El robo como móvil y como desafiante motivación en una historia cargada de potente suspenso y alta tensión, es la impactante propuesta cinematográfica de “Al final del túnel”, el tercer largometraje del realizador y guionista argentino Rodrigo Grande.
Este thriller hispano-argentino rescata una añosa tradición que, en el decurso de la historia del cine, ha conocido títulos referentes como “Riffifi” (1955), de Jules Dasin, “Como robar un millón de dolares” (1966), de William Willer, “Faena a la italiana” (1969), de Peter Collison, y “Tarde de perros” (1975), de Sidney Lumet, entre muchos otros.
Aunque estas cuatro películas emblemáticas revelan estilos y estéticas radicalmente diferentes, que contemplan las peculiaridades y los gustos artísticos de sus respectivos creadores, el denominador común de todas es el robo planificado y ejecutado como materia temática, más allá de eventuales desenlaces.
“Al final de túnel” se inspira en la historia real del impactante robo al Banco Río de San Isidro en 2006, que permitió a los delincuentes alzarse con un gigantesco botín estimado en 19 millones de dólares.
El espectacular golpe –que tuvo como protagonista al uruguayo Luis Mario Vitette Sellanas- fue uno de los más sorprendentes episodios de la crónica policial rioplatense, porque el grupo escapó con el contenido de 145 cajas de seguridad por un túnel que lo conectó con el desagüe pluvial.
Ello les permitió burlar inicialmente la persecución de más de un centenar de policías desairados, aunque luego la banda fue capturada y puesta a disposición de la justicia penal.
En este caso, el protagonista del relato es Joaquín (Leonardo Sbaraglia), un solitario paralítico que vive en una casa desolada, luego de haber perdido a su esposa e hija en un accidente.
En ese contexto, su rutina se limita a reparar o experimentar con computadoras en el sótano a donde desciende a bordo de un montacargas, en lo que es una existencia gris, de padecimientos y casi sin ninguna motivación.
El primer tramo de la narración se centra naturalmente en la descripción de este personaje peculiar, quien, luego de una dramática contingencia, procesa su propio duelo y construye una aventura de mera supervivencia en condiciones por supuesto adversas.
Obviamente, la motivación es seguir viviendo, aunque para él ello signifique un auténtico sacrificio, por las graves dificultades de movilidad que lo condicionan permanentemente en el ejercicio de su libertad ambulatoria.
Es tal angustiante y deprimente su cotidianidad que su único compañero es un añoso perro, con quien comparte sus días como si se tratara de una mera condena.
Sin embargo, el destino le reservará una prueba bastante más desafiante, cuando en su vida irrumpe Berta (Clara Lago), una bella bailarina que llega junto a su pequeña hija con el propósito de alquilar una habitación desocupada que el anfitrión había ofrecido en arrendamiento.
Lo que a priori parecía una circunstancia normal, con el tiempo deviene en una trama deliberadamente enrevesada originada en una situación que, para el protagonista, resultará tan sorprendente como removedora.
En ese contexto, el relato adquiere un desarrollo radicalmente diferente, cuando el propietario comienza a escuchar ruidos cuasi imperceptibles que denotan movimiento detrás de una pared.
Por supuesto, en este caso la curiosidad puede más que la prudencia, lo que le permite descubrir la actividad de una banda de ladrones que están construyendo un túnel junto a un banco que se proponen robar.
Su sagacidad le permite conocer los pormenores de la bien planificada operación delictiva encabezada por el avezado criminal Galaretto (Pablo Echarri) y hasta aprovecharse de ella. Por supuesto, el plan prevé una estrategia de escape.
Esa revelación modifica radicalmente el curso del relato, que deviene en un thriller con todos los ingredientes característicos del género policial.
Aunque la historia no siempre sostiene su ritmo narrativo y reserva más de una sorpresa al espectador, Rodrigo Grande corrobora su sabiduría para administrar adecuadamente el suspenso y la tensión requerida.
Más allá de eventuales altibajos y de algunas debilidades en materia de libreto, “Al final del túnel” es una intriga correctamente elaborada, acorde con las pautas de una vertiente cinematográfica sin dudas referente.
A ello se suma una muy convincente actuación protagónica de Leonardo Sbaraglia en un papel hecho a la medida de sus cualidades histriónicas, al frente de un reparto actoral muy profesional que incluye nada menos que al gran Federico Luppi, en el papel de un policía corrupto.
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