El amor por los libros y la lectura como rebelión contra la ignorancia y la indiferencia es el potente eje temático de “La librería”, el sensible drama de la talentosa realizadora y guionista catalana Isabel Coixet, que obtuvo nada menos que tres premios Goya 2018, entre ellos a la Mejor Película.
Este film de la autora de la aclamada “Mi vida sin mi” (2003) y de la monumental “La vida secreta de las palabras” (2005) entre otros recordados títulos, reflexiona sobre la soledad, la pérdida, la enconada lucha contra la adversidad y la utopía.
En ese contexto, su protagonista es una mujer corajuda, que brega incesantemente por construir su propio proyecto personal en contraposición al egoísmo, la mezquindad y el autoritarismo.
Este poético film, que está ambientado a fines de la década del cincuenta en Hardborough -un pequeño pueblo costero de Gran Bretaña- narra la peripecia de Florence Greene (Emily Mortimer), una solitaria viuda que intenta reconstruir su vida, luego de la traumática muerte de su esposo en la Segunda Guerra Mundial.
Si bien el relato no ahonda demasiado en el pasado de esta mujer sensible pero audaz, su extrema soledad trasunta en todo momento la pesada lápida de la pérdida.
Empero, tal vez sea esta dramática circunstancia la que la impulsa a concretar el sueño de la librería propia como una suerte de experiencia de emancipación, en un poblado indiferente que parece actuar por mera inercia.
Navegando naturalmente contra la corriente, la joven mujer se instala en una antigua y abandonada casona del pueblo, que naturalmente acondiciona para adecuarla a su nuevo uso.
Obviamente, cuando alguien le pregunta si no le afecta vivir sola en esa inmensa construcción, ella afirma que sus compañeros son los libros, los autores y las historias que estos narran.
Por supuesto, nadie entiende a esta joven que emprende tan quijotesca aventura, instalando una librería en un lugar donde los pobladores –muchos de ellos pescadores- no leen ni aspiran a leer, porque nadie ha promovido entre ellos la cultura de la lectura.
Empero, ese aparentemente incomprensible testimonio de rebeldía genera la exacerbada reacción de Violet Gamart (Patricia Clarkson), una acaudalada mujer casada con un militar retirado que todo lo controla y que aspiraba a instalar un centro de arte en el edificio que ahora ocupa la librería.
En realidad, lo que realmente molesta a esta burguesa ociosa y contaminada por la envidia y la mezquindad, es el acto de osadía de Florence que claramente desafía su poder.
La primera expresión de desprecio hacia la recién llegada se registra en una fastuosa fiesta organizada por la millonaria, donde uno de los invitados critica el color del vestido de la librera, alegando que es similar a la vestimenta de las empleadas domésticas en su día de descanso.
Por supuesto, en esta observación – que es maliciosa- subyace un visceral odio de clase, contra la mujer que se atrevió a sacudir las estructuras de poder de una oligarquía con delirios de grandeza que gobierna el pueblo como si se tratara de un feudo propio.
Es tal la hostilidad de Violet Gamart y su séquito contra Florence, que el mero hecho de que algunos pobladores se concentren frente a la librería a observar la mercadería ofrecida es tomado como una suerte de acto subversivo.
Los únicos aliados de la valiente propietaria de la librería son una humilde niña que la ayuda y trabaja con ella, aunque los libros no le interesen, y Edmund Brundish (Bill Nighy), un solitario y maduro hombre que vive recluido en una casa suntuosa pero tan decadente como su dueño, que profesa una suerte de pasión por la lectura y que también es hostilizado por los ignorantes pobladores. Por supuesto, este auténtico ermitaño se transforma en el más importante cliente de la librería.
Aunque el film está inspirado en “The Bookshop” (2010), la novela de la escritora Penelope Fitzgerald, y por ende es un relato de ficción, la historia desliza una velada crítica a la Gran Bretaña de la post-guerra y sus asimetrías de clase.
Todo parece indicar que en ese contexto histórico, la cultura era monopolizada por las clases altas y estaba radicalmente vedada a quienes no ostentaban el statu quo de privilegio de la burguesía.
La película –que por momentos adquiere la estatura de un alegato a favor de la cultura y contra el autoritarismo hegemonico–extrapola la narración con por lo menos dos clásicos de la literatura universal: “Fahrenheit 451” (1953), la monumental novela de anticipación del autor estadounidense Ray Douglas Bradbury, y la trasgresora “Lolita” (1955), del escritor ruso nacionalizado norteamericano Vladimir Nabokov.
No en vano, en el primer caso, el título del libro refiere a la temperatura en la escala de Fahrenheit que permite quemar el papel de los libros y, en el segundo caso, a un hombre maduro que se obsesiona sexualmente con una adolescente.
Se trata de dos obras maestras de impronta radicalmente controversial, al igual que el osado acto de revolucionar a una comunidad de gente común resignada a la inexorable ignorancia con la instalación de un gran centro de difusión de la cultura que, en este caso, desafía el poder de la elite económica y social.
“La librería”, que convoca a una profunda reflexión en torno al rol sin dudas emancipador de la lectura, posee indudables valores artísticos, en lo que tiene relación con la ambientación, la fotografía, la música y la interpretación.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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