“El Ángel”: La violencia compulsiva

La violencia criminal, la compulsión homicida y el desencanto son los tres ejes temáticos de “El Ángel”, el gran film testimonial argentino del joven realizador Luis Ortega, que recrea la trágica peripecia del más célebre asesino múltiple de la historia de su país, con el trasfondo de la dictadura.

Este docudrama, que es fruto de una larga investigación pero que también abreva naturalmente de la ficción, marca, sin dudas, el estadio de mayor madurez creativa del hijo menor de Palito Ortega, quien sorprendió gratamente con un auspicioso comienza en el cine experimental, con títulos tan singulares como “Caja negra” (2002), “Monobloc” (2005) y “Dromómanos” (2012) y la exitosa serie televisiva “Historia de un clan” (2015).

En esta oportunidad, el inquieto director se sumerge en el sórdido, oscuro y ambiguo universo de Carlos Robledo Puch, quien, a comienzos de la década del setenta, perpetró once asesinatos y más de cuarenta robos.

Luego de 46 años de estar privado de libertad, este criminal- que fue aprehendido con apenas 19 años y hoy tiene 66 años de edad- se ha transformado en el preso más antiguo de la historia penal de la República Argentina.
No en vano ha permanecido confinado durante dos cruentas dictaduras y nada menos que más de una docena de gobiernos democráticos, completos o truncos.

Es un preso condenado a cadena perpetua por la gravedad de los crímenes imputados, a quien se le ha negado reiteradamente la libertad anticipada en sucesivas instancias judiciales y luego de numerosas evaluaciones psicológicas.

Con esa materia prima de alto impacto Luis Ortega elabora una magistral mixtura entre el drama y el thriller, que indaga en la Argentina de los años 1971 y 1972, en pleno gobierno autoritario.

No en vano el relato comienza precisamente en 1971, en un barrio residencial bonaerense, cuando Carlos Robledo Puch –alias Carlitos- (Lorenzo Ferro, debutante absoluto en una removedora actuación) ingresa furtivamente en una inmensa mansión con moradores ausentes.

Es tal su desfachatez y nivel de impunidad que, mientras perpetra el robo, se bebe un wisky, enciende el aparato de audio a muy alto volumen y comienza despreocupadamente a bailar al ritmo de la célebre canción “El extraño de pelo largo”, de la emblemática banda de la época “La Joven Guardia”.

La secuencia se cierra con una imagen singularmente testimonial, cuando el joven penetra al garaje familiar atestado de autos y parte raudamente a bordo de una moderna moto.

Aunque “El Ángel” no es naturalmente una película política, es claro que Ortega trasunta la ostentación y el exceso de los ricos en un país de fuertes asimetrías sociales, gobernado por una dictadura militar que sustentaba dicho statu quo de inequidad.

Empero, el propio curso del relato corrobora que este joven con rostro de inocente ángel, mirada torva, huidiza y penetrante y rubia cabellera ensortijada, no es un marginado social ni nada que se le parezca.

A diferencia de lo que podría pensarse, proviene de un hogar integrado por dos padres –Aurora (Cecilia Roth) y Héctor (Luis Gnecco)- que lo aman y se preocupan por él, y hasta ha estudiado música y desarrollado su sensibilidad.
La irreprimible compulsión criminal y particularmente asesina con extrema crueldad, se sostiene simbólicamente en una tesis errónea sobre el intrínseco sentido de la libertad, que le permitiría apropiarse de algo que no le pertenece y hasta matar para conseguirlo.

No obstante, el protagonista real de esta narración no roba para subsistir, porque no lo necesita, ni para acumular, sino que lo hace casi por diversión como una exteriorización de desencanto.

Incluso, no es desmelenado lucubrar que su irracional conducta tal vez haya respondido a la necesidad de desafiar o aun de vengarse de una sociedad que lo rechaza por homosexual.

Luis Ortega, director y guionista y su hermano Sebastián, que oficia de productor, tejen pacientemente la compleja trama cinematográfica en torno a este joven delincuente, su cómplice Ramón (Chino Darín) y los padres de éste: José (Daniel Banego) y Ana (Mercedes Morán).

Todos integran un sórdido clan que se dedica a robar y a matar impunemente, ante la actitud pasiva de una policía que parece ausente o más bien está ocupada en la “guerra sucia”, la represión y la tortura de los opositores al régimen liberticida que asuela al país. En tal sentido, es elocuente la secuencia del asalto nocturno a una joyería y el hurto a una armería.

Pese a su juventud, el talentoso cineasta sabe administrar adecuadamente los decibeles de la tensión y la violencia, alternando la acción del alto impacto con el cotidiano drama de una familia –la de Carlitos- que padece, con resignación no exenta de temor, las aventuras delictivas del temerario gángster.

La película tampoco está exenta de un fino humor negro y de la minuciosa exploración psicológica de personajes atribulados y hasta si se quiere perturbados, que viven siempre al límite.

Más allá de su explícita mirada reflexiva, “El Ángel” es adrenalina en estado químicamente puro, en un producto de superlativa factura cinematográfica e indudables virtudes en materia de libreto, montaje, sonido y fotografía. No le va en zaga la banda sonora, integrado por un repertorio roquero de la época de real excepción, que recrea inolvidables partituras de Billy Bond, el eximio guitarrista Papo Napolitano, Manal, Leonardo Favio, la Joven Guardia y “La casa del sol naciente”, de la legendaria banda británica “The Animals”, en una personal versión en castellano cantada por el propio Palito Ortega.

Si bien Luis Ortega no es indulgente con el protagonista, tampoco emite contundentes juicios de valor en torno a su carrera delictiva. De todos modos, si es implacable con algunas actitudes ambiguas y hasta con la corrupción y la brutalidad policial de la época, con el trasfondo de la dictadura como una contingencia subyacente.

 

 

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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