CINE | “Era el cielo”: entre el miedo y la desconfianza

El miedo, los secretos, la simulación, el ocultamiento, la mentira y la manipulación emocional son los núcleos temáticos de “Era el cielo”, la triple coproducción entre Argentina, Brasil y Uruguay del joven realizador brasileño Marco Dutra.

Este largometraje, que fue rodado en Montevideo, explora la psicología de seres humanos sometidos a situaciones límites, en una progresión dramática que por momentos deviene en thriller. En ese contexto, los personajes cargan sobre sus hombros con traumas subyacentes, originados en conductas a menudo inexplicables y en actitudes de mutua desconfianza.

Se trata de seres atribulados y gobernados particularmente por el temor, que a su vez se nutre de conciencias culpables que encubren verdades para protegerse a sí mismas.

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Los protagonistas de esta película son Mario (Leonardo Sbaragia), que es guionista, y Diana (Carolina Dieckmann), cuya profesión es diseñadora de moda.

Se trata de una pareja mal avenida con dos hijos, que, luego de una separación de dos largos años, se reencuentra con el propósito de reconstruir su relación.

Este es el primer núcleo de conflicto que plantea esta historia, que tendrá ulteriores e insospechadas derivaciones, con epicentro en un suceso realmente impactante que conmueve sus vidas.

No en vano el relato comienza con imágenes de la violación de la mujer, quien es brutalmente sometida en su propia casa por dos hombres, quienes, luego de consumar el estupro, huyen presurosamente del lugar. Esa secuencia, que en definitiva será el eje del posterior desarrollo del film, condicionará, en todo momento, las actitudes de los propios protagonistas.

En cierta medida, el vejamen operará como disparador de conductas bastante erráticas y si se quiere hasta retorcidas, porque desnuda algunos de los más ocultos sentimientos de los personajes.

No en vano, luego de consumado el salvaje ataque, la víctima omine insólitamente informarle a su esposo lo sucedido, como si detrás de ese suceso se ocultara una culpa propia.

Empero, lo real es que el hombre, que había regresado a su casa, fue testigo de la violación, aunque el pánico lo deja virtualmente paralizado y le impide actuar.

Ese silencio mutuo se transforma en el detonante de un drama horadado por la tensión y la desconfianza, partiendo de la premisa que la mujer no sabe que su marido está enterado de lo sucedido pero, por diversos motivos, mantiene todo oculto bajo un manto de ominoso secreto.

Lo concreto es que, mientras la mujer está profundamente conmovida e incluso aterrorizada por el atentado al pudor del que fue objeto, el hombre padece algunas irreprimibles fobias que deberá procesar en el consultorio de un psicoanalista.

Ambos tienen naturalmente problemas psicológicos que tendrán que afrontar, pero la desconfianza les impide que puedan compartir el proceso que les permita solucionarlos.

Por supuesto, a su modo, también se sienten humillados, porque la violación denuncia la extrema vulnerabilidad de la mujer y a su vez pone en tela de juicio la capacidad del hombre para asumir sus responsabilidades y proteger su hogar.

En ese contexto, la convivencia se torna singularmente compleja, como si se tratara de dos enemigos y no de dos personas que aparentemente se aman.

Empero, por debajo de una superficie de indiferencia y de manifiesta incomunicación entre los atribulados miembros de la pareja, circulan pasiones reprimidas y a punto de estallar.

Por supuesto, no todo se agotará en la mera descripción de una clásica relación horadada por las desavenencias y en crisis, entre dos personas adultas con un pasado de amor compartido.

En efecto, el episodio de violencia originará una venganza contra los atacantes, lo que transforma a la película en un thriller con todos los ingredientes del género.

En cierta medida, ese cambio radical conspira claramente contra la calidad de un relato plausiblemente construido a partir de atmósferas de aguda tensión psicológica.

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Aunque Marco Dutra sabe administrar el suspenso acorde con las demandas de la propuesta cinematográfica, naufraga en la resolución de algunas situaciones si se quiere bastante obvias.

Otro tanto sucede con personajes secundarios pero no menos pertinentes a la trama central, cuyas participaciones parecen fuera de contexto.

Aunque el reparto reúne actores uruguayos de la talla de Mirella Pascual, Álvaro Armand Ugón, Roberto Suárez, Susana Groisman y Hugo Piccinini, la película se sostiene únicamente en las estupendas interpretaciones de Leonardo Sbaraglia y la actriz brasileña Carolina Dieckmann.

“Era el cielo” es, en definitiva, es una tensa intriga destinada únicamente al pasatiempo meramente comercial, que no logra consolidar un cuadro dramático capaz de conmovedor ni de convocar a ulteriores reflexiones.

 

Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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