La sociedad humana contemporánea necesita una mirada integradora, superadora de la existente entre países en la Organización de las Naciones Unidas, entre trabajadores por el internacionalismo de clase, y entre otras instituciones sociales y económicas globales .
Los individuos de las nuevas generaciones están destinados a ser, ya son, ciudadanos del mundo. Pero no deben necesariamente perder su identidad, renegar de su origen. Con las actuales tecnologías de comunicación, la adscripción a su lugar se vive con intercambio oral y en imágenes en tiempo real, aunque esté a gran distancia física. Por lo demás, la disminución de ese espacio también es vivida por la velocidad de los novísimos transportes.
No obstante, esta inédita posibilidad de comunicación humana se restringe por la permanencia de las fronteras políticas. Su defensa, cercana al absurdo por parte de los Estados, llega a la crueldad y la represión institucionalizada ignorando el esencial derecho a transitar y afincarse en todo el mundo. Por supuesto son aceptables las fiscalizaciones relacionadas al terrorismo, aunque dudosamente disminuya por los controles en las fronteras, las que asimismo son perforadas por el tránsito de capitales ilegales y la droga, todos dañosos para la mayoría de las colectividades en el planeta.
El ejercicio de la ciudadanía global
Esta incipiente, potencial ciudadanía mundial tiene mucho que ver con el funcionamiento de las formas representativas de gobierno de los Estados-Nación. Si se agrega la primacía de las grandes corporaciones, de la banca internacional, e incluso de los carteles de la droga a nivel mundial, los mismos han derivado a Estados más Administrativos que soberanos. Y en este contexto, una de las formas de mantener la soberanía es extenderla a través de sus connacionales diseminados en su condición de ciudadanos del mundo. Este componente, no tenido en cuenta en la discusión sobre el voto desde el exterior es el parámetro de mayor crecimiento en la actualidad. A tal grado que puede asimilarse al índice de la emigración poblacional con independencia de las causas y las motivaciones.
La aceptación de la convivencia futura
En la historia el comercio relacionó a los pueblos. ¿Cómo no puede hacerlo hoy que está más extendido que nunca?
Las presentes y próximas rebeliones no serán únicamente entre coterráneos como sucede en Israel y Palestina sino entre autóctonos e inmigrantes. Ya conocimos un ejemplo en París. Las fronteras deben poder ser atravesadas por millones con derecho a una vida mejor. Administrar ese derecho es una obligación irreversible para los gobiernos intra y supra nacionales en el mundo globalizado. Tan irreversible como las migraciones en masa.
La convivencia pacífica no debe ser una situación de rígido status sino más bien una simbiosis de vida con un origen común; el de ser humano. Debemos poder aceptar que todas las opciones vitales; físicas, filosóficas, religiosas valen en tanto respeten los límites que permitan a los demás ejercer las suyas. Reguladas por las leyes universales de los derechos humanos. Amparadas por la justicia generalizada.
Por Luis Fabre
La ONDA digital Nº 873 (Síganos en Twitter y facebook)
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