Los acontecimientos se desarrollaron de forma vertiginosa. El jueves de la semana pasada todas las expectativas estaban concentradas en negociaciones de última hora. El president de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont, realizaba consultas para decidir si llamaba a elecciones o proclamaba la independencia. Las negociaciones no lo dejaron satisfecho. Como dijo el viernes, en una declaración institucional, el presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, no le había dado garantías satisfactorias de que no aplicaría el artículo constitucional de intervención en Cataluña si convocaba a elecciones y, por lo tanto, dejaba la decisión en manos del Parlament catalán. Se votó: 70 votos a favor de la independencia, diez en contra y dos abstenciones. Los demás –el Parlament está integrado por 135 diputados–, representantes del Partido Popular, del Partido Socialista y de Ciudadanos, se habían retirado.
Carme Forcadell, presidente del Parlament, lee la propuesta: «En virtud de lo que se acaba de exponer, constituimos la república catalana, como Estado independiente y soberano, de derecho, democrático y social».
Se acababa de proclamar la independencia de Cataluña, una decisión declarada ilegal por el gobierno y los tribunales.
El sábado se reunía en Senado, en Madrid. Apruebaba la intervención del gobierno de Cataluña: 214 votos a favor, 47 en contra. Se aplica por primera vez el artículo 155 de la constitución de 1978.
Puigdemont y su segundo, Oriel Junqueras, son destituidos. Se suceden los decretos ampliando la aplicación de la medida. Se disuelve el Parlament; se destituye el jefe de la policía catalana, asume su segundo; se intervienen el sistema de emisoras públicas.
Puigdemont habla, invoca a su antecesor, Lluís Companys, asesinado por Franco después de haber proclamado la independencia de Cataluña, en 1934, de haber sido derrotado militarmente y huido a Francia, donde lo capturaron los nazis y lo devolvieron a España. Franco lo manda a matar en el Castillo de Montjuic. Esta historia es antigua.
El paradero del mismo Puigdemont se hacía un misterio el lunes, con las emisoras españolas asegurando que estaba en Bélgica, donde podría pedir asilo. Todo por confirmar.
El primer día laboral luego de la destitución del gobierno transcurría en una calma expectante, luego de que, el domingo una concentración antindependentista tomaba las calles de Barcelona.
Elecciones
Rajoy convocó a los catalanes a las urnas el 21 de diciembre próximo. La apuesta es arriesgada. Han ocurrido eventos de mucho peso: la declaratoria de independencia y la aplicación y la intervención del gobierno catalán. Antes, convocados a un referendo luego declarado ilegal, el gobierno mandó a la policía cerrar las urnas. La imágenes de la represión corrieron el mundo, pero se quedaron en las retinas de los catalanes. ¿Volverán a ganar los independentistas? Imposible saber como todo esto habrá afectado a los electores. “No hay garantías de que la nueva elección catalana disipará la confrontación”, decía el New York Times al analizar la situación. “La elección de un nuevo parlamento presenta riesgos para el gobierno de Rajoy, particularmente si otra coalición independentista controla el parlamento catalán”. El lunes, los partidos independentistas empezaban a analizar el nuevo panorama y a discutir su eventual participación en estas elecciones.
El escenario es tenso, aunque el gobierno trata de presentarlo como de total normalidad, al empezar la semana.
El escenario político
En Cataluña, los independentistas están mezclados, desde la derecha catalana más tradicional hasta una izquierda antisistema.
En Junts pel Sí se han unido Convergencia Democrática de Cataluña (CDC), Esquerra Republicana (ERC), Demócratas de Cataluña y Moviment d’Esquerres. En las elecciones del 2015 lograron 62 escaños, de los 135 que conforman el Parlament, con el objetivo de lograr la independencia de Cataluña.
A esta coalición se suma la Candidatura de Unidad Popular (CUP), con una posición todavía más radical a favor de la independencia, que tenía diez escaños en el Parlament.
En contra de la independencia y a favor de la intervención en Cataluña estaba el bloque formado por el PP, Ciudadanos y el PSOE que hacen énfasis en lo ilegal de las medidas adoptadas por el Parlament.
Podemos e Izquierda Unida (IU) no apoyaban tampoco la declaración de independencia, pero tampoco ven como solución la aplicación del artículo 155 y la intervención del gobierno de Cataluña. En todo caso, en una situación tan polarizada, parecía quedar poco espacio para matizar las cosas.
Irene Montero, portavoz de Podemos en el Congreso, calificó de un «desastre» lo ocurrido en Cataluña tras incidir. Para Podemos, la declaración de independencia «no tiene legitimidad democrática».
El coordinador de IU, Alberto Garzón, ha criticado con la misma contundencia tanto al gobierno de Rajoy como el de Puigdemont, estimando también que la declaración de independencia «carece de legitimidad» y «agrava el enorme problema social y político ya existente».
Atrapados en el cliché español
Andrea Aguilar se lamenta, en artículo publica en El País el domingo 29 con el título “Atrapados en el cliché español”, del tratamiento que la prensa extranjera ha dado al problema de Cataluña. De que se subraye la herencia franquista, sin enfatizar la cara de una España inserta en la Unión Europea y cuya sombra se proyecta mucho más allá que la de este triste pasado.
Que la crisis económica española, que desde el 2010 ocupó las páginas de los periódicos, opacó otras noticias; y quedó plasmada en una dramática foto en blanco y negro, en la que el New York Times mostraba a un hombre rebuscando en un contendor de basura.
Que las informaciones internacionales obvian lo ocurrido en las sesiones del Parlament el 6 y 7 de septiembre, cuyas resoluciones sobre la ley del referendo fueron, a todas luces, ilegales. Contrarias, incluso, al reglamento del propio Parlament catalán, que exigía dos tercios de votos para ser aprobada. Lo fue con solo 70, de los 135 miembros de la cámara.
¿Es legal o ilegal? ¿Por qué no lo deletrea la prensa extranjera?, se pregunta Aguilar. “Es difícil contraponer el relato gris de las leyes a las imágenes del pasado fin de semana con medio millón manifestándose por la libertad y Puigdemont hablando de golpe de Estado”, se lamentó.
En su opinión, tampoco se ha dado el destaque que se merece el hecho de que la coalición independentista está integrada por partidos de muy diferentes orígenes políticos: la CUP, PdeCat y Esquerra. “Lo que está ocurriendo en Cataluña no encaja en el nítido esquema de derecha versus izquierda”, afirma.
“Han quedado mayormente fuera de los artículos publicados matices importantes como la relación entre la crisis económica y el desafío constitucional que supone la promesa de independencia; o la fragilidad de los gobiernos, tanto en España como en Cataluña”, dejando por fuera “los terribles errores de cálculo que conlleva la apuesta”.
Finalmente, se refiere al tema de la “brutalidad policial”. “Las imágenes de la policía cargando contra los votantes suponen un golpe duro para la causa antiseparatista”.
Tiene razón Aguilar en todos sus reclamos. Pero su artículo peca al no preguntarse cómo es posible que eso ocurra, al n tratar de averiguar cuáles son las razones para que periodistas experimentados vean con esos ojos la España que ella no ve. La que parece entonces “atrapada en el cliché español” es ella misma, no los medios criticados.
¿Y cuál sería esa razón?
Tema, naturalmente, de muchas respuestas. Pero como aludido por el articulo (como se puede sentir aludido cualquier periodista que escriba sobre la situación española sin ser español), me atrevo a sugerir que pese a haber sido cosido con hilo grueso el tejido español, las costuras se han venido tensando desde hace mucho, por los problemas económicos, por las políticas extremadamente conservadoras aplicadas para hacerle frente, y por el problema de las nacionalidades, sobre todo la catalana, nunca bien resuelto por los diferentes gobiernos españoles.
Le sorprende a Aguilar que la CUP anticapitalista se haya unido al nacionalismo catalán conservador. Pero esa unidad no es sino la misma cara de otra alianza, también aparentemente contra natura: la del PSOE y el PP para reformar la constitución en 2011. El objetivo era limitar el déficit fiscal, de acuerdo con las políticas de austeridad que empezaban a imponerse en Europa. Reformas conservadoras para garantizar el pago de la deuda externa y evitar políticas alternativas, negociada entre gallos y medianoche por el gobierno del socialista Zapatero con el PP.
Los intentos socialistas de reformar la constitución en lo que se refiere al modelo territorial, por el contrario, se enfrentó siempre a la oposición del PP, pese a sus diversos propuestas para reformar el sistema de comunidades autónomas.
En toda Europa se han tensado las costuras, que empiezan a reventar. Más de una década de políticas de austeridad, de polarización social, no puede pasar sin consecuencias. En un ambiente de insatisfacción resurgen tendencias que parecían desaparecidas, pero que solo hibernaban. Entre ellas la xenofobia y los nacionalismos. La derecha que desde hace años gobierna Alemania, España, Austria, que gobernó Italia, que hoy gobierna Francia, termina aliándose con esta otra derecha, más ruidosa.
Esta semana volví a recibir email desde Cataluña. Dice: “¡El artículo 155 no ayuda para nada! Creo que lo peor vendrá a partir de mañana (lunes). Detenciones y demás pero… la gente independista está decidida a tirar adelante y hasta el final del proceso. Ya veremos. Nosotros, de momento, paciencia y no caer en las provocaciones, sobretodo de activistas de ultraderecha que están en las calles”.
El diario mexicano La Jornada editorializó el sábado sobre la situación catalana. “Cataluña y España entera entran en un periodo incierto e inevitablemente traumático en el que la única perspectiva posible parece ser, por desgracia, la agudización de la polarización social y la clausura, o al menos el angostamiento, de los canales institucionales y democráticos para resolver el conflicto catalán”, afirman.
Laura Mowat escribe en el Express londinense. Cataluña ha llevado a España a una crisis constitucional al declarar la independencia, luego de un referendo controversial. Pero no están solos los catalanes en su lucha por la independencia y esta crisis podría esparcirse por la Unión Europea donde decenas de regiones aspiran a volver a la autonomía. Como, por ejemplo, el País Vasco, repartido hoy entre España y Francia.
Un tono pesimista que John Weeks, economista y profesor emérito de la University of London comparte al criticar el tono del discurso del Presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, el pasado 13 de octubre en Estrasburgo.
“Falso optimismo de Bruselas”, dice Weeks, al repasar los resultados de las recientes elecciones alemanas, austríacas o checas. Lo de España lo califica de “desastre”, que amenaza aun más duramente el prestigio de la Unión Europea. Weeks ve similitudes entre el conflicto catalán y la situación que llevó Inglaterra al Brexit, basados en un descontento político y económico que tiene su origen en innecesarias y duras políticas de austeridad.
Y advierte contra las respuestas a crisis tan peligrosas, con las miradas de los gobiernos puestas apenas en próximas ventajas electorales.
Por Gilberto Lopes
Escritor y politólogo, desde Costa Rica para La ONDA digital
gclopes@racsa.co.cr
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