Trump es el triunfo de una democracia funcionando en todo su esplendor

Antes elegían las élites, ahora irrumpió la gente. No es la democracia, es un régimen que entra en su ocaso y, con él, su orden político. Su derrumbe ha sido largo, como lo son todos los procesos sociales. Pero podemos rastrear fechas, indicadores. La elección de Ronald Reagan me parece uno fundamental. No por lo reaccionario, sino por lo ignorante. Son inolvidables sus gaffes cuando, estando en un país pensaba estar en otro. Pero no solo eso.

Toda la argumentación que daba peso a la irrupción de las políticas neoliberales –aupadas por su colega, la Thatcher– encarrilaron el mundo hacia es desastre actual. A Reagan le sucedió Bush hijo. Notable también por su ignorancia y mediocridad (virtud que quizás no podemos atribuir a Reagan). La elección de Obama ya mostró la irrupción en el escenario político norteamericano, con un peso inusual, de ciertos excluidos: los negros. La campaña actual nos mostró que se asomaban al escenario los demás: Trump y Sanders los encarnaron.

Derrotado uno, triunfó el otro. Ambos son expresión de un régimen que agoniza. Se muy bien que la “izquierda” ha 6 Gilberto-Lopes-costa-rica-2anunciado reiteradamente el fin del capitalismo. Eso no ha ocurrido. Pero es que, en los procesos sociales, eso ocurre paulatinamente, va surgiendo lo nuevo en los intersticios de la sociedad, saltando de un lado a otro, como ocurrió con el nacimiento del capitalismo. Es notable la visión inglesa sobre el fenómeno. Hay que leer a la historiadora Ellen M. Wood y sus argumentos, poderosos, bien fundados, sobre el surgimiento del capitalismo en la sociedad feudal inglesa. Wood aclara muchas cosas, pero no se trata solo de cosas de historiadores. Hay que entenderla para poder entender también lo que estamos viviendo: el fin de otro orden social, que va dando espacio a uno nuevo.

Lo obvio
Muchos, en la izquierda, se resisten a verlo. Otros se resisten a creerlo. Para mí la evidencia es abrumadora. De nuevo, si queremos referirnos a fechas, podríamos acudir al día en que, durante la administración Nixon, el dólar abandonó su referencia al oro. Por casi 50 años se ha empapelado el mundo con la moneda norteamericana. Todos sabemos (sobre todo en América Latina) que no se puede vivir imprimiendo dinero. Pero Estados Unidos puede, por su condición de banco mundial. Puede, pero no eternamente. ¿Hasta cuándo podrá? Me parece que hay síntomas evidentes de que ya no le es posible seguir viviendo así. El deterioro de la infraestructura del país, sus niveles de endeudamiento, son insostenibles.

También sus suicidas gastos militares, absolutamente insostenibles, con los que algunos piensan poder mantener el lugar de privilegio que Estados Unidos ha ejercido, sobre todo desde el fin de la II Guerra Mundial. La expresión más acabada de ese papel fue el derrumbe del socialismo del este europeo y el fin de la Unión Soviética. Pero lo que entonces hizo suspirar a algunos, soñando con siglos de pax americana, se reveló, en realidad, en lo que era: cantos de cisne de un mundo que se agotaba. Y no era el del socialismo, que veía hundirse apenas sus primeros experimentos, sus balbuceos de niño que, desde entonces, han vuelto al escenario como incontrolables escarceos de niños que crecen. Era la crisis del capitalismo, que solo se acentuó con el fin de estas incipientes experiencias socialistas, al no tener que mostrar ya ninguna cara amable. Esa es la otra cara del escenario.

Pero como todo lo que crece, tiene futuro incierto. Nos corresponde allanarle el camino, enderezarlo, empujar el carro. América latina parece caminar a contramano. Escenario de golpes que se multiplican en fórmulas ingeniosas, como en Brasil, Paraguay o Honduras. De paso por Brasil, leo un texto que me parece lúcido: “la ruptura democrática es la nueva oportunidad para radicalizar la agenda ultraliberal”. ¿Es posible hacer avanzar esa agenda? Yo creo que ya no y todo intento solo reavivará viejas tensiones.

Pero hay quienes están dispuestos a intentarlo, como la mediocre clase política que se adueñó del poder en Brasil. Basta leer el (cínico) artículo (“Reflexões amargas”) que el expresidente Fernando Henrique Cardoso publicó, desde Paris, en un medio brasileño esta semana. ¿De qué se trata? De privatizar todo. Esta es la clave de la política neoliberal. Pero no se trata de vender, sino de comprar, en su voracidad insaciable. Es el camino de la concentración de la riqueza en manos del 0,001% de la humanidad.

Mientras tanto, discutimos sobre la edad de las pensiones, sobre el techo de gastos y sobre el pago de la deuda. Todo es una sola cosa: las diferentes formas de adueñarse de los recursos, de trasladarlos de los que no tienen a los que tienen. Es, por lo demás, el proceso que explica como unos pocos se hicieron tan ricos. Sanders lo vio con claridad y abrió una enorme brecha en la cabeza de los norteamericanos. ¿Cuán grande es esa brecha? No lo se. ¿Hasta dónde estará él dispuesto a insistir? Tampoco lo se. Pero haría bien, muy bien, en hacerlo. La humanidad se lo agradecería. Mientras tanto, un loco se hará cargo del manicomio, como dijo el ingenioso titular de un periódico español. Ingenioso, sí, pero de un periódico que hace mucho ha venido contribuyendo a construir el manicomio. Algo que la frase, naturalmente, oculta.

Vivo en Costa Rica. No hace mucho, solo unos pocos años, dimos una lucha formidable contra un absurdo tratado de libre comercio con Estados Unidos. El presidente de la República prometía, a los que tenían bicicletas, carros; a los que tenían carros, BMWs.

Una campaña infame, denunciada con documentos en el periódico en que trabajo, dejó al desnudo de lo que eran capaces para avanzar en su insaciable avaricia. Pero, en Costa Rica, donde la resistencia los obligó a hacer un referéndum sobre el tema, decidieron incluir también una consulta sobre la privatización de las telecomunicaciones y los seguros, entonces en manos de empresas estatales. Al final, dividida la sociedad, lograron algo menos de 52% de los votos. Son los mismos creadores de manicomios, en todas partes. Nos cabe a los locos no dejarnos encerrar.

No es la democracia
De lo acontecido no cabe tampoco acusar a la democracia. La democracia funciona perfectamente. Como ya dije en un texto que publiqué hace algunos años (perdónenme por citarme a mi mismo, pero se trata del libro “El fin de la democracia: un diálogo entre Tocqueville y Marx”) la democracia es el régimen de la sociedad capitalista. Y funciona como funciona, como está a la vista. Cito solo dos problemas para ilustrar lo que quiero decir: uno es el financiamiento de las campañas, que terminó en el fárrago de la corrupción en Brasil (pero también en todas partes, principalmente en Estados Unidos).

¿Cuánto cuesta una campaña? ¿Mil millones de dólares? ¿Quién tiene el dinero para financiarla? ¡Ah! ¡Los hermanos Koch, del CATO Institut, cuyos miembros pasan escribiendo y enseñándonos las bondades del Estado mínimo y del liberalismo! Y otros “hermanos” similares. Pasa lo mismo con la prensa, concentrada en cada vez menos manos y cada vez más estupidizada. En Brasil, en uno de los programas informativos de uno de los principales canales del país, la presentadora decía que Trump se parecía a Putin y a Maduro. ¡Con eso le bastaba para resumir las cualidades del candidato! El problema con eso es que se agrede a la población, a los que, sin recursos, tienen pocas otras alternativas para informarse.

Pero, en el mundo del dinero, la prensa les pertenece y todo intento de discutir el problema se enfrenta al argumento (cínico también) de que se atenta contra la “libertad” de una prensa que no tiene, en realidad, ninguna, que pertenece a los que pertenece. Y mientras el mundo sea como aun es, pertenecerá a los que tienen dinero. Pero la democracia es eso, no es ninguna otra cosa. No se resuelve el problema adjetivándola, ni discutiendo sobre su “calidad”, sino cambiando el mundo que da origen y sustenta ese régimen político.

La elección americana dejó en evidencia esa democracia, que funcionó a la perfección. El resultado es reflejo exacto del deterioro de esa sociedad. Pero también lo fue la lucha, sobre todo cuando Sanders estaba en liza. Quedó claro que el ambiente no estaba todavía maduro para el crecimiento de una alternativa, pero la alternativa surgió. ¿Tendremos otra oportunidad? Yo creo que sí. Pero no estoy seguro.

 

Por Gilberto Lopes
Escritor y politólogo, desde Costa Rica para La ONDA digital
gclopes@racsa.co.cr

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