El rechazo, la más cruda segregación y la intolerancia son los tres incisivos ejes temáticos de “Una mujer fantástica”, el gran film chileno del cineasta Sebastián Lelio que cosechó el Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa en la 90ª edición de dicha celebración hollywoodense.
Esta controvertida película confirma el indudable talento artístico de su creador, cuya filmografía ha logrado sobresalir por su calidad artística y por su acento trasgresor.
No en vano, Lelio ya ostenta una importante producción cinematográfica, integrada por recordados títulos como “La sagrada familia” (2006), “Navidad” (2009), “El año del tigre” (2011), “Gloria” (2013) y “Disobedience” (2017), que es su primera película en lengua inglesa.
Empero, tal vez su film más exitoso sea “Gloria”, que narra la historia de una mujer de sesenta años de edad que se resiste a envejecer y aspira a disfrutar plenamente de la vida.
No en vano el propio Lelio será el guionista de una nueva versión de “Gloria” producida por la industria norteamericana. En este caso, el rol protagónico de la película que originalmente interpretaba Paulina García estará a cargo de la laureada Julianne Moore.
“Una mujer fantástica” marca un auténtico hito en la historia de Hollywood, en tanto esta es la primera vez que se otorga una estatuilla dorada a una película que aborda la siempre polémica temática del transgénero.
Más allá de meras intenciones, el galardón adjudicado constituye un loable antecedente para el cine de industria, que comienza a exhibir rasgos bastante más tolerantes que en el pasado y a asumir una realidad otrora ignorado pero no menos incontrastable.
Esa actitud es coherente con una mayor apertura de las sociedades –incluyendo a Uruguay- a admitir con naturalidad las opciones sexuales diferentes y a trabajar por la equidad en materia de políticas de género.
Por el contrario, “Una mujer fantástica” denuncia-sin ambages- la intolerancia de una sociedad conservadora a ultranza con quienes desean vivir en función de una identidad de género que es diferente a la meramente biológica.
Ese es el caso de Mariana Vidal (Daniela Vega, una actriz transgénero), quien debe afrontar amargas situaciones derivadas de su condición, que, para ella, son una suerte de condena.
En efecto, esta mujer transgénero, que se desempeña como camarera pero también es cantante y cultiva la lírica, está relacionada afectivamente con Orlando (Francisco Reyes), un empresario veinte años mayor que ella.
Como se trata de un amor obviamente sincero aunque a contramano de los ortodoxos dictados de la sociedad, ese sentimiento es plenitud pero, a la vez, es también tormento. El comienzo, con una imagen de las Cataratas del Iguazú que trasuntan la belleza en estado salvaje, de algún modo anticipa una historia singularmente turbulenta.
En efecto, la repentina muerte de Orlando se transforma en una suerte de pesadilla para Marina, no sólo por el dolor de la pérdida sino también por las terribles contingencias que este infausto suceso acarrea.
En ese contexto, Lelio, director y a la sazón también guionista, construye una escenografía de conflicto a partir de un deceso que desnuda verdades recurrentemente ocultas.
Empero, no es el secreto romance en sí mismo el que detona esas controversias, sino la condición de transgénero de la protagonista, que es repudiada unánimemente por la familia del muerto, la Policía y hasta los profesionales de la salud.
Es tal el desprecio que se profesa por la infortunada Marina, que es expulsada de la casa que habita, despojada del automóvil e impedida de concurrir a los oficios fúnebres de su pareja.
Esas reacciones cuasi patológicas de rechazo que devienen en odio y hasta en violencia física, constituyen los testimonios de intolerancia de una sociedad que rechaza tajantemente al diferente.
Aunque no le explicite en términos políticos, el relato corrobora el autoritarismo subyacente, resabio de la dictadura pinochetista que pervive en el imaginario colectivo chileno.
Ese prejuicio –que constituye un testimonio de hipocresía- considera algunas relaciones de pareja como una auténtica perversión por no ajustarse a los cánones sociales, mientras tolera otras conductas realmente aberrantes.
La película denuncia, sin eufemismos, la auténtica pesadilla que padece la protagonista, por el asedio permanente de los familiares del fallecido pero también de otros actores de la sociedad.
Si bien se trata de un film de extrema sobriedad, el relato igualmente desnuda la crueldad de quienes esgrimen un moralismo absolutamente demodé y que no condice con los sustantivos avances experimentados por las sociedades en este tercer milenio.
Empero, realmente conmueve la soledad de ese ser vulnerable pero valiente, que debe padecer irracionales demostraciones de repudio y de un odio sin eventuales concesiones.
En este caso, Sebastián Lelio corrobora toda su sapiencia y sensibilidad para construir un cuadro dramático que realmente impacta por su realismo y frontalidad.
Realmente sorprende la actuación de Daniela Vega en el papel protagónico, por su intensidad dramática y por la conmovedora emotividad que aporta a una mujer que se refugia en el canto lírico para resistir lo irresistible.
“Una mujer fantástica” es una historia de amor, pero también es un alegato contra la discriminación y contra las conductas viscerales de una sociedad exacerbadamente conservadora.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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