¿Acaso los “autoconvocados” son el enemigo? Jamás.

Editorial

Un autoconvocado es, siguiendo la experiencia argentina del 2009 y su correlato uruguayo actual, un individuo de clase media que esencialmente vela por sus intereses y los de sus iguales, proyectándolos como la necesidad de “todos”, sin medir consecuencias sociales ni siquiera institucionales.

Saca a relucir la vetusta y totalitaria concepción de patria, por sobre la de Nación que es, como recordara Ernest Renan, la asamblea de las personas que en base a un mínimo de respeto y consideración para con el otro, se escuchan, aunque surjan disensos, porque comprenden que sin diversidad de ideas no es posible arribar a consensos importantes para el conjunto de la sociedad.

Por el contrario, el querer imponer los deseos y anhelos individuales y de clase, sin otra razón que la del músculo y la terquedad hace de quien así opera no solo un ser menor e inacabado, socialmente, espiritualmente, sino y a la postre su peor enemigo.

Un autoconvocado escucha a los suyos, pero tan solo oye, y con soberbia, a los otros, sin integrarlos a sus deseos pues están fuera de su radio de interés.

Luego de dos años largos de un gobierno sesgado y para peor en un continuo plano inclinado, Mauricio Macri parece merecer el calificativo de “autoconvocado”.

De tal forma que Macri, junto con Rodríguez y Vidal, conforma la versión más retrógrada del espectro político de la derecha argentina.

En esta misma línea, pero desde otro plano, es que asoman, a ambas márgenes del Plata, sectores católicos que un día sí y el siguiente también se alejan progresivamente del cristianismo. Especialmente del primer cristianismo, el comunitario.

Pensamos, a título expreso, en la laicidad que hunde sus raíces en aquel, para luego quitarse el corsé dogmático con el que Roma luego angostó aquella creencia al privilegiar el poder por sobre la comprensión desde el respeto por la diversidad de orígenes y opiniones.

Liberada de tales diques dogmáticos, la laicidad floreció como emblema de convivencia, desde el disenso, en donde progresa la libertad responsable.

Salvo para los autoconvocados y su deidad diferenciada.

En este sentido, como también en lo socioeconómico, Macri, Rodríguez y Vidal no están solos, pues cuentan, a modo de ejemplo y de este lado del río, con 3 destacados “autoconvocados”, a saber: Lacalle, Sturla y Manini.

Ahora bien: ¿Acaso los “autoconvocados” son el enemigo? Jamás.

Primero, porque en democracia no hay enemigos sino adversarios.

Segundo, porque si nos endilgáramos la razón absoluta seríamos iguales, pero de signo contrario.

Tercero, porque en democracia las cuestiones de la sociedad se dirimen a mediodía, a cara descubierta y en la arena pública, en el marco de la democracia participativa con especial respeto, y apego, a la institucionalidad.

En suma, ambas naciones deben hallar las vías democráticas para que el disenso se dirima  no por medio de la violencia totalitaria sino por el respeto a lo diverso.

Como dijera recientemente el pensador argentino Sergio Sinay, recordando al filósofo John Dewey: “La democracia empieza por la conversación”.

Para añadir, casi de inmediato, lo siguiente: “Conversamos porque somos diferentes; de lo contrario, no tendríamos de qué hablar. Un intento de uniformizar el pensamiento y las cosmovisiones, un acto de intolerancia hacia las diferencias atenta contra la democracia.”

Por ello, debemos prevenirnos, como lo indica la presentación del libro del brasileño Rubens R. Casara: “En Estado post democrático, Casara presenta la hipótesis de que la lógica neoliberal minó las estructuras del Estado democrático de Derecho. En favor del lucro, del mercado y de la circulación del capital financiero desaparecieron los límites al ejercicio del poder y a la omnipotencia de las élites.”

Se trata de laudar nuestras diferencias por medio de la razón sensible, con el diálogo y la participación social como medios idóneos y no por medio de la violencia que siempre conlleva el totalitarismo.

Ahora bien, nunca debiera entenderse como debilidad lo que es humanismo.

A los autoconvocados se les combate con los instrumentos de la democracia puesto que siendo diferentes también les debemos respeto y consideración. Pero nunca aquiescencia y subordinación.

Que conste.

 

Por Héctor Valle
Investigador social y periodista

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