“La cordillera”: Corrupción entre bambalinas

La corrupción como expresión humana de aviesos juegos de poder, es la desafiante materia temática que analiza “La cordillera”, el nuevo opus del realizador argentino Santiago Mitre, que mixtura la intriga política con el drama familiar.

Este largometraje, que remite subliminalmente a las actitudes de una clase política ambigua, enrevesada y nada transparente, es una historia de ficción con inocultable trasfondo de realidad.

No en vano el personaje central del film es un ser deliberadamente enigmático, que bajo una fachada aparentemente intachable tiene realmente mucho para ocultar.

Se trata nada menos que de un flamante presidente, que, por su talante y bajo perfil, suele ser tildado por los medios de prensa como “invisible”.

Esta es la primer radiografía que diseña Mitre -autor de “El estudiante” (2011) y “La patota” (2015) –quien construye una película potente, osada y revulsiva que denuncia la frecuente sordidez que rodea a los círculos del poder.

“El mal existe. No se llega a presidente si uno no lo ha visto un par de veces al menos”, afirma Hernán Blanco (Ricardo Darín), el recientemente electo mandatario argentino en la ficción.

Sin que se pueda inferir un parangón con gobernantes contemporáneos, esta reflexión constituye una simbólica síntesis del dilema moral que suelen afrontar personas que detentan la capacidad de adoptar decisiones que afectan a los colectivos.

Tal vez en este caso el mal -que es un concepto naturalmente subjetivo- opera como una suerte de justificación de algunas actitudes bien intrínsecas a la condición humana.

El protagonista de esta historia es precisamente Hernán Blanco, un ex intendente de una localidad pampeña devenido presidente, quien, secundado por su asesora Luisa (Erica Rivas) y su jefe de gabinete Castex (Gerardo Romano), debe cumplir su primera misión oficial al exterior.

Como sucede en estos casos, el mandatario es, a priori, el depositario de la confianza de sus conciudadanos y deberá representar los intereses de la nación en el contexto internacional. El objetivo del viaje es participar en una cumbre de gobernantes de países americanos, donde se analizará la posibilidad de acordar una alianza petrolera a nivel regional.

Empero, por más allá que el entorno del jefe de Estado conoce bien los entretelones de la escena política, su falta de experiencia en estos menesteres supone todo un riesgo.

No obstante, el mayor problema que afronta el protagonista no parece ser la responsabilidad de participar en ese encuentro entre mandatarios, sino que el ex marido de su hija Marina (Dolores Fonzi) estaría a punto de denunciarlo por eventual malversación de fondos para financiar campañas electorales.

Una revelación de esta naturaleza en un momento tan crucial, puede transformarse eventualmente en una suerte de bomba de tiempo que horade la imagen del gobernante y lo someta al escarnio público.

En ese contexto, el gobernante bajo sospecha le solicita a su hija que lo acompañe en la convención, con el propósito de conocer y de enterarse qué está realmente sucediendo a sus espaldas.

El relato, que se desarrolla en paradisíacos parajes de los Andes chilenos en medio de picos nevados, tiene un acento narrativo de thriller político con trasfondo dramático.

En tal sentido, el aceitado guión de Santiago Mitre y Mariano Llianás va articulando la esfera pública con la privada, en una historia que claramente interpela al poder pero también a la condición humana.

No en vano la historia revela las sinuosas negociaciones entre las delegaciones gubernamentales, en cuyo contexto hay un inevitable choque de intereses entre potencias.

No en vano Brasil lidera uno de los bloques y México opera tal cual es habitual como una suerte de delfín de los Estados Unidos, en un entramado que remite a las intrigas reales de los foros regionales americanos.

En esas circunstancias, Blanco –en representación de su país- quedará en medio del fuego cruzado entre ambos conglomerados hegemónicos contaminados por ambiciones económicas y geopolíticas. En efecto, ambos reclaman su apoyo para dilucidar el contencioso, lo cual sitúa al presidente argentino en el ojo de la tormenta.

Empero, Mitre redobla la apuesta al intercalar el género político con un thriller psicológico que tiene como protagonista a la enigmática hija del protagonista.

No obstante, ambas vertientes del film constituyen una línea argumental común, en la medida que ponen a prueba la moral de un hombre de conductas nada transparentes.

“La cordillera” es un film de denuncia de trazo testimonial, que retrata las miserias de la clase política y hasta el poder entre bambalinas que opera, en forma casi imperceptible, desde las sombras. En ese marco, la película indaga en la psicología de personajes deliberadamente ambiguos, que actúan recurrentemente en sintonía con sus ambiciones personales.

Más allá de sus virtudes en materia de fotografía, montaje y dirección de cámara y de las excelentes actuaciones protagónicas, este film es una auténticas radiografía sobre la condición humana en su versión más grotesca, corrupta, rapante y exacerbada.Con esta nueva propuesta, el joven realizador Santiago Mitre corrobora su cualidad de cineasta de impronta artística incisiva, removedora e irreverente.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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