La rampante deshumanización de un mundo post-apocalíptico absolutamente vacío de emociones en el cual el único desafío es sobrevivir, es la removedora propuesta de “Blade Runner 2049”, la imponente secuela cinematográfica del largometraje homónimo de 1982, dirigida por el realizador canadiense Denis Villeneuve.
La película es la continuación del emblemático film de ciencia ficción de Rydley Scott, quien, hace treinta años, rompió con los paradigmas originales del género y creó una propuesta de lenguaje visual revulsivo e iconoclasta.
Como se sabe, “Blade Runner” (1982) es una película parcialmente inspirada en la novela corta “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” (1968) del autor norteamericano Philip K. Dick, que, con el tiempo devino en un clásico y precursor del denominado género cyberpunk.
La historia, que es protagonizada por un joven Harrison Ford, describe elocuentemente un futuro desolador, en el cual se fabrican humanos artificiales en serie denominado replicantes.
Esas auténticas réplicas, construidas a imagen y semejanza del homo sapiens, fungen como una suerte de esclavos en las “colonias exteriores” de la Tierra. Aunque parecen tan humanos como sus propios creadores y poseen una mayor fuerza física y vitalidad, la radical diferencia es que carecen de emociones.
El título del film alude a un cuerpo especial de policía cuya misión es rastrear y matar a los replicantes fugitivos que huyeron de Marte y se encuentra en nuestro planeta.
Esta es la trama argumental de la monumental película de Rydley Scott, una suerte de épica de cine fantástico dotada de efectos especiales y de recursos estéticos sorprendentes para una época de incipiente tecnología, en la cual las herramientas digitales estaban virtualmente ausentes.
Obviamente, la recreación de una ciudad de Los Ángeles noir agobiada por el hacinamiento, la contaminación y la devastación, es uno de los logros visualmente más sorprendentes de esa versión original que hizo historia en el género de ciencia ficción.
“Blade Runner 2049”, que no es ciertamente una remake sino una secuela, preserva los lenguajes y hasta los ritmos narrativos de su predecesora, mediante una propuesta que seduce, impacta y conmueve.
En ese contexto, una de las mayores virtudes de esta película es rescatar la impronta alucinatoria del texto original de Philip K. Dick, trasuntando la deshumanización de un mundo dramáticamente decadente.
En este nuevo relato, el protagonista es el oficial K (Ryan Gosling), un replicante mercenario que opera al servicio del Departamento de Policía de Los Ángeles, funcional al magnate Niander Wallace (Jared Leto), quien adquirió la propiedad de la empresa que fabricó los primeros prototipos humanoides.
La responsable jerárquica de la operación es la Teniente Joshi (Robin Wright), quien le encomienda una delicada misión a esa suerte de policía artificial.
El descubrimiento de un secreto realmente inquietante deriva en la obsesiva búsqueda de Rick Deckard (Harrison Ford), el ex Blade Runner de la película original, quien permaneció desaparecido durante treinta años. En ese marco, el estremecedor disparador de la trama será el intento del investigador por abortar la posibilidad de que los renegados replicantes puedan reproducirse al igual que los humanos.
Apoyándose en el sólido guión de Hampton Fancher y Michael Green, Denis Villeneuve reconstruye una escenografía realmente alienante, donde los humanos sojuzgan y por supuesto desprecian a sus réplicas imperfectas.
El propio protagonista de la narración experimenta esa sensación de agudo desamparo y marginación, además del rechazo de sus propios semejantes por operar al servicio de los humanos.
Aunque este nuevo título no opaca en modo alguno el brillo y la grandeza singular del film precedente, hay sí logros concretos que trascienden a la mera construcción iconográfica.
Más allá de algunas cuestionables exacerbaciones discursivas, esta película también tiene apelaciones de naturaleza sociológica, reflexionando acerca de los dilemas humanos, la inteligencia artificial, la explotación con rango de esclavitud de un sistema perverso y el poder autoritario de las corporaciones que gobiernan el planeta en ese futuro imaginario.
Al igual que la novela, tal vez esta película y su predecesora de 1982, sean una suerte de alegoría premonitoria de lo que vendrá. No en vano en el presente, el poder fáctico de las multinacionales y del capital financiero que opera entre bambalinas puede ser la sinopsis de lo que se avecina.
En tal sentido, este film propone una mirada crítica si se quiere hasta metafísica y no exenta de reminiscencias teológicas, que alude al destino final de una humanidad agobiada por sus propios temores, incertidumbres y contradicciones.
Este film, que tiene una duración de casi tres horas, recupera y potencia la intransferible magia de la propuesta temática original, mediante una puesta que impacta por su intrínseca construcción estética y una acendrada caligrafía visual.
En ese contexto, “Blade Runner 2049” es –más allá de eventuales disensos- un muy exponente de cine de anticipación, que articula todos los ingredientes de un thriller de ciencia ficción de impecable factura técnica con un mensaje de dimensión alegórica que convoca a la reflexión.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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