La aceptación del pedido de impeachment por parte del Presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, se produce en un momento en que pocas veces la clase política brasileña estuvo tan desacreditada y tan, también – intencionalmente – vilipendiada ante la opinión pública.
A principios de este año, inmediatamente después de las elecciones, una encuesta de Datafolha indicaba que el 71% de los entrevistados no manifestaban preferencia por ningún partido político.
En julio, una encuesta del IBOPE mostraba que el Congreso Nacional ocupaba la penúltima posición entre 18 instituciones relevadas, incluidas la Iglesia y el Ejército, con la confianza de apenas el 17% de la población, mientras, permanentemente, los mismos internautas que atacan al PT lo hacían – y lo siguen haciendo – con la clase política, contraponiendo a diputados, senadores, ediles, intendentes, ministros, considerados, por la bandera de la antipolítica, corruptos, bandidos y deshonestos, un altísimo índice de confianza – impulsado por la propia actitud de los medios de comunicación – en policías, procuradores y jueces, como si entre los magistrados, en el Ministerio Público y en las fuerzas de seguridad, sólo hubiese profesionales impolutos e inmaculados, y para el ejercicio de la actividad política fuese una característica primordial e imprescindible la condición de mentiroso, ladrón, despreciable e inescrupuloso.
Resulta peligroso e ingenuo creer que este sea apenas un retrato del momento, que pueda ser corregido sólo con un cambio de correlación de fuerzas, y que no exista nada más en el horizonte, más allá del embate entre diferentes partidos y grupos políticos y los aviones de carrera.
Se engañan los políticos de centro y de la oposición, los oportunistas y los indiferentes, si creen que, entregando la cabeza de Dilma Roussef, tendrán sus salvaguardas y que las podrán mantener sobre sus hombros, para utilizarlas en el momento del pasaje de la banda presidencial. Por el contrario, Dilma puede, paradójicamente, ser el dique – o el blanco – que aún atrae hacia sí las balas y contiene el tsunami.
La criminalización de la actividad política, insuflada contra el PT por parte de la oposición, secundada por unos medios de comunicación selectivos y comprometidos, rompió, casi definitivamente, el equilibrio de poderes en el que se basa el sistema republicano tradicional, sustituyendo la negociación, anteriormente ejercida como base del Presidencialismo de Coalición por medio de la actuación de fuerzas externas, de carácter no nominalmente, sino profundamente político, creando una especie de Frankenstein descontrolado, que ubica, de hecho, a una parte de la burocracia del Estado, por encima y más allá de aquellos que detentan el voto de la población.
El “acobardamiento” del Senado, negándose a la prerrogativa de juzgar a uno de sus pares, ni siquiera para su posterior entrega a la cárcel – renunciando a intentar, al menos, mostrar firmeza, autonomía y determinación ética ante la opinión pública – es la imagen de la rendición del Poder Legislativo a la máquina represiva de parte de la justicia, y abrió la posibilidad para que cualquier hombre público sea acusado, en secuencia, de cualquier cosa, en cualquier momento, por el simple hecho de caer en una trampa, por medio de una nota cualquiera – repentinamente elevada por la prensa a la condición de “documento” – la acusación de un adversario o de un delator “premiado” dispuesto a cualquier acción para salvar su pellejo, o una frase pasible de interpretación dudosa o subjetiva seleccionada de su correo electrónico o de una conversación telefónica.
Que los incautos no se equivoquen
No habrá tergiversación u acuerdo con aquellos que estén, en la base del gobierno, o en la oposición, alimentando la ilusión de pensar que van a sustituir a la Presidente de la República en caso de impeachment, o incluso a sucederla, eventualmente, tranquila y normalmente, por medio del voto.
Cualquier tipo de liderazgo que represente una amenaza para el proyecto de poder en curso – que, una vez más, no se equivoquen los incautos, parece que no se trata de otra cosa – es probable que se vea envuelta en la marea de acusaciones y alejada de la vida pública, con sus cabezas rodando, una por una.
La única esperanza de retorno a una situación de mínima normalidad está, a corto plazo, en la interrupción negociada, inteligente y equilibrada, del proceso de strip-tease, de MMA mutuo, público y suicida de los diferentes partidos y liderazgos a los ojos de la opinión pública.
Y al final de la búsqueda de soluciones extemporáneas para la disputa del poder – cualquier singularidad sólo puede beneficiar a las fuerzas que están por fuera del entorno político – con un retorno a la agenda y a los ritos habituales de praxis, lo que implica la defensa institucional y organizada, por parte de la clase política, de su imagen frente a la opinión pública, seguida de una disputa programática y civilizada en las próximas elecciones, que tendrán lugar en menos de un año.
Esto no bastará, desde luego, para terminar con el proceso de desgaste intencional de la actividad pública que se está profundizando, con un enorme y mortífero éxito, y que pretende, entre otras cosas, reemplazar a los “políticos” clásicos, tildados en la actualidad abiertamente como “sucios”, por impolutos y heroicos justicieros mesiánicos, que gozan de poder para, en el caso que lo deseen, intentar gobernar indirectamente el país por medio de presiones y prisiones, o para hacer una súbita y “sorprendente” irrupción en el universo político.
Pero, al menos, podrá llevar a la actual generación de hombres públicos – en última instancia heredera de la representación popular por medio del voto – a enfrentar, unida, cerrando filas, independiente de su orientación política, a presiones externas, si no en defensa de sí misma, al menos del Parlamento, como un poder independiente, y de la propia Democracia, en lugar de arriesgarse a salir de la vida pública y a entrar en la historia, uno por uno, sumisos y humillados, con las manos en la espalda y con su biografía arrastrada por el fango.
Esta reacción no impedirá que, acunados por los medios de comunicación y las campañas iniciadas por la propia oposición, personajes provenientes de las operaciones en curso, puedan verse tentados a participar, también, directamente, del proceso político, transformándose eventualmente en candidatos, en las próximas contiendas electorales.
Como el Aedes Aegypti, la mosca azul pude picar a cualquiera y su vírus es más poderoso que el del dengue o que el de la chikungunya.
Tal como se empeñó en recordar un fiscal, hace pocos días, existen operaciones que están en curso – que eran vistas inicialmente como una forma de sacar al PT del poder – que deberán durar por lo menos durante los próximos 10 años.
Esto las transforma, como a un toro encerrado en un bazar – en un elemento nuevo, incontrolable y permanente – que deberá tener sus efectos analizados, evaluados y, eventualmente, corregidos y limitados, por quien de derecho en la Plaza de los Tres Poderes – en el contexto del proceso económico, social y político brasileño.
Por Mauro Santayana
Periodista brasileño
Traducido para La ONDA digital por Cristina Iriarte
La ONDA digital Nº 748 (Síganos en Twitter y facebook)
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