Brasil prevalecerá

Editorial: Brasil prevalecerá

En nuestros países la Justicia es de alcance parcial. Un ejemplo emblemático de este estado de cosas lo constituye el juzgamiento a los responsables de las dictaduras que sembraron muerte y desolación en nuestra región, en las últimas décadas del siglo XX.

Mientras que, en Argentina y Uruguay, a su tiempo y modos, hubo juzgamientos a sus responsables (con sus limitaciones y hasta con retrocesos), en Brasil ese pasado permanece casi inmutable.

Históricamente, nuestras clases gobernantes (en esencia, dominantes) establecen las normas, con las peculiaridades de cada caso, en que el poder se distribuye entre sus pares y, en algunos casos, en qué medida y con qué profundidades (generalmente, epidérmicas) son alcanzados, por un derrame controlado, los restantes y diversos sectores de nuestras sociedades.

En cuanto a la economía, también son selectivos: para sí siempre está latente la aplicación de ayudas estatales a la medida de sus necesidades, toda vez que algún sector propio esté amenazado. En cambio, para el común de la sociedad debe regir un neoliberalismo tal que mantenga las groseras disparidades económicas y, de ser posible, las aumenten en su beneficio.

Luego, convengamos, los representantes de los estados del Cono Sur son funcionales al poder permanente. Así, tanto actores políticos, como jueces y militares resultan ser, selectivamente, operativos al ejercicio del poder permanente, cuando la coyuntura de un momento histórico resulta particularmente desfavorable al estatus quo imperante.

Este sistema de “readecuación” del poder por medio del cual las clases gobernantes restablecen en unos casos o cuidan no se pierdan parcelas de poder en otros, es lo que comúnmente se conoce por “corrupción política”, una vez que para tales fines hacen que sus “agentes” operen de manera discrecional y de modo ilegal. Estos llevarán a cabo sus fechorías con el manto protector de aquellos. Corruptor y corrompido en asociación para delinquir.

La clase dominante (empresarios del agro, la industria, las finanzas, y de los grandes medios de comunicación, nacionales y estaduales – eventualmente, también sus agremiaciones), en su rol de corruptor, opera fuera de miradas indiscretas. Por el otro lado, los funcionarios del Estado, seleccionados y contestes en servir de brazos operativos según los requerimientos de cada ocasión (militares, policías, jueces, parlamentarios y miembros del poder ejecutivo).

De esta manera, en Brasil, la corrupción política, económica, financiera, moral y ética opera cada vez más desembozadamente, desde esa articulación tan perversa como criminal entre la tecnocracia, el Estado y la sociedad civil.

Sin desmedro de la importancia de otros actores de estas asociaciones delictivas, subrayamos la gravísima actitud de los jueces y los militares que se prestan a servir a un amo indigno. Traicionan así, todos ellos, a su país y a sus instituciones, comenzando por la violación grosera de la Constitución de la República. A tal grado de aberración llega la corrupción al permear el nivel estructural de las sociedades contemporáneas.

A vía de ejemplo, citaremos a continuación lo expresado por dos destacados periodistas en sus columnas en el periódico Folha de Sao Paulo:

  1. “Tanques y togas intentan cercar la democracia brasileña. Hay un esfuerzo deliberado por tratar al elector de débil mental”. Reinaldo Azevedo, 14/09/2018.
  2. “Está en curso una verdadera caza a aquello que los tontos y los oportunistas llaman “la política tradicional. Las acciones de iniquidad administrativa, por ejemplo, se transformaron en meros instrumentos de persecución política, aplicable cuando el Ministerio Público se da cuenta que no existen evidencias para una acción penal”. Reinaldo Azevedo, 31/08/2018.

3.“Quienes se organiza en torno del señor Bolsonaro son los mismos sectores que, asociados, dieron el golpe en 1964: el empresariado nacional, el agronegocio, el ala conservadora de las iglesias y de la prensa, así como las Fuerzas Armadas. Por primera vez desde 1984, ellos creen poder regresar a gobernar el país, ahora sin intermediarios. Pues el cálculo es claro. En un país como Brasil, esa pauta de ajustes neoliberales sólo puede ser realmente implementada a bala, bajo los auspicios de un gobierno autoritario, que cabalga en la movilización continua de la brutalización social, del desprecio fascista por los sectores más vulnerables – históricamente víctimas de preconceptos (indios, negros, mujeres, LGBT, refugiados) y del anti-intelectualismo resentido que siempre animó parte de la clase media brasileña”. Vladimir Safatle, 14/09/2018.

Pero ha habido en la historia reciente de la hermana nación una apertura en dignidad y oportunidades concretas que se expresaron en mejoras tanto culturales como socioeconómicas.

El señor Inácio Lula da Silva, cuando asumió la Presidencia por primera vez, recibió el mando de manos del señor Fernando Henrique Cardoso quien, en su segundo mandato, implementó escandalosas privatizaciones que jamás fueron motivo de interés para la Justicia.

El presidente Lula, reiteramos, logró avances significativos para el Brasil, al tiempo que generó una agenda envidiable en materia de política exterior.

Hoy está preso por una causa en la cual un juez moro no presentó pruebas claras ni, menos aún, comprobables.

El poder hizo su entrada. El pueblo brasileño hará la suya.

Hoy Lula también se llama Haddad. ¡Brasil prevalecerá!

 

Por Héctor Valle
Investigador social y periodista

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