Hace 129 años, el 8 de julio de 1888, por primera vez fue entonada públicamente La Internacional, el himno mundial de los trabajadores. Ocurrió en Francia, el mismo país donde en 1789 el pueblo llevó en andas la Revolución que enarboló la bandera de la liberté, égalité, fraternité y derrumbó la monarquía absolutista, la misma Francia donde en 1848 se produjo la insurrección popular que obligó a abdicar al rey Luis Felipe I y abrió el camino a la Segunda República, la misma Francia donde en 1871 se instaló la Comuna de Paris gobernada por obreros y representantes de los más desheredados, hasta que el sueño y la rebeldía fueron ahogadas en sangre, y el mismo país de la Revuelta estudiantil de Mayo de 1968, donde los grafitis en las paredes proclamaban “La imaginación al poder”.
La historia de La Internacional, la canción que a lo largo de más de un siglo ha acompañado las marchas obreras en las ciudades de los cinco continentes, ha resonado en fábricas ocupadas, ha prologado asambleas sindicales, ha despedido a compañeros caídos y ha identificado a los proletarios del mundo entero, tiene rasgos muy particulares. El poema fue escrito por un sobreviviente de la Comuna de París que escapó a los fusilamientos, y por años permaneció inédito.
El estreno del himno se produjo en el local del sindicato de canillitas de la ciudad de Lille, en el norte de Francia, a orillas del ríoDeûle y cerca de la frontera con Bélgica, y aquella primera vez la canción fue interpretada por el grupo coral de la Lira de los Trabajadores.
Era un tiempo en que los coros estaban muy arraigados en las organizaciones gremiales. La Lira ensayaba habitualmente en una taberna regenteada por un tal Godin, un militante socialista. Uno de los asistentes habituales era Pierre Degeyter o (en flamenco) De Geyter, un operario belga, montador en los talleres de Fives-Lille –que construían desde vías de ferrocarril hasta locomotoras de vapor-, y que también era músico y compositor. Uno de los organizadores de La Lira le entregó a Degeyter un extenso poema titulado La Internacional, para que lo musicalizara y lo transformara en el himno del grupo coral.
Así lo hizo el obrero belga, quizás sin saber que su autor había sido uno de los sobrevivientes de la Comuna de París, escapado de la masacre cometida por los generales franceses con cañones prusianos.
La Comuna había sido uno de los hechos más maravillosos en la historia de los pueblos y del movimiento obrero. Nació al finalizar la guerra franco-prusiana de 1870-1871, cuando todos los Estados alemanes se habían aliado a Prusia para derrotar a Francia. Napoleón III fue hecho prisionero y los alemanes entraron triunfantes a París, de donde habían huido los burgueses, y fueron los obreros los únicos que organizaron la resistencia. El ejército prusiano halló la ciudad con sus monumentos cubiertos por mortajas negras y los oficiales sintieron la amenaza de un silencioso peligro oculto. Los invasores hicieron entonces lo más inteligente: Desfilaron bajo el Arco del Triunfo y abandonaron rápidamente la ciudad. La población de París quedó dueña de la situación y derrocó a la monarquía.
Por primera vez se realizaron elecciones libres y el 28 de marzo de 1871 se instaló legalmente el gobierno de la Comuna de Paris, integrado principalmente por obreros y vecinos de los barrios pobres.
Aquel día de hace casi un siglo y medio, sorprendentemente, nació un gobierno revolucionario en el corazón de la Europa monárquica. A los delegados (diputados) les fueron asignados sueldos similares a los de un obrero. La Comuna respetó la propiedad privada, pero expropió las industrias abandonadas por los burgueses en su huida y las transformó en fábricas controladas por cooperativas. Se crearon guarderías para cuidar a los hijos de los trabajadores y se estableció por primera vez la educación libre, gratuita y obligatoria para toda la población. El Ejército fue disuelto por decreto y la defensa de la Comuna quedó en manos del Pueblo en Armas.
Pottier, un luchador
La primavera de libertad tuvo corta duración. Ante el enemigo común, las antiguas monarquías europeas se unieron, Alemania y Francia hicieron las paces, los prusianos devolvieron las armas confiscadas al ejército francés y liberaron a los prisioneros. Los ejércitos de Francia y Alemania rodearon París y entraron a cañonazo limpio. Durante un mes, los comuneros defendieron la ciudad barrio por barrio, calle a calle y barricada a barricada. Los combates finales ocurrieron durante la semana del 21 al 28 de mayo cuando los monárquicos ahogaron a la población en un baño de sangre. En la resistencia participaron anarquistas, socialistas, republicanos jacobinos, blanquistas y radicales demócratas. El sueño libertario había durado dos meses y se cree que unos 30.000 comuneros, hombres, mujeres y muchachitos, fueron fusilados o ahorcados.
Cualquier esquina o callejón servía para el juicio sumario y la acción del pelotón de fusilamiento. Algunos comuneros lograron escapar del cerco de las líneas prusianas y versallesas para alcanzar las campiñas, y otros se escondieron en la misma ciudad de París, amparados por manos solidarias. Uno de estos sobrevivientes fue un communard llamado Eugéne Pottier. Sus amigos hicieron circular la falsa versión de que había sido ejecutado el 28 de mayo en la Plaza de los Petits Péres, lo que ayudó a salvarle la vida porque dejaron de buscarlo. Durante cinco años los vencedores sometieron a Paris a la ley marcial para apagar cualquier foco de resistencia. Oculto en un altillo de Montmartre, Pottier espantó la soledad de aquel encierro escribiendo poemas. A uno de ellos lo tituló “La Internacional” y lo dedicó “al ciudadano Gustave Lefrancois, miembro de la Comuna”.
Pottier era un viejo luchador. Había nacido en Paris el 4 de octubre de 1816 y trabajó desde niño para ayudar a su familia. En 1848 participó de la insurrección popular en la capital francesa, donde artesanos, estudiantes, obreros y miembros de la pequeña burguesía se enfrentaron a los monárquicos e instalaron más de 1.500 barricadas hasta expulsar al rey Luis Felipe I. Fue fundador de la Cámara Sindical de Talleres de Dibujantes; en 1871 es elegido como delegado del 2º distrito en la Comuna de París; durante el sitio militar es nombrado responsable de un batallón de la Guardia Nacional y delegado ante el Comité Central; combatió en las calles y, tras la derrota y su ocultamiento en un altillo, pudo salir del país para refugiarse en Inglaterra y Estados Unidos.
Regresó a Francia tras la amnistía de 1879, se dedicó a escribir y a la tarea periodística, colaboró con la publicación El Socialista y participó de la formación del Partido Obrero Francés. Pottier murió en Paris en 1887 y su entierro se convirtió en una gran manifestación popular, en la que hubo choques con la policía. Hoy descansa en el cementerio de Père Lachaisse, ante cuyos muros fueron fusilados muchos defensores de la Comuna.
A fines de aquel año, fueron impresos varios poemas inéditos de Pottier que aparecían reunidos en su obra Cantos Revolucionarios. Uno de los textos, precisamente el que había titulado La Internacional, llegó a las manos de uno de los organizadores de La Lira –G.Delory, quien tiempo después sería alcalde de Lille- y éste fue quien se lo dio a Degeyter para que lo musicalizara, con la recomendación de que le impusiera un ritmo vivo y “arrebatador”. Utilizando un armonio, el obrero cumplió la misión encomendada y compuso la pieza musical en pocos días. Cantó la canción ante algunos compañeros del taller, escuchó sugerencias, hizo modificaciones y, finalmente, la entregó a la Lira de los Trabajadorespara los ensayos y su estreno en la Cámara Sindical de Vendedores de Periódicos un año después de la muerte del autor de la letra. En 1892 la Segunda Internacional la adoptó como su canción oficial y, en 1910, el Congreso Obrero Internacional de Copenhague la convirtió en el himno de todos los trabajadores del mundo.
Su letra fue traducida a casi todos los idiomas del globo terráqueo y en 1919 Lenin lo convirtió en el himno nacional de la Unión Soviética y así fue hasta 1944, cuando Stalin lo cambió por otro.
A lo largo de casi un siglo y medio, su gran difusión fue acompañada por la supresión o los cambios de algunas de las estrofas originales de Pottier, en algunos casos debido a las traducciones o a interpretaciones relacionadas con ideologías, pero la esencia de la canción siempre se mantuvo fiel a su espíritu de resistencia.
Un luchador derrotado y perseguido escribió las estrofas de La Internacional y marcó a fuego para siempre sus ideales. Otros, millones, recogieron su antorcha. “Arriba los pobres del mundo”. Hoy, como siempre, ¡ARRIBA!
Estas son las estrofas más conocidas de La Internacional:
¡Arriba los pobres del mundo!
de pie, los esclavos sin pan,
alcémonos todos al grito:
¡Viva La Internacional!
El pasado arrasemos,
proletarios de pie, de pie,
el mundo cambiará de bases,
batiendo al imperio burgués.
Agrupémonos todos,
en la lucha final,
y se alcen los pueblos con valor,
por La Internacional.
Por William Puente
Periodista
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