CINE | “Paterson”: Una vital rebelión poética

La poesía como representación y condensación de la peripecia vital es la propuesta temática que desarrolla “Paterson”, el nuevo opus del director, guionista, productor y compositor norteamericano  Jim Jarmusch, uno de los más importantes exponentes del cine independiente.

De su ya extensa filmografía destacan, particularmente, títulos referentes como “Extraños en el paraíso” (1984),  “Bajo el peso de la ley” (1986), “Noche en la tierra” (1991), “El camino del samurai” (1999), “Flores” (2005), “Los límites del control” (2009) y “Sólo los amantes sobreviven” (2013).

El cine de Jim Jarmusch – que naturalmente colisiona con los intereses económicos de la industria- está marcado por relatos minimalistas y por el trabajo con los actores.

Su lectura de la realidad está identificada con el devenir de personas que viven en la periferia de la sociedad y con los personajes de carne y hueso como protagonistas, más allá de meros estereotipos.

La obra de este reconocido cineasta privilegia particularmente las pausas, con abundancia de planos secuencia de larga duración y planos estáticos con escaso movimiento.

Mediante una estética que lo hace intransferible, este realizador ha logrado consolidar un sólido prestigio a través de tres largas décadas de producción, en las cuales ha desafiado al mercado.

“Paterson” no es ciertamente la excepción, en la medida que sus personajes son seres normales, aunque destilan permanentemente sensibilidad a flor de piel.

El protagonista de este elogiado largometraje es precisamente Paterson (Adam Driver), quien no en vano lleva en nombre de la ciudad de Nueva Jersey que habita.

Esa circunstancia lo identifica simbólicamente con el espacio geográfico y el lugar de pertenencia, pero primordialmente con la cultura y el estilo de vida de una comunidad de idiosincrasia sin dudas peculiar.

Empero, al igual que otros personajes de Jarmusch, este joven es un ser común y corriente y con una vida bastante rutinaria, aunque con una superlativa riqueza interior.

Trabaja como conductor de un autobús, lo cual le impone una obligación laboral que le demanda levantarse y desayunar muy temprano. En ese contexto, saluda cariñosamente a su mujer Laura (Golshifteh Farahani) –que sueña con ser cantante- y comienza su jornada.

Obviamente, ese proceso se reitera día a día sin solución de continuidad, como si su vida privada no existiera fuera del trabajo y sus movimientos respondieran a meros impulsos mecánicos aprendidos y no racionales.

El relato reproduce situaciones idénticas durante una semana, como si el tiempo no hubiera transcurrido y se hubiera detenido. Esa suerte de inercia –que puede parecer irritante – no lo es para el protagonista que la asume con absoluta naturalidad.

Empero, el sorprendente secreto es que Paterson es un potencial poeta, que en sus momentos libres se dedica a escribir en una libreta, la cual, a la sazón, es su tesoro oculto.

No obstante, por la noche visita el bar de un amigo, donde se rinde pleitesía a figuras referentes del arte y la cultura, como Lou Costello, Allen Ginsberg e Iggy Pop, todos oriundos de la ciudad.

Ese sentido homenaje es una suerte de ritual, que conecta a algunos habitantes del lugar con otros tiempos, otras experiencias históricas y otras miradas sobre el mundo y la realidad.

Paterson vive y respira a través de su poesía, que es también la representación de su peripecia cotidiana a bordo de un autobús. Por supuesto, muchos de los pasajeros que traslada a bordo del vehículo se transforman involuntariamente en númenes inspiradores de su obra.

En buena medida, en su poesía el protagonista captura peripecias varias tanto propias como ajenas, que le incitar a reinterpretar su vida y a conjugarla en cuatro dimensiones: alto, ancho, profundo y tiempo, que es la más trascendente.

Mientras su compañera sueña con ser cantante, el joven –que no soslaya pasear a su perro como un buen vecino- sigue creando poesía, como si la escritura fuera una suerte de catarsis que le permite ser libre y exento de prejuicios.

Uno de los mensajes alegóricos de la película es que el protagonista se niega a usar iPad y teléfonos inteligentes, contrastando radicalmente con un presente anegado por la tecnología y el lenguaje digital huérfano de sensibilidad.

Consciente o inconscientemente, esa actitud es una suerte de desafío al mercado, que gobierna entre bambalinas a las sociedades contemporáneas sin que nadie razonablemente lo advierta.

En esta, como en otras referencias, está presente la impronta artística del Jim Jarmusch, una suerte de anarquista que desafía a los convencionalismos del cine rigurosamente cosmético y a los cánones de una industria cinematográfica que es una mera fábrica de facturar y no, como sería menester, de emocionar.

Si hay un sentimiento que trasunta esta película es emoción y, por supuesto, la utopía de vivir a pleno sin dejarse seducir por los cantos de sirena del mercado y sin tolerar cortapisas al ejercicio de la libertad individual.

Esta es la reflexión que plantea “Paterson”, un film minimalista como casi toda la producción de su autor, que apela a la poesía como simbólica de rebelión y como blindaje contra un inquietante presente signado por la incertidumbre.

Esta es una historia habitada por seres comunes, que aman, sufren y sueñan como cualquiera de nosotros, desmarcándose claramente de los estereotipos de la producción comercial.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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