news’.  Su ‘modus operandi’ remite mucho más a operaciones bélicas de ‘lawfare’ y a planeamiento típico de estado mayor, abandono de las clásicas disputas electorales en torno a proyectos, ideas, visiones de sociedad.

Si los neofascistas tuvieran éxito, la resultante de esa dinámica a un solo tiempo compleja y despampanante será la conformación de un gobierno literalmente autónomo, movido en lo económico por la ‘hubris’ configurada en una propuesta neoliberal mucho más avasalladora de lo que el temerario y fracasado puente para el futuro inaugurado con el golpe de 2016. 

Lo que resultó mal con el golpe político parlamentario y con la política económica del gobierno Temer, en vez de ser corregido será energizado a la máxima potencia. Esa nueva fuga hacia adelante no tiene como ser exitosa porque entra en conflicto con os intereses básicos, inclusive los de mera sobrevivencia, de al menos 80 por ciento de los brasileños. Inapelablemente frustrará las justas expectativas de la mayoría del pueblo, en especial las esperanzas de los trabajadores urbanos y rurales. En el corto plazo de dos años, tal como lo ocurrido con el gobierno Temer, habrá destruido las ilusiones del resentido electorado hoy por hoy bolsonarista.

Por otro lado, en tanto se despliegue, esa tormenta que se ve como progreso y orden acumulará estrago tras estrago. En el límite, al agotarse, dejará como herencia colosales ruinas, entre ellas su obra prima sin duda será la destrucción de los instrumentos que confieren al estado capacidad de actuar como promotor de desarrollo económico acoplado a reformas sociales que beneficien al mayor número posible de personas y a los más desprotegidos en particular. Si llegamos a eso, estarán creadas las condiciones para que el caos sea nuestro compañero a lo largo de décadas.

La materialización de esta insania dispondrá, desde su inicio, de instrumentos imbatibles. El eventual futuro gobierno extremista de derecha dominará el congreso, contará con la discreta o explícita simpatía de los grandes medios de comunicación, de varias sectas e iglesias. El bolsonarismo será apoyado por la mayor parte del poder judicial y de la alta burocracia civil y militar. Simultáneamente, los fanáticos del neoliberalismo galopante forjarán, como ya se percibe, una «sagrada alianza» entre neofascistas y el gran empresariado. Círculo perfecto, pero de corto aliento.

Ese diseño nefasto que está siendo proclamado cada día a los cuatro vientos, algo imposible de ser imaginado tres años atrás. En el diario vivir, el gobierno bolsonarista desencadenará fuerzas de sesgo francamente totalitario, discursos, acciones y palabras de orden que atropellarán a todos los que integramos el arco demócrata. Su capacidad corrosiva reforzará – proceso tal vez sin vuelta – la polarización que hoy caracteriza nuestro modo de vida, la cada vez más limitada sociabilidad, el cada vez más reducido circuito de los afectos.

En lo político, la llegada del bolsonarismo al poder ejecutivo consagrará la división del conjunto de los ciudadanos entre los que optan por la civilización y los que se deslizan hacia la barbarie. Choques constantes entre esos dos polos, conflictos de creciente intensidad, son en lo esencial lo que nos aguarda en los ámbitos político, ideológico, socioeconómico y cultural.

Algo tan nuevo, caracterizado por la virulencia de sus manifestaciones diarias, precisa ser urgentemente descifrado. Incluso para darnos, a todos los del campo demócrata, mínimas condiciones de cotidiana sobrevivencia política y hasta física, no las que, restringidos todos los derechos civiles, políticos, económicos y sociales, emanarán, con la naturalidad con la cual las consecuencias suceden a las causas, del vientre del Leviatán totalitario en el cerne y en la apariencia. 

Por cuánto tiempo esa realidad asfixiante persistirá, nadie lo sabe. Como tampoco nadie sabe cuándo la crisis que será generada por el bolsonarismo, caso el capitán salga vencedor el día 28 venidero, llegará a su momento decisivo, a su punto de combustión. Creo que el ápice vendrá en un plazo no tan largo, a la vista del aciago destino que tuvo el gobierno Temer, inicialmente tan festejado por el “establishment” conservador.

Arriesgo una especulación que imagino educada: no me sorprendería si el desenlace de la tragedia y farsa que nos amenaza mortalmente a partir de primero de enero del 2019 emergiera de las profundidades del infierno antes que Bolsonaro completara la mitad de su mandato. 

Al manifestarse, la crisis terminal del bolsonarismo será oportunidad propicia para nuestro regreso a la democracia. De casi muerta, la vieja señora que apenas completó 30 años, si nos limitamos a la forma, en algo será revivida. Pero, en ese movimiento de retorno, probablemente resurgirá debilitada, convaleciente, sobre todo si se la compara a lo que fue en los días esperanzadores de 1988.

Además, no hay cómo desconocerlo: caso persista la pulsión de muerte que hoy permea importante fracción del electorado que optó por la barbarie, la futura crisis puede conducirnos al extremo más extremo del autoritarismo que en mucho caracteriza a nuestra historia.

El rápido fracaso del neofascismo en ascenso, fenómeno extremista que se presenta hoy tan fuerte cuanto inestable, podrá desdoblarse en otra fuga hacia adelante, al abrir de par en par las puertas para el peor de todos los regímenes, el fascismo militar. En él, las fuerzas armadas sustituyen, en su implacable accionar contra el ‘enemigo interno’ y todo lo demás que les haga frente, al partido de masa fascista “clásico”. En ese eventual movimiento de cuño aun más regresivo, la dictadura militar se constituirá, con todas sus certezas dogmáticas, como la verdad que está latente en la actual configuración de neofascismo tropical. El regreso a una variante igualmente extrema de bonapartismo proclamará que los militares ya no tienen por qué seguir utilizando la máscara bolsonarista, como lo vienen haciendo hasta hoy. Al caducar, la aventura de la nulidad que es el capitán puede lanzarnos a lo más profundo del abismo.

No nos engañemos: cualquiera que sea el resultado del segundo turno, tiempos aun más duros tendremos por delante. Con Haddad, tiempos duros pero animados por esperanza de civilización, democracia, progreso social. Con Bolsonaro, … A ellos vamos, sabiendo que, si el día 28 nos resulta desfavorable, la resistencia democrática podrá, como situación límite, extenderse por plazo generacional. Como la otra vez.

Como la otra vez, o saldrá victoriosa o el país será destruido. Y con ello un pueblo, una nación y una sociedad en construcción terminarán transformados en un caso más de «estado fallido». 

Persisten los dos rostros de la esperanza. En el corto plazo que va hasta el día 28, esperanza centrada en la posibilidad de viraje del juego electoral en favor de la civilización, lo que, según el arco demócrata, ya comienza a suceder. Pero si la fortuna se opusiera a la virtud, sabemos que, en el largo plazo, en el tiempo histórico, todo y cualquier avatar del fascismo se derrumba. Esa, la esperanza que se extenderá en el tiempo oscuro del eclipse democrático.

Dependiendo de la sustancia y de la forma de nuestra futura victoria, algo realmente nuevo, en materia de democracia, podrá ser construido. Al final de esa terrible navegación, que tal vez seamos obligados a hacer, otro renacimiento sobrevendrá. No hay diablo. Lo que existe es el hombre humano. Travesía.

 

Por Tadeu Valadares
Embajador brasileño, jubilado

Traducido por Héctor Valle para LA ONDA digital

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