“Los que aman odian”: Hipocresías burguesas

El amor, la pasión, la mentira, la hipocresía, la venganza y la muerte se conjugan en “Los que aman odian”, el intenso film policial del realizador argentino Alejandro Morel, que indaga en las aviesas e inconfesables intenciones de un grupo de burgueses que tienen mucho que ocultar.

La película, que se inspira libremente en la novela homónima del descollante escritor argentino Adolfo Bioy Casares y su no menos célebre esposa Silvina Ocampo, indaga en las oscuras pasiones de personas de alcurnia y estatus social privilegiado.

No en vano los protagonistas del relato son seres enfermos de ambición y envidia no exenta de odio, que, paradójicamente, aparentan ser personas respetables.

Sin embargo, en sus fueros íntimos sólo se proponen la consecución de un primordial objetivo: preservar su sitial en una sociedad flagrantemente asimétrica y desigual. En efecto, todos viven en su limbo e indiferentes a lo que sucede en torno suyo.

Por más que el relato no posee un sesgo político, es evidente que esta comunidad humana interactúa en un medio radicalmente diferente sólo reservado a las clases altas.

En ese contexto, la narración transcurre en la década del cuarenta del siglo pasado en una desolada y paradisíaca playa de la costa argentina, donde esa burguesía despunta sus ocios, sus vicios, sus pasiones y sus más encubiertas ambiciones de grandeza.

Allí concurre el médico homeópata Enrique Huberman (Guillermo Francella), quien se aloja en el suntuoso hotel de su prima (Marilú Marini), con el propósito de descansar de sus agobiantes rutinas profesionales y disfrutar del contacto con la naturaleza.

Empero, esa suerte de “exilio” placentero “lejos del mundanal ruido”, con alusión al novelista inglés Thomas Hardy, es trastocado por la presencia de Mary (Luisana Lopilatto), una joven paciente de profesión traductora y ex amante del facultativo.

Los otros personajes son su hermana Emilia (Justina Bustos), su cuñado Atuel (Juan Minujín), el apoderado de la familia, un niño huérfano de comportamientos paranoicos y un torpe detective que no logra dilucidar lo que está sucediendo.

Esa fauna humana constituye la materia prima literaria y cinematográfica que otorga cuerpo al argumento de esta película, que mixtura el drama con el thriller.

Contrariamente al recordado texto original de Bioy Casares y Ocampo, el film enfatiza inicialmente más en el costado dramático que en la mera peripecia policial. En ese contexto, Alejandro Morel construye una cuadro típico del cine europeo, con personajes de conductas ambiguas y de doble moral, que desafían la imaginación y, si se quiere, hasta el morbo del propio espectador.

En efecto, el reencuentro del médico y de la joven amante a quien duplica en edad en ese añoso pero lujoso hotel que otrora conoció tiempos mejores, promueve una reactivación del romance. Mientras el profesional es un hombre enigmático que a la vista de todos reprime sus impulsos amorosos, la joven es una suerte de femme fatale que enamora, erotiza y controla a los hombres, su hermana es una celosa depresiva y el cuñado es claramente un vividor caza-fortunas.

En el contexto de tanta miseria humana adulta, el adolescente huérfano, que es familiar de la dueña del establecimiento hotelero, es una suerte de ser marginal y marginado, con su alma tatuada por el drama y la pérdida.

Con la mentira, la hipocresía, el engaño y las apariencias como ejes vertebrales de las actitudes de los personajes, el relato evoluciona morosamente hasta su máximo pico de tensión: la extraña muerte de la seductora Mary.

Ese infausto episodio modifica radicalmente el curso de la historia, mutando el drama romántico en una intriga policial perfectamente asimilable a las famosas novelas policiales de la legendaria escritora y dramaturga británica Agatha Christie.

Aunque la hipótesis más sólida de la causa de muerte es el suicidio, el clima de desconfianza se instala en el ambiente y dispara múltiples lucubraciones y conjeturas. Incluso, la verdad puede estar en un libro, en una carta o en una traducción de la desafortunada occisa.

Un detalle no menor es que la muerta y su hermana son beneficiarias de una cuantiosa fortuna, potencial móvil de un eventual crimen que nada tendría de pasional. Mientras el cerco parece cerrarse sobre los sospechosos, una descomunal tormenta de viento y arena se abate sobre el hotel, dotando a la escenografía de una aureola verdaderamente siniestra y cuasi fantasmagórica.

Para potenciar aun más la dimensión de la intriga, el atribulado adolescente desaparece misteriosamente en medio de un vendaval de intensidad devastadora, otorgando a la trama un nuevo y ominoso ingrediente.

Ante todo, “Los que odian aman” es un film policial, acorde con la mejor tradición de un género que, en los últimos años, ha cobrado singular relevancia en el cine argentino.

Empero, una de las mayores virtudes de la película es la elocuente descripción de los personajes, con sus inflexiones emocionales, sus dobles discursos, sus morales ambiguas, sus pasiones ocultas y sus miserias soterradas. Alejandro Morel, director y guionista, sabe usufructuar el sólido capital literario de la novela original de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, elaborando una propuesta cinematográfica que conjuga la tensión del policial clásico con el drama humano.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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